viernes, 3 de noviembre de 2017

CAPITULO 37




El local tenía una docena de mesas de plástico con sus respectivas sillas y la gente se sentaba muy cerca unos de otros, mirando un partido de fútbol en una gran pantalla. La barra se hallaba atestada de clientes que gritaban insultos bastante originales. Y, para colmo de males, el establecimiento tenía un nombre que parecía el título de una película porno: Las salchichas de Daisy. Por lo menos, la comida era bastante decente, pensaba Pedro, antes de devorar su último trozo de pizza.


—La próxima vez que salgamos, recuérdame que no te deje elegir el sitio donde iremos a cenar —comentó, observando con atención el lugar donde estaban comiendo, que no podía ser definido con otro calificativo que no fuera «tugurio».


—¡Venga ya! ¡Si te encanta la pizza! ¡Te has puesto como un cerdo! — exclamó Paula alegremente, chupándose los dedos.


—Eso es porque te has negado a que pida cubiertos y me has desafiado a comer con las manos, después de insinuar que soy un niño pijo —se quejó Pedro, mientras se limpiaba con una arrugada servilleta de papel.


—Eres tú quien ha dicho que podía elegir donde quisiera ir a cenar.


—Tengo dinero suficiente como para llevarte a un refinado restaurante francés en el centro de París en un momento y tú decides traerme aquí.


—Admítelo: no soy como tus otras mujeres, yo tengo cabeza y buen gusto —bromeó Paula, señalando el escandaloso ambiente que los rodeaba.


—Creo que algunas de las mujeres con las que he salido tendrían algo que decir ante esa afirmación. Recuerdo que entre ellas había una abogada y alguna que otra licenciada en Medicina. En cuanto a tu buen gusto, siento ser yo el que tenga que decírtelo, pero apesta.


—No te creo, rubito, seguro que todas eran modelos.


—No salgo solamente con modelos. Además, si eso fuera así, ¿en qué categoría te meteríamos a ti? Porque en estos momentos estás saliendo conmigo.


—Sólo porque me has pillado con la moral baja el día de mi
cumpleaños, y además no podía negarme por ese estúpido acuerdo.


—Olvidémonos de ese papel que nunca debió haber existido —replicó Pedro, un tanto molesto.


—¿Por qué? Es por lo único que sales conmigo —contestó Paula despreocupadamente.


—¿En serio crees que saldría contigo sólo por una estúpida apuesta? Estoy aquí porque me gustas —confesó Pedro, reconociendo en voz alta algo que llevaba tiempo pensando.


—¿En serio? —preguntó Paula un tanto irónica—. ¿Y qué es lo que te gusta de mí?


—La verdad, no lo sé —respondió Pedro tras un instante de reflexión—. Eres la mujer más molesta y fastidiosa que tengo el placer de conocer, siempre estás hostigándome con alguno de tus regalos o tus ácidos comentarios, pero, a pesar de ello, me gustas porque eres sincera y me tratas como si fuera una persona cualquiera y no el famoso Pedro Bouloir. No permites que mi ego se agrande por ser el dueño de Eros. No me halagas, más bien me retas continuamente, sin importarte mi poder o mi dinero. Además, me encanta deleitarme con ese cuerpecito tuyo que me provoca tantas fantasías. ¿Y bien? ¿Qué es lo que viene ahora? —planteó, levantándose de la incómoda silla.


—Lo siento, pero tengo que ir a un sitio al que tú definitivamente no puedes acompañarme. Así que por hoy nuestra cita termina aquí —dijo ella.


—¡Venga ya! Yo puedo ir a cualquier sitio al tú vayas, y sin duda alguna, ser el alma de la fiesta —se jactó él, burlándose de la mala fama que daba la prensa a sus numerosas y escandalosas reuniones.


—Vale, ¿por qué no? Después de todo, tengo derecho a divertirme un poco el día de mi cumpleaños —declaró Paula, mirándolo de arriba abajo con una de sus audaces sonrisas—. Pero no puedes ir así vestido. Nada de trajes millonarios: unos vaqueros y una camiseta valdrán.


—Si yo me tengo que cambiar de ropa, exijo que tú también lo hagas. Nada de vaqueros y camisetas. Quiero verte con un bonito y sexy vestido.


—Te daré una invitación y nos veremos allí, pero sinceramente, no creo que te dejen entrar.


—¿De modo que finalmente vamos a una fiesta de San Valentín? — preguntó, confuso con las evasivas de Paula a darle más pistas.


