miércoles, 25 de octubre de 2017
CAPITULO 8
Era catorce de febrero, día de San Valentín, a las siete y media de la tarde. Únicamente faltaba media hora para que el plazo de Paula Chaves terminara. El señor Alfonso estaba en su despacho, como cualquier otro día. Apenas había dedicado unos instantes de su tiempo a la alocada mujer del día anterior, seguro de que le sería imposible conseguir las mil firmas.
Sonreía satisfecho ante la idea de bajarle los humos a aquella jactanciosa joven, cuando su eficaz secretaria anunció la visita de la señorita Chaves.
—Señor Alfonso, su cita de las ocho ha llegado.
Paula Chaves, vestida con un traje chaqueta de un rojo chillón que dañaba la vista, entró lentamente en el despacho llevando una inmensa caja blanca con un hermoso y elaborado lazo rojo. La colocó en el suelo junto a ella y esperó pacientemente las victoriosas palabras del dueño del House Center Bank.
—Señorita Chaves, tome asiento, por favor —pidió Nicolas Alfonso, sonriente al ver que Paula tenía las manos vacías—. Como salta a la vista, las cosas han sucedido tal como yo suponía... —comenzó el señor Alfonso presuntuosamente.
—No, es sólo que mi nuevo ayudante está tardando algo más de lo previsto —replicó ella, mientras se sentaba sin perder de vista su presente.
—¿Se puede saber qué es lo que está haciendo su ayudante para tardar tanto? —preguntó Nicolas Alfonso, irritado al ver que ella no daba su brazo a torcer.
—Recoger las firmas, por supuesto —confirmó tranquilamente Paula Chaves, sin dejarse intimidar por la impaciencia del presidente del banco o por el tiempo, que se estaba acabando.
—¡Señorita! ¡Faltan diez minutos para que finalice el plazo! Le advierto que si a las ocho en punto su ayudante no está aquí, el trato quedará anulad...
—¡El ayudante de la señorita Chaves! —anunció la secretaria, espantada, mientras entraba un hombre elegantemente vestido, que llevaba una tarjeta de felicitación del tamaño de una persona.
—Lo siento, Paula, pero ¿sabes lo difícil que es meter este trasto en un coche?
En la tarjeta que depositó ante un anonadado Alfonso, unas letras de un llamativo color verde fluorescente dentro de un corazón negro, decían:
«Todas estas personas comprarían en Love Dead».
—¿Qué tipo de broma es ésta? —bramó Nicolas Alfonso, furioso y molesto con la tarjeta, que ocupaba gran parte de su oficina.
—No se preocupe, por si no tiene ganas de contarlas... —dijo Paula, abriendo con dificultad la enorme tarjeta y mostrándole la firma de todas las personas que apoyaban su proyecto—. Aquí le traigo las firmas —concluyó con una radiante sonrisa, depositando además unos doscientos folios encima de la grandiosa mesa del presidente.
—¿Cómo las ha conseguido en un solo día? —preguntó el señor Alfonso, asombrado, revisando uno por uno los folios y dándose cuenta de que, efectivamente, había más de mil firmas.
—Le contaré mi secreto en cuanto firmemos el préstamo.
—No pueden ser solamente firmas de sus amigos o familiares... — seguía divagando el financiero al verse vencido.
—¿Dónde está el contrato de concesión del préstamo? ¿No iba usted a cumplir su incuestionable palabra? —insistió Paula.
—Sí, espere un momento, señorita. ¡Ingrid! Redacte ahora mismo un contrato de préstamo para la señorita Paula Chaves—gruñó Nicolas Alfonso por el intercomunicador, admitiendo al fin su derrota.
—¿Cómo lo ha hecho? ¿La apoya alguna gran compañía? ¿Ha llevado a cabo una campaña publicitaria impactante?
—Todo a su debido tiempo, señor Alfonso, todo a su debido tiempo — esquivó Paula hábilmente su pregunta, dispuesta a no descubrir su secreto hasta el último instante.
Nicolas ya empezaba a pensar que estaba ante una futura y brillante empresaria y a cuestionarse seriamente la primera impresión que le había causado, cuando Ingrid llevó los contratos debidamente redactados a su despacho y, tras las firmas de rigor, la joven reveló su verdadera personalidad.
No era que Paula Chaves fuera muy hábil en los negocios, o que tuviera importantes contactos. No señor, la verdadera Paula Chaves era una taimada mentirosa que los volvería locos a todos en el banco. Aquel contrato era peor que haber firmado uno con el mismísimo Belcebú. Por lo menos con el diablo tal vez se pudiera razonar, pero con Paula Chaves...
—Bueno, señor Alfonso. En realidad, lo que hice fue ofrecerles a algunos clientes mis servicios gratuitos durante un tiempo ilimitado. Pero tan sólo el día de San Valentín —explicó Paula finalmente al interesado banquero.
