domingo, 12 de noviembre de 2017

CAPITULO 66





—¿Cómo que no me puede mandar a nadie para que haga de Santa Claus? ¿No se supone que su agencia es una de las mejores de la ciudad? — gritó Paula, furiosa, a la enésima agencia que rechazaba trabajar para ella.


—Lo siento, señorita Chaves, pero hemos oído hablar de usted y de su tienda y no estamos dispuestos a trabajar para alguien que odia la Navidad.


—¡Yo no odio la Navidad, sólo San Valentín! —replicó Paula, antes de que cortaran la llamada.


Después de colgar furiosamente el teléfono de su tienda, se derrumbó deprimida encima de su mostrador. ¡Con lo bien que había empezado el día, después de pasar una maravillosa noche con Pedro! Ahora únicamente quería
volverse a esconder debajo de las sábanas con su guapo adonis y dejar fuera todos los problemas. Pero, para su desgracia, si quería que su negocio saliera adelante, eso era algo que no se podía permitir.


En ese momento, Joel entró por la puerta de Love Dead con una expresión decepcionada que solamente podía significar que él tampoco había podido llevar a cabo su encargo.


—Se niegan a alquilarnos ningún traje —anunció.


—¿Y comprarlos? —inquirió Paula—. Si nos apretamos un poco, podríamos comprar uno.


—Yo también lo he pensado. Dicen que no tienen ninguno.


—¿A cuántas tiendas has ido? —preguntó ella, esperanzada con la idea de que todavía quedara alguna que cediera ante sus súplicas.


—A todas, Paula, y no he conseguido nada en absoluto. ¡Ese maldito Comité ha extendido el rumor de que odias la Navidad y todo lo que ésta conlleva!


—Pero ¡si a mí me encanta la Navidad! —exclamó ella—. ¡Con los abetos y los regalos! En estas fechas apenas tenemos trabajo, excepto el día de los Inocentes y algún que otro gracioso regalo para el «amigo invisible». ¡Necesitamos un Santa Claus!


—Lo sé, Paula, pero creo que este año tendremos que pasar de él y su buzón de peticiones.


—¡Me niego! ¡Porque ese estúpido Comité me quiera tocar las narices no significa que me vaya a dar por vencida! No te preocupes, ya se me ocurrirá algo.


—Yo no me preocupo en absoluto. Sé que tú siempre sales del hoyo en el que intentan meterte, por profundo que éste sea. Por eso me gustas tanto, Paula —confesó Joel parte de sus más profundos sentimientos.


—Lo siento, Joel, estoy saliendo con ese niño mimado de enfrente. Aún no sé por qué, pero me gusta —se disculpó ella, sintiéndose un poco mal por no poder corresponder a los sentimientos de un hombre tan decente como él.


—Lo sé, solamente ten en cuenta que yo siempre estaré aquí cuando me necesites —contestó Joel, quitándole importancia a su revelación.


—¿Quién narices ha tenido la brillante idea de poner el muérdago encima de esa anciana homicida? —gritó el joven Kevin interrumpiendo el incómodo momento, mientras huía de una furiosa Agnes.


—Es una tradición de Love Dead. Consiste en que quien consiga besar a Agnes bajo el muérdago, obtiene una paga extra por Navidad.


—¿Ah, sí? ¿Incluidos nosotros? —preguntó el joven, algo más interesado en la jugosa recompensa.


—¡Pues claro! —confirmó Paula—. El concurso no excluye a ninguno de mis empleados, ni siquiera a los que están obligados a trabajar para mí. ¿Por qué no se lo comentas a Jeffrey? Aunque te advierto que es más difícil de lo que parece conseguir un beso de esa anciana, y sobre todo en estas fechas.


Entonces, si la beso, a final de mes recibiré una paga... ¿Así sin más?


—Bueno, tiene que ser un beso bajo el muérdago y en la mejilla, ya que no queremos que le dé un infarto. Y tienes que conseguir una prueba de tu valor. Con una foto vale.