—Algo así —contestó ella, sonriendo maliciosamente.


—¡No me lo puedo creer! —exclamó Pedro una vez más, mientras admiraba su invitación que hasta hacía un momento no había abierto.


—Lo entiendo, amigo, ¡yo tampoco me puedo creer que tenga una de éstas! —comentó amigablemente el hombre que se encontraba en la cola detrás de él.


—«La discoteca Retorno les invita a la gran fiesta de anti-San Valentín, que comenzará hoy a las doce de la noche» —leyó Pedro en voz alta, sin acabarse de creer que Paula hubiera tenido la osadía de invitarlo a uno de esos actos.


Dudó un segundo cuando se encontró delante de la puerta. 


Su imagen resultaría gravemente perjudicada si alguien de la prensa lo veía asistiendo a una fiesta que representaba todo lo contrario de lo que él se dedicaba. Luego pensó en su amada Paula esperándolo toda la noche, decepcionada de nuevo por un hombre, así que cedió a la locura y se adentró en un mundo totalmente desconocido para él.


Cuando bajó la escalera, hacia el sótano de la discoteca, Pedro observó con curiosidad la inusual decoración. Unos globos en forma de corazones negros y blancos colgaban del techo. En la barra, algún que otro osito de peluche con cara amenazadora sostenía un rojo corazón con un escandaloso «TE ODIO». Todo lo demás parecía lo normal en cualquier fiesta: luces vibrantes, música alta, algunas bailarinas y un escandaloso disc jockey que daba la bienvenida a todos a aquella extraña celebración.


En un lado de la pista, hablando con un hombre bastante serio pero un tanto desaliñado, estaba Paula, con un explosivo vestido rojo. Un embaucador envoltorio que Pedro quería desenvolver muy lentamente, para deleitarse con el exquisito pecado que era su cuerpo. 


¡Joder! Si hubiera sabido que ése sería el resultado, no le habría pedido que se vistiera con algo más femenino. ¡Por Dios! ¡Tendría que pelearse con medio bar para llegar hasta ella, y apartar de su camino a un enorme número de babosos que no dejaban de intentar ligársela!


En esos momentos, Pedro únicamente tenía ganas de declarar a los cuatro vientos que aquella mujer era suya y gruñirle a todo espécimen masculino que osara acercarse a más de medio metro de ella.


—Y pensar que alguna vez he sido un hombre que desconocía el significado de la palabra «celos»... —suspiró resignado, mientras se adentraba en aquella infame fiesta, para ir en busca de su ansiada recompensa.



****


Paula terminaba de repasar los últimos arreglos con el encargado de la discoteca, sin poder dejar de buscar a Pedro con la vista. Seguramente, en cuanto viese el tipo de fiesta que era se habría echado atrás. Después de todo, ¿quién podría culparlo? Ella haría lo mismo si se tratase de una fiesta de San Valentín convencional.


De repente, vio cómo un atractivo hombre vestido con unos desgastados vaqueros, una camiseta oscura y una chaqueta de cuero marrón se abría paso hacia ella con impaciencia. Hasta que no lo tuvo delante, con su sonrisa burlona, no lo reconoció.


Pedro estaba más seductor que nunca con aquella ropa que con su serio traje. Parecía un chico malo. Había dejado atrás al empresario para sacar a pasear al sinvergüenza que sólo demostraba ser en su presencia.


—Bien, ¡aquí me tienes! —anunció, observando todo lo que había a su alrededor con suma atención, especialmente a ella y su tentador vestido.


—Sí y sin traje —contestó Paula, sonriendo maliciosa, mientras daba una vuelta a su alrededor para observarlo con mayor detenimiento.


—Y veo que tú también has cumplido y te has puesto un precioso vestido. Pero tengo una pega...


—¿Que no es negro? —lo provocó ella, recordándole otra tentadora adquisición que se había puesto para él.


—No. Que es demasiado provocador. ¿Sabes cuántos hombres están babeando por ti en estos instantes? —comentó, devorándola con su ávida mirada


No seas exagerado, Pedro. Yo no soy tan hermosa como una de tus modelos.


—Te puedo asegurar que esas insulsas mujeres no me han tenido tantas noches en vela como tú, ni me han hecho tomar tantas duchas frías, ni mucho menos me han vuelto tan loco e irracional como para que quisiera cargármelas al hombro y poseerlas en algún oscuro rincón —murmuró Pedro con voz ronca y excitada.


—Será mejor que te contengas, semental, ya que yo soy la
organizadora de esta fiesta —se burló Paula, golpeándole suavemente el pecho con un dedo.