—Pero ofrecer sus servicios a más de mil personas gratuitamente, ¡la llevará a la ruina! —exclamó Nicolas, asombrado ante su inteligente, pero suicida estrategia.
—En realidad los convencí a todos para obsequiar a una sola persona.
—Eso es brillante, señorita Chaves, ¿y de dónde ha sacado a esas mil personas? —preguntó Nicolas algo confuso, compadeciéndose del destinatario de regalos tan cuestionables como los que habría en la tienda de esa joven.
—Si las mira bien, verá que son mil seiscientas cinco personas las que me apoyan. La verdad es que no podía haberlo conseguido sin su ayuda, señor Alfonso.
—¿Sin mi ayuda? —preguntó él, aún más confuso.
—Sí, usted me proporcionó los mil seiscientos cinco nombres y sus números de teléfono.
—¿Yo? —se asombró el hombre, comenzando a temerse lo peor.
—Sí, usted —respondió Paula, arrojando encima de la mesa la lista de los morosos que el banco exponía tan a la ligera en sus dependencias.
—¿Las firmas que usted ha conseguido son de clientes deudores de mi banco?
—Sí, más concretamente de estos deudores —confirmó la joven, señalando la infame lista.
—Y adivine quién ha sido la persona a la que todos quieren agasajar con mis presentes —lo retó burlonamente, regodeándose en su victoria.
—No me dirá que piensa atosigarme con los regalos de su tienda. ¡Le advierto que puedo cambiar de opinión respecto a su préstamo y...!
—¿Incumpliría su palabra, poniendo en cuestión su prestigioso apellido? Y es más, ¿se arriesgaría a exponer su banco a un escándalo cuando mi contrato, debidamente firmado, fuera anulado sin motivo?
—¡Piénselo bien, señorita! ¿Sabe usted a quién se está enfrentando?
—Lo siento, señor Alfonso. Voy a abrir mi tienda para que personas como usted entiendan los mensajes, así que, lamentándolo mucho, es mi primer cliente. ¡Feliz San Valentín! —anunció alegremente, dejando la hasta entonces olvidada caja del sugerente lazo rojo encima del escritorio del presidente del House Center Bank.
—¡No pienso abrir esta caja por nada del mundo! —exclamó él, furioso.
—¡Usted verá! Dentro de unos minutos, exactamente cinco, si no se abre la caja, ésta se autodestruirá y, créame, no le gustará demasiado lo que ocurrirá en su despacho.
—Está bromeando, ¿verdad? —dijo Nicolas Alfonso, incrédulo.
—No, tiene un resorte especial, obra de un amigo que me aseguró que así ninguno de nuestros paquetes quedaría sin abrir.
—¡Fuera de aquí y llévense eso! —ordenó iracundo el dueño del banco.
—¡Ah, no! Lo siento, pero yo he cumplido mi encargo. Si quiere deshacerse del paquete, hágalo usted mismo, aunque le advierto que sería mejor que lo abriera...
—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡Espero que usted y su tienda no tarden mucho en arruinarse!
—Feliz San Valentín a usted también, señor Alfonso—se despidió dulcemente Paula Chaves, antes de alejarse de las lujosas oficinas del último piso del House Center Bank.
—¿Crees que lo abrirá? —preguntó un sonriente Joel a su nueva jefa, mientras salían de aquel ostentoso lugar.
—Ni de coña, lo más probable es que se aleje de la oficina hasta que pasen los cinco minutos de rigor y luego entre de nuevo con precaución.
—Ese resorte que inventé no tardará en hacer salir el regalo como si de una caja sorpresa se tratase y esparcirá su contenido por toda la habitación. ¡Estoy impaciente por oír el resultado! ¡Atención! Cinco, cuatro, tres, dos, uno...
Unas iracundas maldiciones resonaron por todo el House Center Bank, haciendo que los empleados corrieran a ver qué le ocurría al empresario.
—Joel, tu idea es muy original, pero me niego a poner ese producto en el catálogo de la tienda. ¿Sabes cuánto me ha costado que el gran danés de mi madre hiciera sus necesidades en esa caja?
—¡Y pensar que todos los de la lista querían colaborar y no los dejaste! —replicó Joel, sin poder dejar de reírse.
—¡Joel, teníamos que llenar una caja, no un camión! —contestó Paula, sonriente al ver cómo su compañero se convertía nuevamente en un hombre con esperanzas.
—No sé cuánto durará este loco negocio tuyo, pero mientras esté abierto no dejaré de apoyarte —declaró Joel fielmente.
—Claro, pero eso sólo porque te he adjudicado la tarea de traerle el regalo a Nicolas Alfonso el próximo año —bromeó Paula, mientras salía contenta de un edificio que ya no la intimidaba en absoluto.
