sábado, 11 de noviembre de 2017

CAPITULO 63





Había comenzado el mes de diciembre y Pedro creía que necesitaría un milagro para conseguir que Paula volviera a hablar con él. Siempre que se encontraban, ella lo ignoraba, y cuando intentaba explicarse, únicamente recibía una mirada llena de odio. Para colmo, su hermano estaba cada vez más próximo a ella y Pedro tenía que observar desde lejos cómo Dario le dirigía una de sus sonrisitas llenas de satisfacción.


Estaba muerto de celos. Por si fuera poco, su insistente padre no dejaba de molestarlo con que llevara con él a una mujer a la grandiosa fiesta de Navidad que siempre celebraba el House Center Bank.


La única a la que quería tener junto a él constantemente era Paula, pero ¿cómo podía pedirle que lo acompañara a ese evento, si con eso sólo destaparía la verdad sobre él y su padre, consiguiendo que la joven encerrase su corazón aún más tras su duro caparazón?


Las mentiras cada vez se hacían más pesadas, pero sabía que si quería tener un futuro con ella, debía guardar silencio. 


Había tantas cosas que los separaban en esos momentos...: sus negocios, su molesto padre, su insistente hermano y, sobre todo, el mortificante acuerdo que pendía sobre sus cabezas.


Estaba realmente cansado de que todos sus amables intentos de acercarse a Paula no sirvieran de nada, así que decidió jugar sucio una vez más y cogió la maltratada copia del indecoroso trato que habían firmado hacía ya diez meses. Resuelto a no darse todavía por vencido, hizo una fotocopia del original, subrayando las partes más importantes del acuerdo.


Tras meterlo todo en un sobre, junto con una provocativa nota, envió a Gaston para que se lo entregase a Paula.


Para ocupar su tiempo en algo que le hiciera más corta la espera de la respuesta de ella, Pedro comenzó a colocar los adornos del gigantesco árbol de Navidad que decoraba su tienda; en ese momento, vio entrar a dos tipos.


Se trataba de dos individuos bastante estirados, con trajes de segunda que intentaban parecer nuevos, con los que pretendían proyectar un aire de importancia que en verdad no tenían. A lo largo de los años, Pedro se había topado con muchos hombres como ellos, sobre todo cuando era muy joven y rondaba la sala de juntas de su padre.


Ellos dos carraspearon para llamar su atención y Pedro bajó de la escalera, dispuesto a terminar pronto con la visita, ya que, desde que no veía a Paula, estaba casi siempre de muy mal humor.


—Señores, ¿qué los trae por mi tienda? —preguntó con fingida amabilidad.


—Verá usted, señor Bouloir, somos los abogados de los señores White y Harris. Queríamos hablar con usted sobre el trabajo que desempeñan sus hijos y sobre el lugar donde lo hacen —anunció con gran formalidad uno de ellos, que llevaba gafas, en un tono pretendidamente intimidador.


Pedro les dedicó una burlona sonrisa mientras se apoyaba en el mostrador y se cruzaba de brazos para escuchar las quejas de aquellos dos inútiles.


—¿Qué quieren comentarme sobre el trabajo de esos delincuentes?


—Deberían estar trabajando para usted, al fin y al cabo, es su propiedad la que dañaron. Sus padres no están de acuerdo en que trabajen para Love Dead, y están dispuestos a discutirlo ante un juez si hace falta.


—¿Ésas son todas sus quejas? —preguntó Pedro desinteresado, mirándolos con desdén.


—Sí, señor, eso es todo —finalizó el acompañante del de las gafas, que hasta entonces no había abierto la boca.


Pedro cogió su chaqueta italiana, sacó su teléfono móvil de uno de los bolsillos y del otro unos papeles bastante arrugados.