—Bueno, ¿y qué es lo que hace una organizadora de este tipo de eventos? —preguntó él, más interesado en cuándo podrían marcharse de la fiesta que en el acto en sí.


—Después de pronunciar el discurso de inauguración, soy toda tuya.


—¿Lo dices en serio? Porque tengo un montón de ideas sobre lo que quiero hacer contigo esta noche —respondió Pedro, recorriendo su cuerpo con unos ojos azules llenos de deseo y expectación.


—Estás dispuesto a subir tu nota, ¿verdad? —bromeó Paula.


—Esta noche nada de notas —exigió él serio, mientras la retenía en su avance hacia el estrado de la discoteca—. Solos tú y yo, Paula, un hombre y una mujer. Nada más —sentenció, besándola profundamente y dejándola un tanto desorientada antes de pronunciar su envenenado discurso sobre el amor.





CAPITULO 36





¡Paz! ¡Silencio! Al fin podía respirar tranquilamente, después de horas de tortura. Al final había conseguido hacer entrar en razón a aquel insufrible hombre, cuando, con paso firme y unos alicates, había cortado los cables de los altavoces delante de todos los asombrados asistentes a la fiesta de Eros.


Mientras los presentes se quedaban horrorizados, Pedro simplemente se rio de su trastada sin darle demasiada importancia, molestándola aún más con su indiferente reacción.


En esos momentos, en Love Dead ya habían entregado gran parte de los pedidos y únicamente les faltaba ultimar los detalles de la fiesta de anti- San Valentín que celebraban todos los años. Su dolor de cabeza había disminuido notablemente gracias en gran medida a que la estruendosa y ñoña música del local de enfrente había cesado.


Paula se disponía a seguir con su trabajo, cuando la música volvió, más molesta que nunca.


—¡Esto es el colmo! —gritó indignada, volviendo a coger los alicates de la caja de herramientas de Joel.


Pero cuando salió de su tienda, vio que los altavoces estaban tal como ella los había dejado, mudos y con los cables cortados. A pesar de ello, una insufrible música resonaba por todo el distrito comercial. Desde el local de enfrente, Pedro sonreía burlonamente, apoyado en la puerta de Eros, animando a un grupo de músicos callejeros.


La música no cesaba un solo instante, mientras los asistentes a la fiesta elogiaban la originalidad del dueño y las propinas de los músicos no cesaban de aumentar. Pedro alzó los brazos, mostrándole su solución ante su sabotaje, luego terminó con una bonita reverencia y una irónica sonrisa, desafiándola a llevar a cabo el próximo movimiento.


Paula volvió airadamente a su tienda, dando un portazo y maldiciendo nuevamente ese día, ante la curiosa mirada de sus empleados. Tras sentarse detrás del mostrador para masajearse las sienes y tomarse otra aspirina, la campanilla de la puerta sonó y ella se preparó para dar la bienvenida a un nuevo cliente.


En el momento en que alzó la vista, se encontró delante a un grupo de mariachis, que de inmediato comenzaron a entonar, cómo no, la banda sonora de la famosa película Titanic, ahora dedicada en exclusividad a su persona.


Todo ello un amoroso detalle de su vecino y enemigo, Pedro Bouloir.


—¡Oh, eso sí que no! —gritó, metiéndose con decisión en la trastienda.


—¡Corred! ¡Corred! ¡Ha ido en busca de Betty! —advirtió Catalina, alarmada, a los músicos, que no tenían culpa alguna de que aquel día fuera catorce de febrero.


—¿Quién es Betty? —preguntó un hombre que tocaba la guitarra, ante el espanto que mostraban todos los trabajadores por la desaparición de su jefa.


—Su bate de béisbol favorito —comentó  despreocupadamente Agnes, colocando uno de sus osos en la cesta de la entrada.


—Normalmente, a las mujeres les gusta que les toquen una serenata — replicó uno de los músicos, no muy convencido de las advertencias recibidas.


—Pero Paula no es como las demás mujeres, muchachos, ¿es que acaso no os han dicho a qué se dedica esta tienda? —señaló la anciana, mostrándoles el eslogan de Love Dead: «San Valentín apesta».


Después de mirar boquiabiertos ese inaudito lema, los músicos vieron regresar a la mujer a la que debían agasajar con su canción, efectivamente armada con un bate de béisbol, y supieron que ése era el momento de huir, por lo que, sin mediar palabra, salieron corriendo del local.