—¡Bien, no parece algo muy difícil! ¡Prepárate, vieja bruja! ¡Antes de Navidad voy a conseguir darte un beso bajo el muérdago! —anunció triunfante el exaltado adolescente.


—¡Vuelve al trabajo! —ordenó la anciana, antes de darle un capón para aclararle las ideas y tenderle un oso penosamente cosido.


—¡Jeffrey! ¿A que no sabes cómo podemos conseguir algo de dinero esta Navidad? —comentó el joven por su móvil a su inseparable amigo, mientras arrastraba los pies hasta su lugar de trabajo.


—¿Desde cuándo tenemos ese concurso? —preguntó Joel, sorprendido por la invención de Paula, en el instante en que el emocionado joven hubo desaparecido de su vista.


—Desde este año. Será divertido ver cómo esos dos intentan besar a nuestra delicada abuelita —rio Paula, mirando cómo la furiosa Agnes le dirigía una de sus fulminantes miradas.


—Entonces, ¿tengo que besar a Agnes para tener paga este año? — preguntó Joel—. Porque si es así, te juro que le doy un beso de tornillo si hace falta —bromeó, irritando cada vez más a la dulce octogenaria.


—No, eso sólo era una excusa para darles algo de dinero a esos dos. Todos tenéis vuestras respectivas pagas —explicó Paula, aclarando la situación.


—Eres una chica malvada —declaró Agnes, señalando con un dedo a la responsable de sus problemas.


—No se lo pongas fácil —le pidió Paula.


Agnes cogió del mostrador una de las máscaras de cartón de Santa Claus que la tienda solía regalar a los niños por Navidad y se la puso.


—Nunca lo hago —declaró firmemente, encaminándose con paso firme a la trastienda.


—He pensado que Agnes estará triste por no poder ver a sus nietos este año, así que esos dos no la dejarán pensar demasiado en ello y nosotros nos divertiremos un rato —le explicó Paula a Joel, desvelando su verdadera intención, después de que la anciana se alejara.


—Aunque intentes ocultarlo, tienes un gran corazón.


—No se lo cuentes a nadie, por favor. Y ahora vuelve al trabajo, que yo tengo que ver cómo salimos de ésta y de paso le tocamos las narices a ese fastidioso Comité.



CAPITULO 65





«Un siete.» Eso era señal de que iba mejorando. Pedro sonrió ante la impertinente nota de Paula en la solitaria cama. Tal vez no lo molestó tanto
porque un siete era más que el mísero tres que recibió el primer día, o porque ya estaba acostumbrado a sus bromas pesadas.


La noche anterior había sido distinta a las otras. Sintió como si para ambos se convirtiera en un nuevo principio, en algo que los unía como nunca antes lo habían hecho sus encuentros sexuales. Paula se había comportado como si estuviera empezando a sentir algo por él, como si la coraza de su corazón hubiera caído, dejándolo entrar. Aunque la oscura sombra del contrato aún se interponía entre los dos, no era tan pesada como la verdad de lo que Pedro había planeado para ella en un principio.


Si Paula llegaba a enterarse alguna vez de que había querido quitarle su tienda y del motivo para hacerlo, nunca lo perdonaría. Por de pronto, disfrutaría de los momentos de felicidad que le aportaba estar con ella, y en Navidad se desharía de aquel fastidioso contrato que tanto lo molestaba.


Tal vez al cabo de un tiempo pudiera confesarle la verdad sin hacerle demasiado daño, pero Pedro sabía que antes de poder descubrírselo todo, tenía que ganarse tanto su corazón como su confianza, porque, si no, Paula lo alejaría para siempre de su lado y él no podía permitir que eso le pasara con la mujer que había atrapado finalmente su corazón





CAPITULO 64






—¿Qué haces tú con todos estos cuadros? ¿Por qué los compraste todos? —quiso saber Paula, bastante interesada en obtener una respuesta, tras observar detenidamente el apartamento de Pedro y su nueva decoración.