—Ésta es la sentencia del tribunal. Si han hecho bien su trabajo, porque lo han hecho, ¿verdad?... —preguntó irónicamente mientras observaba cómo los hombres revisaban los papeles—, verán que en ella se me otorga libertad para darles el trabajo que considere mejor para ellos. Y considero que el mejor en estos instantes es trabajar para Love Dead.


—Pero, señor Bouloir... —intentó cuestionar uno de ellos.


—Por si tiene alguna duda, aquí tienen a mi abogado. Jerome se lo explicará todo, entre otras cosas, que puedo ceder mis trabajadores al negocio que me dé la gana —informó Pedro, tendiéndoles su teléfono móvil con su abogado a la espera—. Y cuando terminen, pueden marcharse, señores. Soy un hombre demasiado ocupado para perder mi tiempo en estas nimiedades —concluyó Pedro, dejándolos mudos.



*****


Desde la puerta de Eros, Paula había visto cómo Pedro había
solucionado sus problemas antes de que aparecieran. Se marchó en silencio sin llegar a entrar en la tienda y, mientras se encaminaba hacia Love Dead, se preguntó si sería buena idea volver atrás, aunque sólo fuera para agradecerle los problemas que le había evitado a ella. Cuando entró en su
tienda, les explicó lo ocurrido a sus trabajadores y se sentó en su pequeño taburete tras el mostrador, aún un poco sorprendida por la ayuda desinteresada que Pedro le había brindado.


Segundos después, sorprendió a Amanda observándola sonriente, como si supiera algún secreto que ella desconociera.


—Aún no me puedo creer que ese niño mimado me haya ayudado sin intentar conseguir nada a cambio —comentó, más para sí misma que para los demás.


—Bueno, después de todo, no es la primera vez —murmuró Amanda, sorprendiéndola con su respuesta.


—¿Qué quieres decir? ¡Desembucha! —exigió Paula a la joven, que no se resistió demasiado a la hora de contarle todo lo que Pedro había hecho por ella.


En el momento en que Amanda terminó de relatar la larga historia de ayuda que había recibido su negocio para poder seguir en pie, Paula pensó que tal vez la opinión que tenía sobre Pedro estuviera equivocada. Tal vez debería ir a verlo. 


La verdad era que echaba mucho de menos su sonrisa y sus discusiones. Desde que no se hablaban notaba un vacío en su vida.


Últimamente Pedro parecía haberse olvidado de ella, pues ya no la atosigaba constantemente para obtener una cita, ya no intentaba besarla o llevarla a su cama con su convincente charla embaucadora. Simplemente la miraba a la espera de recibir una muestra de que lo había perdonado.


Pero Paula aún no podía olvidar a la modelo cogida de su brazo el día de la inauguración de la exposición. Aunque tal vez Pedro hubiera tenido algo de razón al pedirle que no viera más a Dario, ya que éste comenzaba a tratarla cada vez menos como amiga y ella empezaba a sentirse incómoda, porque sabía que con Dario nunca podría tener nada más que amistad.


No sabía si finalmente se había enamorado del adonis tal como él predijo desde un principio, sólo sabía que lo añoraba demasiado. Había llenado sus días con la compañía de Dario sin conseguir que él la hiciera olvidarse de Pedro


¡Lo echaba tanto en falta...! 



Pero no sabía cómo acercarse a él sin que su orgullo saliera herido, porque, aunque él fuera su antagonista en los negocios, sus insufribles caracteres eran muy similares. Y sin duda alguna, Pedro se regodearía en la victoria si ella cedía, porque eso es lo que Paula haría de estar en su lugar.


Suspirando resignada por no poder verlo un día más, echó una mirada al mostrador, donde había un sobre bastante abultado sin remitente. Pensó en tirarlo directamente a la basura, ya que posiblemente fuera otra de las amenazas del Comité, pero la curiosidad la llevó a abrirlo.


Paula sonrió al ver que tenía la excusa perfecta para volver a ver a Pedro.


