Ésa fue la primera vez que Pedro llegó tarde al trabajo, pero finalmente consiguió lo que tanto deseaba: que Paula lo acompañara, incorporándose de nuevo en el sueño que representaba para ella Love Dead.
Sus trabajadores la saludaron como si todo fuera como siempre, pero sus rostros mostraban una alegre sonrisa que anunciaba lo contentos que estaban con su retorno.
Pedro, a pesar de su insistencia para que volviera a la tienda, no permitió que se moviera del taburete de detrás del mostrador. No la dejó tratar con los proveedores, ni hacer las cuentas, que tanto la molestaban, o ayudar a sus empleados. De modo que Puala permaneció todo el día aburrida, sentada en un incómodo asiento, como si de un adorno se tratase.
En cuanto el sobreprotector Pedro salió por la puerta, se bajó del taburete y, estirando su entumecido cuerpo, por fin pudo descansar de su persistente mirada, que no paraba de seguir cada uno de sus escasos movimientos.
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Después de cerrar, Pedro, acompañó a Paula a su apartamento y, tras algún que otro persuasivo beso, había conseguido meterse de nuevo en su cama, sin darle tiempo a pensar en el modo en que ambos habían acabado en la habitación. Si le daba demasiado espacio para que recapacitara, sabía que ella acabaría rechazándolo.
Tras hacer el amor como dos locos adolescentes, habían acabado exhaustos el uno en brazos del otro y, mirándola con intensidad, Pedro le dijo:
—Sé que aún no confías en mí, Paula, pero yo sí lo hago en ti. Por eso quiero que el día en que nuestro acuerdo finaliza, me mires a los ojos y me digas lo que de verdad sientes por mí.
—Nada —declaró ella, intentando esquivar su mirada—, no siento nada...
—Buen intento —comentó él, a la vez que le alzaba la cara para enfrentarse a sus huidizos ojos—. La próxima vez que intentes mentirme, procura ser más convincente —concluyó, besando sus labios con dulzura. Y luego añadió con decisión—: Creo que te dejaré algún tiempo para que decidas lo que quieres hacer. El catorce de febrero espero tu respuesta. Desde mañana y hasta el día de nuestra boda, no me cruzaré más en tu camino. Eso significa que no te llamaré por teléfono, no vendré a tu apartamento, ni me haré cargo de tu tienda.
—Eso lo creeré cuando lo vea —se burló Paula, consciente de que, desde que se conocieron, él no podía pasar ni un instante sin meter las narices en su vida.
Pedro le besó sensualmente el cuello, a la vez que sus manos volvían a acariciarla. Paula se dejó llevar por la pasión del momento, sin poder evitar entregarse a Pedro en cuerpo y alma. Él se puso las piernas de ella alrededor de la cintura, mientras la sujetaba por el trasero, acercándola más a la evidencia de su deseo.
—¿No se supone... que me ibas... a dejar en paz? —preguntó Paula entrecortadamente, recordándole su promesa.
—Te he dicho que a partir de mañana —aclaró él, antes de proseguir con una noche de lujuria y desesperación.
—¡Despierta, fierecilla! —exigió una insolente voz al oído de Paula, apartando la almohada que cubría su rostro.
Ella abrió los ojos un instante y vio frente a ella a Pedro, más atractivo que nunca con sus ropas informales y llevando una bandeja con un suculento desayuno.
—¡Déjame dormir! ¡Ahora que no tengo que ir a trabajar, pienso pasarme en la cama todo el día! —se quejó Paula, volviéndose a esconder bajo las sábanas.
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Que la madre esté inactiva durante el embarazo no es bueno. Debes caminar por lo menos una hora cada día, hacer unos ejercicios de preparación al parto y comer saludablemente.
—¡Me parece perfecto! —gritó ella, indignada—. ¡Cuando tú estés embarazado, haz lo que te dé la gana, porque este bebé y yo lo único que vamos a hacer hoy es descansar!
—Ya estamos embarazados —anunció Pedro, sonriente mientras ponía una mano sobre el todavía plano vientre de Paula.
—¡Capullo! —se enfureció ella, tapándose la cabeza.
—Bueno, si no quieres salir tendré que meterme yo.
—¡Ni se te ocurra, Pedro Alfonso! ¡Ni sueñes con que se va a repetir lo de anoche! Además, ¿se puede saber qué hacías en mi cama?
—Soñar contigo hasta que apareciste e hiciste realidad todas mis fantasías. ¿Estás segura de que no quieres volver al trabajo?
—¿No es mi tienda lo que tanto querías? ¡Pues enhorabuena, al fin la has conseguido! ¡Que te aproveche! —contestó Paula, indignada, dándole nuevamente la espalda.
Pedro retiró las sábanas y cubrió su cuerpo desnudo con el calor del suyo.
—Lo único que he deseado y siempre desearé es a ti —afirmó rotundamente, obligándola a enfrentarse a su firme mirada.
—No te creo —negó Paula una vez más, apartando la vista de la de Pedro, cuya mirada expresaba los más intensos sentimientos.
—Lo harás —declaró él, contundente, besándole el cuello con dulzura y haciendo que se rindiera nuevamente a sus caricias.
Después de la conversación con Nicolas, Paula había estado
dando vueltas por la ciudad sin rumbo concreto.