—¡Y no volváis! —exigió Paula airadamente, amenazándolos con su arma—. ¡Y tú me las pagarás! —advirtió luego, levantando a Betty hacia el sonriente Pedro, que la miró burlonamente y, dirigiéndose a los músicos que seguían ante su puerta, pidió:
—¡Una vez más, chicos!


Y recomenzó la música que Paula tanto detestaba.


—Señor, ¡creo que tenemos un problema! —le dijo Gaston a Pedromientras le entregaba una docena de globos con la figura de un dedo un tanto insolente.


—¿Venían con alguna nota? —preguntó él, sabiendo sin lugar a dudas quién era la persona que le felicitaba tan cariñosamente ese día.


—No, señor, pero ¡creo saber de quién pueden ser!


—No te preocupes, Gaston, si esto es todo lo que puede hacer hoy, es que está demasiado ocupada —sentenció Pedro, descartando los temores de su empleado.


—Pese a todo, creo que debería ver un cartel que hay enfrente...


—No me interesa nada más de lo que haga esa insufrible mujer. Ahora estoy demasiado ocupado como para prestar atención a sus rabietas.


—Pero, señor, es que...


—Gaston, muévete y ve a atender a los clientes —cortó Pedro la conversación.


Los globos con forma de un desafiante dedo corazón no dejaron de llegar en toda la tarde. Pedro se deshizo de algunos, pero otros aparecieron como por arte de magia en su despacho, en la trastienda, en el baño, en toda su tienda... Su fiesta acabó finalmente llena de esos irritantes globos.


—Pero ¿qué demonios es esto? —gritó furioso, apartando aquellos ultrajantes presentes de la silla de su despacho.


—Creo que una estratagema publicitaria que tal vez usted debería ver, señor —insistió Gaston, señalando una vez más el cartel que Love Dead tenía en el escaparate.


Sobre una cartulina negra, en llamativas letras blancas, vio escrito: «¡Si superas los veinte dólares de compra en nuestros productos, nos aseguraremos de que el famoso playboy dueño de la tienda Eros reciba uno de nuestros globos Pienso en ti!».


—De acuerdo, Paula Chaves, ¡a esto pueden jugar dos! —exclamó Pedro, mientras se alejaba hacia su almacén en busca del material indicado para contraatacar. 


«Si estás enamorado, toca el claxon y recibirás un regalo» fue el cartel que él colocó en su escaparate, vengativamente, aumentando así el ruido ambiente.


El día de San Valentín finalizó sin más contratiempos. Los empleados de Pedro se habían marchado después de despedir al último cliente, los músicos, que recibieron una suculenta propina de su parte, emigraron al centro, donde se celebraban distintos festejos de San Valentín. Sólo le quedaba cerrar la tienda y marcharse a casa. Por la mañana temprano, la empresa de limpieza lo dejaría todo como nuevo, así que no había por qué preocuparse de recoger nada.


Miró su teléfono nuevamente y vio que no tenía llamadas de ninguna de sus examantes o amigas.


En ese preciso instante, Pedro se dio cuenta de que ese año sería el primer catorce de febrero que pasaría solo. Nunca le había gustado pasar ese día en soledad, así que siempre se rodeaba de hermosas mujeres. Pero ahora hacía dos años que no celebraba esa fiesta en condiciones, precisamente desde el momento en que conoció a aquella mujer que lo estaba volviendo loco.


Tal vez probara a invitarla a salir una vez más, o la convenciera de que tuvieran una noche de sexo. Al fin y al cabo, ella aún no se había marchado, y parecía estar esperando a alguien que no llegaba. ¡Como fuera ese Joel que lo tenía harto, le iba a dar una paliza! ¿Y si era algún otro hombre? No, desde que él la trataba, nunca la había visto salir con nadie, y con su agresivo carácter era imposible que tuviera una cita. No obstante...


Los pensamientos de Pedro fueron interrumpidos por la aparición de un hombre que intentaba desesperadamente entrar en la tienda.


—Lo siento, señor, hemos cerrado —le dijo Pedro, abriendo la puerta.


—¡Por favor, se lo ruego, es el cumpleaños de mi hija! ¡Se me ha hecho tarde y ya no hay nada más abierto! ¡Como llegue tarde y sin ningún regalo, se enfadará!


—Algo normal, ya que ha tenido todo un año para comprarle algo — suspiró Pedro, exasperado, mientras dejaba pasar al descuidado padre.


Era un hombre elegantemente vestido, con un traje bastante caro, por eso lo sorprendió que prestara tanta atención a la etiqueta de los precios.