En el sobre había una desafiante nota que decía: «No estás cumpliendo el acuerdo, ¿acaso has decidido dejarme ganar?». Y, junto a ésta, una copia del contrato que habían firmado, con uno de sus puntos subrayado.


Concretamente el que rezaba que ella no se podía negar a salir con él.


Pedro Bouloir, eres único a la hora de pedir una cita —bromeó Paula en voz alta, mientras marcaba un número que, aunque lo había intentado, nunca podría olvidar.


Aceptó ir con él a un caro restaurante francés, donde disfrutaron de una agradable velada. Se esmeró mucho en su apariencia, y se puso un elegante y sexy vestido negro de finos tirantes dorados.


Pedro, por su parte, era la personificación del pecado, vestido con uno de sus trajes negros, con el único tono de color de una impecable corbata blanca.


En la cena, dejaron al margen el tema de sus negocios y hablaron de cuestiones más personales. Él le preguntó por Emilia, su madre, y Paula le pidió que le contara algo de su familia. Un tema delicado, en el que Pedro no quiso explayarse demasiado.


—Tengo un hermano mayor que hasta hace poco se dedicaba al negocio familiar. Hace unos años se marchó y le dejó a mi padre todas las responsabilidades. Ahora, yo tengo que llevar mi empresa a la vez que lo ayudo. A veces es algo asfixiante, pero no quiero dejar al viejo solo — comentó tranquilamente, saboreando el vino.


—Tu hermano es un poco gilipollas, ¿no? ¡Mira que dejar solo a un anciano desvalido! —opinó Paula, preocupada por el pobre hombre.


Pedro sonrió ante el insulto que le había dedicado a su adorado Dario sin saberlo y prosiguió con la conversación algo más animado.


—No, en realidad comprendo a mi hermano: mi padre es un
manipulador y es muy difícil decirle que no.


—¿Pero...? —animó Paula.


—Yo ya me había acostumbrado a ser el segundo.


—¿Qué quieres decir? —preguntó, algo confusa con su respuesta.


—Que mi hermano es el mayor, el primogénito. Desde que nací, mi padre siempre insistía en que yo ayudaría a mi hermano a llegar a lo más alto en los negocios, porque sería él quien lo dirigiría todo. Aunque yo fuera más capaz, aunque fuera mejor, el lugar de mi padre sería para él. Por eso me harté y me largué para montar mi propio negocio —explicó Pedroacabándose su copa de un solo trago.


—¿Y por qué un negocio de regalos románticos? —inquirió Paula, por primera vez interesada en el tema.


—Por mi madre: a ella le encantaba San Valentín. Por desgracia, murió antes de poder ver mi primera tienda, pero ella fue mi inspiración —confesó Pedro. Tras un instante de silencio, fue su turno de preguntar sobre el origen de Love Dead—. ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué un negocio de regalos tan agresivos?


—Por mi padre. Ya sabes cómo es. Digamos que él también fue mi inspiración.


—Brindemos pues por nuestros queridos padres —propuso Pedroalzando su copa, rellenada por el camarero—. Dime una cosa, ¿cuándo nos interrumpirá alguno de tus empleados o recibiré uno de tus humillantes regalos? —inquirió luego Pedro, dispuesto a saber cuánto tiempo de paz le concedería esta vez Paula antes de hacer alguna de las suyas.


—Esta noche no vendrá ninguno de mis empleados y, para tu desgracia, por ahora no voy a regalarte ninguno de los espléndidos presentes de mi tienda.


—Entonces, al fin tendremos una cita normal.


—¿Por qué te extrañas?


—Tal vez porque nunca hemos tenido una. Dime cómo de normal será esta cita. Por ejemplo, ¿accederás al fin a venir otra vez a mi apartamento?


—Eso pregúntamelo después del postre... —insinuó Paula después de comer provocativamente una cucharada de su esponjoso pastel de chocolate.