CAPITULO 7
Nicolas Alfonso, de unos cincuenta años, con el cabello cano y unos fríos ojos azules, de porte severo y elegante, se dignó bajar de sus oficinas para poner fin al escándalo. En un principio creyó que aquella inquietante muchacha habría hecho alguna de las suyas, pero pronto descubrió que sólo era uno más de los deudores de la larga lista que el banco exponía, con la idea de avergonzarlos, hasta que saldaran sus múltiples y abultadas deudas.
¿Es que las personas no podían aprender a controlar sus finanzas? Él, desde muy pequeño, había aprendido a manejar su fortuna y multiplicarla con facilidad, y sus hijos habían aprendido de él, como él lo hizo de su padre. Por desgracia, en las familias siempre había alguna oveja descarriada y en esa generación le había tocado a su hijo Pedro, un despreocupado vividor al que le encantaba viajar y que había renunciado a seguir con el negocio familiar.
Desdichadamente para Nicolas, Pedro tenía el genial toque de oro de la familia y a partir de una simple tiendecita abierta en un cochambroso local, había levantado una gran cadena de tiendas conocida en todo el mundo.
La inesperada visita de su hijo llegó justo después de que él acabara su cita con la jovencita impertinente. La misma que, mientras el exaltado hombre era conducido fuera de las dependencias del banco, lo miraba con intenso odio como culpándolo de todo, como si él fuera responsable de todas las desgracias del mundo.
Esa mirada retadora le recordaba mucho a la de su hijo Pedro cuando éste había asomado por la puerta de su oficina con una sonrisa de suficiencia en los labios, anunciando que ese día pagaría todo el dinero de sus préstamos y que ya no necesitaría más. Pedro había desafiado a todos con su negocio e independencia, y había hecho que su padre se arriesgase con un préstamo que no hubiera llevado a nada si no fuera porque ese hijo suyo era un lince de las finanzas.
Si hubiera tardado un año más en devolverle el dinero, ahora tendría a sus dos vástagos dirigiendo su banco con él, pero no, su impertinente Benjamín tenía que conseguirlo antes de tiempo y zafarse de todas sus responsabilidades.
Ahora sólo le quedaba un hijo para dirigir el negocio y un montón de problemas, pensaba Nicolas Alfonso, mientras observaba cómo la arrogante muchacha que le había exigido un préstamo, cogía con violencia la lista de morosos sin que nadie pudiera detenerla. Por lo menos, ése sería un problema del que se desharía muy pronto, concretamente en San Valentín.
****
Sin proponérselo, Nicolas Alfonso le había servido en bandeja la solución a todos sus problemas. Paula Chaves salió alegremente del banco, llevando aquel trozo de papel en la mano.
En la escalera del House Center Bank, el desesperado que minutos antes había gritado furioso por el injusto trato recibido, estaba sentado cabizbajo, sin encontrar solución a los conflictos de su vida. Tenía ojos verdes y hermosos cabellos castaños; en realidad, sería bastante atractivo de no ser por su aspecto desaliñado.
—La lista ya no está, me la voy a llevar yo —le dijo Paula,
mostrándole el arrugado papel al abatido sujeto.
—Gracias, señorita, pero no creo que eso solucione ninguno de mis problemas —replicó él, hundiendo los dedos en su pelo y escondiendo la cara.
—Tengo una idea, ¿sabe? Tan sólo es un proyecto —comenzó a explicarle Paula, sentándose a su lado—. Todos dicen que es imposible de realizar, pero yo no voy a rendirme y voy a conseguir un préstamo de esos pedantes y a hacerles el día a día bastante más difícil.
—Buena suerte en su intento, señorita —le deseó él educadamente, sin entender por qué aquella joven le contaba sus sueños, cuando los suyos hacía tiempo que estaban rotos.
—He decidido que usted va a ayudarme en mi negocio y que será mi primer empleado. Tal vez al principio no pueda pagarle mucho, pero en el momento en que usted comprenda el funcionamiento, el trabajo le encantará.
—Señorita, si aún no ha conseguido su préstamo, ¿cómo pretende contratarme?
—¡Oh, muy fácil! Mi primer pago será una comida caliente, un lugar donde dormir y, por supuesto, uno de los regalos de mi futura empresa, para la persona de su elección, el día de San Valentín.
—En estos momentos no tengo a nadie especial a quien regalarle nada, ni tampoco ganas de perder tiempo con ello —rechazó el joven la idea de un regalo amoroso.
—Oh, pero es que mi empresa no hace ese tipo de regalos. Es un tanto... inusual.
—¿Y se puede saber qué es lo que regala su empresa? —indagó él, sumamente extrañado.
—Acérquese y le contaré el secreto del triunfo de mi negocio —dijo Paula, mientras le susurraba al oído lo que ofrecería su tienda.
