jueves, 9 de noviembre de 2017

CAPITULO 53





«Y entonces el encapuchado le ató las manos a la espalda mientras silenciaba su boca con una de sus fuertes manos y ella gemía ante el placer de lo desconocido...»


—¿Se puede saber qué mierda es ésta? —exclamó Paula, tras leer unas líneas del libro de su amiga Catalina, que vagueaba tras el mostrador de la tienda, con una de sus melifluas novelas en la mano.


—¡Es una de las novelas románticas más vendidas del momento! Se llama Rapto de amor. Trata sobre un mercenario al que ordenan secuestrar a una chica de la cual se enamora.


—Estas novelas nunca son realistas —replicó Paula—. ¿Quién sería tan estúpida como para enamorarse de un hombre que te secuestra? Además, esos protagonistas nunca se parecen a los hombres reales: o son hombres atormentados con su pasado o guapísimos millonarios. ¿Por qué no ponen nunca a nadie de verdad? Como Barnie, por ejemplo —sugirió, señalando a
su poco atractivo empleado, que en esos momentos de descanso se buscaba pelusillas en el ombligo.


—¿Porque entonces las mujeres no compraríamos una mierda? — arguyó Catalina—. ¡Yo quiero pasión, una historia que me demuestre que aún existen hombres que pueden llegar a ser unos verdaderos caballeros!


—¡Venga ya, Catalina! Esos tíos no existen —dijo Paula, cuestionando los ideales románticos de su amiga.


—¿Estás segura de que en la vida real no hay hombres guapos, ricos, amables, con bellas sonrisas y un trato encantador? —ironizó Catalina, señalando a Pedro, que estaba en la acera de enfrente, enzarzado con Dario en lo que parecía una acalorada discusión—. Pues creo que en estos momentos hay dos de esos inusuales protagonistas de ensueño peleándose por ti —concluyó la joven, burlándose de ella y de sus cínicas opiniones sobre el amor.


—Bueno, puede que haya alguna que otra excepción, pero te puedo asegurar que yo no soy como esas estúpidas protagonistas que...


—Caen rendidas ante los engañosos encantos del hombre, cada vez que éste quiere —se mofó Catalina, recordándole a Paula las veces que había acabado en los brazos de aquel vil embaucador.


—¡Toma! Será mejor que sigas leyendo —dijo, mientras le devolvía el libro—. Definitivamente, es mejor que metas las narices en la vida de los protagonistas de esta historia, a que las metas en la mía.


—Eso, amiga mía, es demasiado tarde para que suceda. Tu vida es muchísimo más interesante que la de la protagonista. Después de todo, ella no tiene a dos hombres tan apuestos persiguiéndola.


—¡Mi vida es muy simple! Me levanto todas las mañanas para abrir la tienda, dando con ello trabajo a mis ingratos empleados, y al final del día cierro para irme a casa solita a contar mis facturas.


—No digas tonterías, pero ¡si hasta te mandan cartas de amor! ¡Y bastantes! —señaló Catalina, mostrando un montón de sobres dirigidos a ella sin remitente.


—Catalina, no creo que ésas sean cartas de amor —repuso Paula, mientras comenzaba a abrir una de ellas con extrema cautela.


Dentro del sobre, en una nota pulcramente plegada, había un amenazante y ofensivo mensaje escrito con letras recortadas de diarios:
«Vete de aquí por las buenas, antes de que te obliguemos a hacerlo».


Seguramente esas calumniosas notas provenían del Comité, que había convocado una nueva campaña para echarla de allí. Parecían no darse cuenta de que Paula Chaves temía muy pocas cosas en la vida y una reunión de amas de casa aburridas, que eran unas simples cotorras, nunca sería una de ellas.



****


Pedro estaba furioso consigo mismo por haber hecho el idiota delante de Paula; con Dario, por volver en el momento menos oportuno; con Paula, por preferir a su siempre perfecto hermano; con la maldita puerta que estaban arreglando y con la herida de su mano, que dolía como un demonio.


Aquél era uno de esos días en los que hubiera sido mejor no levantarse de la cama, pero como Pedro Bouloir no se rendía ante el desastre, lo había hecho con una positiva sonrisa que, a lo largo de la jornada, se había ido borrando de su siempre alegre rostro.


Después de desayunar rápidamente, tras recibir una alarmante llamada de Gaston diciéndole que alguien había intentado entrar en la tienda por la fuerza, llegó a Eros en un periquete, dándose cuenta demasiado tarde de que la exaltada llamada de su joven empleado se debía al cristal que Pedro mismo había agrietado la noche anterior.


Después de tranquilizar al histérico Gaston, llamó al cristalero. El cristal de repuesto llegó tarde, mal y, a lo largo de unas interminables horas, durante las cuales el alegre y charlatán operario no dejó de relatarle las dichas de su vida marital: Pedro deseó que no hubiera llegado nunca.


Para terminar de arreglarle ese nefasto día, su hermano se había paseado frente a su tienda con una enorme sonrisa llena de satisfacción que le hizo preguntarse si su cita con la bella Paula habría acabado en la cama de alguno de los dos, lo que hizo que su imaginación se disparara, torturándolo.


Dario le había entregado muy orgulloso una invitación para su exposición, mientras le anunciaba que Paula sería su pareja en ese evento y le aconsejaba que él buscara consuelo en brazos de alguna de sus modelos.


Muerto de celos, Pedro había intentado averiguar lo que había pasado entre Paula y Dario, pero éste, como todo un caballero, se negó a hablar de ello, sacándolo de sus casillas y haciéndolo arder aún más con el fuego abrasador de la incertidumbre.


Definitivamente, aquél no era su mejor día, volvió a pensar Pedro Bouloir, tras golpear su escritorio, haciendo que el vendaje de su mano se soltara nuevamente, dejando sus heridas al descubierto.






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