—Verá, es que he estado muy ocupado. Cuando un hombre tiene una joven amante y una esposa, debe agasajar a las dos con habilidad para no hacer enfadar a ninguna —explicó el cliente alegremente, vanagloriándose.


Era un hombre tremendamente irritante, no paraba de hablar y de decir estupideces que sólo le interesaban a él mismo. Daba vueltas por la tienda sin mirar nada en particular.


Si no se decidía pronto, Pedro lo echaría a patadas, con regalo o sin él.


—¿Se ha decidido ya, señor? —suspiró, frustrado por tanta tardanza.


—¡Oh, no lo sé! ¿Usted qué me recomienda? —preguntó.


—Este oso —dijo Pedro, mostrando un enorme oso blanco, que llevaba un enorme corazón que decía «TE QUIERO».


—Pero ¿y si no le gusta? Mi niña es un tanto especial... —Dudó nuevamente, sacando de quicio a Pedro, quien sólo quería cerrar para ir en busca de Paula.


—Si no le gusta, le devuelvo el dinero —respondió, deseoso de que se marchara de una vez por todas.


—Bien, ¡me lo llevo! —se decidió por fin el hombre, racaneando hasta en el envoltorio del regalo, al que sólo le colocó un simple lazo.


«Pobre cría», pensó Pedro, cuando finalmente pudo cerrar la tienda.


Aquel hombre era un padre nefasto. Le preocupaban más sus caros trajes y sus mujeres que su hija. ¡Qué enorme desilusión sería para cualquier niña recibir un regalo comprado a última hora en la única tienda que había abierta!


Pedro esperaba que, por lo menos, ese peluche le gustara e hiciera sonreír a una pequeña que tenía la desgracia de tener un padre tan inútil.


Cuando vio al hombre en la acera de Love Dead, pensó en advertirle sobre su peligrosa dueña y lo inapropiados que serían los regalos de ese negocio para cualquier niña, hasta que vio cómo Paula salía para reunirse con él y empezaba a oír su interesante conversación.


—¡¿En serio?! —gritó ella, mientras miraba con desprecio el peluche —. Es una broma, ¿verdad? —preguntó amenazadora, contemplando el oso de arriba abajo.


—¡Feliz cumpleaños! —exclamó alegremente su padre, dándole un fuerte abrazo, con el que realmente sólo quería ocultar lo inapropiado de su presente.


—¡Llegas una hora tarde a nuestra cita y me traes un regalo de... de la tienda de enfrente! Sabes a lo que me dedico, ¿verdad? —lo interpeló ella, muy ofendida, soltándose de su abrazo.


—Sí, Paula, tengo la desgracia de saberlo de primera mano. Desde que abriste tu negocio, no dejas de mandarme tus originales regalos en algún que otro día especial —confirmó su padre, bajando la vista un tanto avergonzado.


—¿Y a pesar de saberlo me regalas esto? —gritó ella, furiosa, mientras enviaba al oso a la acera de enfrente de una patada—. ¡Te lo advertí! ¡Prepárate para el día del Padre!


—¡No, Paula! Por favor, ¡no hagas nada! ¡Cambiaré, te lo prometo! El año que viene será distinto, pero por lo que más quieras, ¡no me mandes uno de tus regalos!


—Has tenido todo un año para cambiar y no lo has hecho, ¿por qué debería creerte? —replicó ella tristemente, encerrándose en su tienda y dejando en la calle a aquel canalla que se hacía llamar padre y su regalo totalmente inadecuado.


Pedro cruzó la acera arrastrando el oso tras de sí, tirando del molesto lazo que llevaba al cuello. Cuando llegó junto al abatido hombre, le sonrió falsamente mientras le devolvía su dinero.


—Veo que no le ha gustado —comentó.


—No sé qué le pasa a esa niña. Si está soltero, será mejor que nunca se case: los hijos son tan desagradecidos... —dijo el hombre, marchándose con su dinero.


Poco después de que el padre de Paula hubiera desaparecido, Pedro llamó suavemente a la puerta de Love Dead.


—¡Vete Pedro! ¡No quiero celebrar San Valentín! —dijo Paula desde detrás de la puerta.


—¡Ah, pero yo no he venido a celebrar eso! ¡Vengo para celebrar tu cumpleaños!


Finalmente ella le abrió, dando por finalizado el horrendo día de San Valentín y el comienzo de una memorable cita de cumpleaños. O eso al menos fue lo que Pedro Bouloir le aseguró a la reacia cumpleañera.