CAPITULO 62





—¡No es justo! ¡Nosotros hemos trabajado mucho para esto! ¡Y hemos ganado! —protestaron al unísono sus nuevos trabajadores, cuando llegaron a Love Dead.


—No os preocupéis por eso, Kevin, Jeffrey... en el mundo siempre habrá personas que no sepan comportarse. Para eso abrí mi tienda: para enseñarles modales de una forma muy especial. Espero que vosotros estéis aprendiendo la lección. Anda, marchaos a casa —se apiadó Paula de los ingenuos adolescentes, dejándolos ir.


A la mañana siguiente, ninguno de los locales premiados en anteriores ediciones del evento de Halloween tenía placa, pero la mesa del despacho de Paula estaba llena de ellas y, junto a ese presente, una nota con una caligrafía pésima decía: «Hemos aprendido la lección, ahora les toca a
ellos».


¡Oh, Dios! ¡He creado unos monstruos! —bromeó Paula, mientras se secaba con cuidado las lágrimas de emoción que asomaban a sus ojos.


La placa le llegó por correo una semana después. Dos días más tarde, todos los comercios lucían de nuevo sus bonitas placas conmemorativas, incluido el suyo.





CAPITULO 61





Durante una semana, nadie supo lo que Love Dead aportaría a la fiesta benéfica. Los correctos padres del Comité intentaron insistentemente sonsacar a los dos chicos, pero por más que probaron de convencerlos con sobornos o amenazas para que confesaran el codiciado secreto, el peligro que representaban Agnes y sus ositos eran mucho más aterradores que acabar en cualquier internado.


Pedro observaba intrigado desde su tienda las idas y venidas de extrañas mercancías. En más de una ocasión, Gaston y él intentaron entrar en la tienda para ofrecer su ayuda, pero siempre eran recibidos con miradas recelosas.


Sin embargo, Dario siempre era acogido con una grata sonrisa.


Eso sólo conseguía incrementar el mal humor de Pedro, agravado por la desagradable noticia de que Lilian Leistone los ayudaría en la tómbola. Así que, mientras los maliciosos empleados de Love Dead se divertían como locos con una de las trastadas de Paula, él estaba condenado durante horas a un infierno de monotonía.


Finalmente, llegó la víspera de Halloween. Todos los insulsos puestos aburrieron inmensamente a los jóvenes, aunque resultaron algo entretenidos para los más pequeños. 


Poco después de que todos los tenderetes abrieran y la gente comenzara a llenar la plaza, un extravagante cartel fue colocado encima de la fuente pública por dos jóvenes disfrazados de hombres lobo y maquillados con gran habilidad. El cartel de los licántropos tenía un llamativo fondo negro sobre el que unas sangrientas letras rojas anunciaban:


«N.º 13 TIENDA DEL TERROR».


A continuación, atrajeron la atención hacia su publicidad aullando como lobos a la luna. Cuando se congregó bastante público, saltaron como maníacos hacia el suelo y corrieron hacia el puesto de Love Dead. Más de una docena de aburridos adolescentes los siguió, atraídos por una posibilidad que no los hiciera bostezar.


Paula repasó una vez más su «tienda del terror». Los decorados que había pintado Dario eran fabulosos y los adornos que había aportado Barnie, procedentes de las películas de miedo que a él más le gustaban, habían convertido el puesto en un escenario verdaderamente aterrador.


Larry había llevado un caro maquillaje y tenía una gran habilidad para convertirlos a todos en monstruos horripilantes. Él había decidido vestirse como el clásico y aterrador payaso asesino de los libros de Stephen King y, tras acabar con el maquillaje, en esos instantes comprobaba que una espeluznante cancioncilla infantil no cesara de sonar en ningún momento.