Simplemente deambulando entre los cientos de escaparates y luces que adornaban las hermosas calles del distrito comercial. En su cabeza aún resonaban las sorprendentes palabras del banquero, una revelación que, aunque quisiera negar cien veces, parecía ser cierta: Pedro, aquel adonis orgulloso y egocéntrico, se había enamorado de ella. Pero también le había roto el corazón con sus engaños.
Estaba furiosa por las mentiras que le había dicho y no sabía cómo podría confiar de nuevo en alguien que de cada cien palabras que salían de su boca, noventa y nueve eran falsedades y patrañas.
Finalmente, poco después de que todos hubieran desaparecido de Love Dead, Paula se había dirigido hacia su destartalado escarabajo y, tras sacar del maletero una bolsa con alguna ropa, subió a su apartamento para tomar nuevamente posesión de su pequeño hogar.
¡Quién podía imaginar que un intruso se había instalado allí,
apoderándose de todas sus cosas!
****
Cuando entré nuevamente en mi apartamento, lo observé con atención.
Todo parecía estar igual que antes: los platos limpios y ordenados, las viejas tazas en su estante, el salón, tan ordenado como siempre, aunque ahora sin las fotos que solían decorarlo. El silencio llenaba la estancia que tanto había añorado e ilusamente pensé que todo seguía igual que antes, así que me fui al cuarto de baño, me desnudé, dejando despreocupadamente tirada mi ropa por el suelo, mientras me daba una ducha para aliviar mi estrés.
Cuando me hube calmado lo suficiente, cerré el grifo y me sequé con una de mis esponjosas toallas. No me molesté en ponerme ropa, simplemente me dirigí hacia mi pequeña habitación. Desnuda y al amparo de la oscura noche, me metí en mi cama para disfrutar de un plácido sueño que me hiciera olvidar todos los problemas que tenía últimamente.
En especial uno enorme con nombre y apellido.
Me hice un ovillo bajo las sábanas y el viejo edredón e intenté olvidar al hombre que tanto había añorado últimamente. Me pareció percibir el embriagador aroma de su piel y reaccioné excitándome ante la idea de que Pedro pudiera estar tan cerca de mí como antes.
Mientras me sumía en un profundo sueño, pensé que lo que más anhelaba era que él me rodeara con sus fuertes brazos una vez más, haciéndome sentir segura, como siempre, y en un lugar donde nunca dudaba de la sinceridad de sus besos y caricias.
Me desperté en mitad de la noche, a causa de un sueño erótico de lo más real: las invisibles manos del deseo acariciaron mis senos, haciéndome gemir de placer cuando unos dedos rozaron mis erectos pezones. Por unos instantes noté el frío de la noche en el momento en que las sábanas y el edredón dejaron de cubrir mi cuerpo, pero una cálida piel masculina me hizo entrar rápidamente en calor.
Unos labios besaron mi cuello, bajando lentamente. Sentí cómo una juguetona lengua lamía mis pechos y luego soplaba levemente sobre ellos para excitarlos aún más, haciéndome retorcer de pasión. Las tentadoras caricias se hicieron más osadas. Mi húmedo sexo reclamaba con impaciencia el mágico toque, así que no me quejé cuando noté que me abrían las piernas y me devoraban con las apasionadas caricias de la lengua.
Así estuve hasta que me revolví inquieta en busca del placer que no se me concedía.
Sentí cómo un dedo se introducía lentamente en mi interior, mientras seguían excitándome con la boca. Me convulsioné llegando al orgasmo en el instante en que otra mano volvía a juguetear con mis pezones, a la vez que un dedo se hundía de nuevo en mí, imprimiendo un acelerado ritmo.
Cuando me sentía lánguida tras haber hallado el placer en los brazos de mi amante imaginario y me disponía a descansar de mi apasionado sueño, cogieron mis manos con delicadeza acercándolas a un fuerte pecho donde un corazón latía acelerado.
Abrí los ojos a la realidad que mi cuerpo ya había adivinado en cuanto mi amante se introdujo en mi interior lentamente, reclamándome como suya.
—Paula, te quiero, ¡no vuelvas a huir de mí nunca más! —suplicó el único hombre al que había entregado mi corazón y que no había dejado de amarme en ningún momento.
Miré sus bellos ojos azules suplicándome otra oportunidad y me rendí ante él, aunque tal vez a la mañana siguiente me arrepintiera de ello.
Lo rodeé con fuerza con las piernas, mientras con los brazos lo acercaba más a mí, para que nada ni nadie pudiera separarnos. Luego me dejé llevar, a la vez que él aumentaba sus apasionadas embestidas buscando nuestro mutuo placer. Yo grité su nombre en el instante en que alcancé el orgasmo y él dijo el mío decenas de veces mientras me declaraba su amor.
—¡Sólo una noche! ¡Aunque mañana me odies, concédeme esta noche para abrirte mi alma y demostrarte cuánto te amo! Mañana vuelve a odiarme, pero ¡esta noche sé mía! —rogó Pedro, abrazándome desesperadamente, y yo me rendí a sus súplicas.
—Sólo esta noche —concedí finalmente, antes de acallar sus posibles protestas con un beso y volver a caer entre los brazos de mi embaucador.