—Porque no quería que nadie más que yo viera de cerca tu hermosa sonrisa. Esa que últimamente no puedo hacer resurgir —contestó él, apenado, acariciando su rostro con gran ternura.


—Me morí de celos al verte con esa pelirroja —confesó Paula, buscando sus caricias.


—Yo estuve tentado de cometer un asesinato cuando te vi marcharte con ese idiota.


—Sólo me acompañó a casa. Dario es todo un caballero —explicó Paula, haciendo que Pedro se apartara, enfadado—. Pero al parecer, a mí me atraen más los sinvergüenzas —añadió ella, consiguiendo una ávida mirada llena de deseo.


—La pelirroja se fue en un taxi. Tu imagen fue la única que me acompañó a casa ese día —reconoció Pedro, señalando los hermosos retratos de Paula que adornaban su salón.


—¡No me digas que tuviste pensamientos indecorosos conmigo ese día! —bromeó ella, mientras le rodeaba el cuello con los brazos.


—Cariño, tengo pensamientos indecorosos contigo todas las noches y alguna que otra mañana —contestó él desvergonzadamente, acercándola a su cuerpo para mostrarle lo mucho que lo excitaba.


—Entonces sólo tengo una cosa que decirte —murmuró Paula, rodeándole la cintura con las piernas y sujetándose con fuerza a sus hombros—: llévame a la cama —susurró sensualmente junto a su oído, poniendo fin a la conversación de la noche.


Después de que llegaran juntos a la cima del placer, Paula se derrumbó sobre él, terriblemente cansada, pero con una gran sonrisa de satisfacción en su bello rostro.


—Ésta es una sonrisa que Dario nunca tendrá el placer de retratar —se jactó Pedro, contento, acariciando su hermoso perfil.


Paula sabía que tenía razón, por eso no contestó. 


Simplemente le dio un beso en el pecho y se durmió tranquilamente entre los brazos del único hombre que había conseguido hacerse con su corazón. Aunque aún no le diría la verdad. Todo tenía que ser perfecto. Buscaría la mejor oportunidad para confesarle que había ganado esa estúpida apuesta, junto con su eterno amor.


A la mañana siguiente, Paula aún no podía terminar de creerse que se hubiera enamorado. Después de tantos años protegiéndose, al final iba y caía ante el hombre más inadecuado: uno que poseía un negocio ñoño, era cien veces más educado que ella y mucho más guapo también, que siempre mantenía hipócritamente las formas, comportándose con demasiada amabilidad con todos, y, para colmo de males, uno al que las chicas se pegaban como moscas.


No, si al final esas estúpidas tarjetas de San Valentín iban a tener razón y el amor era ciego. De hecho, ellos dos no pegaban ni con cola, pero había ocurrido: el maldito Cupido se había vengado de todas las putadas que ella había hecho en su nombre y la había emparejado con el hombre menos indicado.


Pero eso a Paula le daba igual, porque el Pedro que ella conocía, con su astuta sonrisa, sus atrevidas jugarretas y sus excitantes juegos, también era, a la vez, el que más podía comprenderla: el único hombre que se había enfrentado a su genio sin salir huyendo, el único que entendía lo que ella necesitaba a cada momento, la persona que siempre estaba allí para ayudarla y el que, finalmente, había conseguido que volviera a confiar en alguien.


Pedro siempre sería el amor de su vida. Aunque el futuro los separase, nunca podría olvidarse de él. Por eso, en la nota que le había dejado en esa ocasión le ponía un siete, junto con el burlón comentario «Progresas adecuadamente». Después de todo, no había que dejar que su ego se hinchara demasiado o a saber entonces lo que podía ocurrir.


Cuando llegó a su trabajo estaba pletórica de felicidad, y poco podía imaginar que al final de ese mismo día no le quedaría ni una pizca de esa alegría.