Agnes, con su disfraz de vieja bruja, estaba ultimando los detalles de los muñequitos vudú que adornaban uno de los escenarios; Joel, disfrazado de Freddy Krueger, terminaba de colocar las telarañas junto a un gran muñeco de un pulpo de ojos rojos, que al moverse resultaba bastante realista; Amanda, con sus harapientas ropas de zombi, comprobaba el resorte de su tumba en el pequeño cementerio representado en cartón piedra.


Los jóvenes Kevin y Jeffrey se habían marchado para atraer a los clientes, bastante emocionados con sus perfectos disfraces de licántropos y su excitante trabajo de esa noche. 


Paula, al final, se había decantado por un clásico disfraz de novia cadáver y Barnie... ¿dónde narices estaba Barnie?


—¡Otra vez no! —resopló Paula, resignada, mientras se dirigía hacia la entrada del tenderete, dispuesta a reprender a uno de sus insurrectos empleados.


Salió con paso resuelto en busca de Barnie, pero en el momento en que volvió a oír los gritos aterrorizados de los niños junto con el sonido de la falsa sierra mecánica, supo que su excéntrico amigo lo había vuelto a hacer.


Barnie, disfrazado como Jason, el protagonista de Viernes 13 que siempre llevaba una máscara de hockey, gritaba como un poseso mientras movía terroríficamente su arma como si fuera real.


—¡Barnie! ¿Cuántas veces tengo que decirte que todavía no hemos abierto? ¡Adentro! —ordenó Paula una vez más.


—Pero ¡Paula! ¡Alguien tenía que darles una lección a esos niños! ¡Iban a tirar huevos contra nuestro puesto! ¡Y papel higiénico!


—¿Y los de antes? —preguntó ella, ante sus vanas excusas.


—¡Eso era muy sospechoso! ¡Había demasiadas princesas!


—Ajá.


—¡Tú! ¡Mueve tu gordo culo y ayúdame con esto! —dijo la Bruja del Oeste, amenazándolos a todos con su escoba.


—¡Paulaaa...! —suplicó Barnie.


Pero su jefa no tuvo clemencia:
—Ya has oído a Agnes, Barnie: ¡a trabajar! ¡Creo que los clientes ya vienen! —añadió, emocionada ante el cercano sonido de aullidos que era la señal.



*****


—¡Queridos amigos, este año nos hemos superado con un grandioso y familiar evento en el que todos hemos disfrutado participando! Claro está que unos más que otros —exclamó triunfante Amelia Leistone, señalando el inusual cartel de la fuente, que dudaba que hubiera atraído a nadie. Y continuó—: Tras el recuento de las ganancias obtenidas, la placa
conmemorativa irá a parar este año a manos de Eros, ¡que ha vendido por la abultada cifra de dos mil quinientos dólares!


La insistente presidenta del Comité hizo subir al estrado a los empleados y el dueño de la tienda ganadora. Pedro esbozó su falsa sonrisa, deseando estar en cualquier otra parte, mientras Gaston, su inestimable ayudante, puso los ojos en blanco cuando la pegajosa Lilian lo apartó para continuar con su acoso a Pedro.


—¡Creo que se han olvidado de nosotros! —exclamó Paula, aún con su disfraz, subiendo al estrado acompañada de todos sus empleados—. ¡Tome! ¡Love Dead ha conseguido cuatro mil dólares! —anunció sonriente, depositando en manos de la presidenta su caja con las ganancias.


—¡No puede ser! ¡Usted no tenía un lugar asignado! ¡Y además ha traído la caja para el recuento después de la hora establecida y...!


—Usted me dio un número con el que participar y todavía no son las doce, por lo que no estamos fuera de hora. Así que, ¿dónde está mi placa? —preguntó impertinente, acabando con cada una de las pobres excusas de Amelia Leistone.


—La recibirá por correo —contestó finalmente la aturdida presidenta, eludiendo su deber.


—Ya, ¡como la adjudicación de puesto! —ironizó Paula, abandonando el estrado con una sonrisa llena de satisfacción al saberse ganadora, aunque no hubiera nada que lo demostrara.