El hasta entonces desalentado individuo escuchó atentamente las locas ideas de su joven salvadora y, cuando Paula finalizó su explicación, estalló en estruendosas carcajadas que lo hicieron olvidarse de sus problemas.
—¿Y dice que se lo entregará a quien yo le diga? —preguntó animado, sin apartar los ojos del House Center Bank.
—¡Oh, sí! Para eso he decidido crear mi empresa, para que todos podamos expresarnos por igual el día de San Valentín. Pero ¡primero tenemos que conseguir un préstamo de este banco tan estrecho de miras!
—Soy Joel, señorita, no sé si conseguiremos el préstamo o si su tienda durará solamente un día o más de un año, lo que sí sé con certeza es que me divertiré mucho en el proceso, ¡así que cuente conmigo! —comentó excitado, estrechando la mano de su futura jefa.
—¡Bien! Entonces levántate, Joel, tenemos mucho que hacer y poco tiempo para ello, aunque creo conocer a unas cuantas personas que sin duda me ayudarán a conseguirlo —dijo Paula maliciosamente, a la vez que miraba el imponente edificio que ahora ya no la intimidaba.
El House Center Bank aún no sabía lo que le esperaba.
CAPITULO 6
¡Cuervo avaricioso! ¿Cómo se atrevía aquel viejo usurero a tratarla como una estúpida sin cabeza? Porque él se hubiera quedado a años luz del progreso no significaba que el mundo no hubiera avanzado. Ella le demostraría cuán equivocado estaba y le borraría de un plumazo aquella sonrisa de superioridad que mostraba su rostro cuando la vio aceptar ese ridículo trato.
¿Es que acaso ese hombre se creía que era idiota? ¿Es que pensaba que por ser el día más amoroso del año su negocio no tendría clientes?
Vale que no era el más indicado para la fecha, pero Paula estaba totalmente segura de que había cientos de personas que pensaban como ella.
Lo difícil era demostrarle a ese banquero obtuso que los clientes contratarían sus servicios aunque fuera San Valentín. Lo tenía realmente crudo si quería conseguir mil firmas en un solo día, y más en ése, tan señalado para los enamorados.
Si tuviera una deslumbrante estrategia sobre cómo conseguir la firma de tantas personas... Si se metía en algún centro comercial para buscarlas, se asfixiaría entre ese sinnúmero de estúpidos adornos en forma de corazón, y explicar el objetivo de su negocio entre tanto loco enamorado solamente la llevaría a recibir una avalancha de abrazos y miradas de compasión.
Ir puerta por puerta estaba totalmente descartado, ya que creerían que estaba loca. Las llamadas de teléfono no servían para nada, a no ser que tuviera una lista de personas que aseguraran al cien por cien su firma.
Sería perder tiempo y dinero.
¡Debía tener una idea brillante y debía tenerla ya!
****
—¡Le exijo que quiten mi nombre y mi número de teléfono de esa estúpida lista! —gritaba muy alterado un hombre de unos treinta años en medio del gran House Center Bank.
—Señor, le ruego que se tranquilice o tendremos que llamar a seguridad —le dijo, algo molesto, uno de los empleados más estirados de las elegantes oficinas.
—¿Quiénes se creen que son para publicar mis datos personales tan despreocupadamente? ¿Es que la privacidad de sus clientes no significa nada para ustedes?
—Señor, cuando usted firma uno de nuestros préstamos, accede a que utilicemos sus datos a nuestra discreción, por lo que esa lista es totalmente legal.
—¡Eso seguro que estaba en la letra pequeña, igual que los abusivos intereses! ¡Ya tienen mi casa! ¿Qué más quieren de mí? —gritó furioso.
—Que pague sus deudas, señor —contestó petulante el trabajador del banco, que, como todos los de su calaña, carecía de sentimientos.
—¡No tengo trabajo, carezco de casa y ni siquiera sé dónde pasaré esta noche! ¡Y gracias a su estúpida lista, nadie me da una oportunidad de ganarme la vida honradamente, porque me tachan de deudor y, para muchas personas, alguien que no puede pagar sus deudas no es de confianza!
—Lo siento, señor, pero si no hubiera perdido su trabajo...
—¡Estúpido pedante! ¡Lo perdí porque cerró la fábrica donde
trabajaba, no por vago o descuidado! Y ustedes, desde ese día, no hacen más que atosigarme. ¿Qué es lo que quieren? ¿Que se lo pague con sangre? — exclamó colérico, en medio de su desesperación.
—¡Ya es suficiente! —exclamó una firme y pausada voz que hizo que todos guardaran silencio—. Échenlo de aquí —ordenó el señor Alfonso a los guardias de seguridad, que no dudaron en mostrarle el camino de la salida al alborotador.
El hombre se resistió entre quejas y exigencias, pero finalmente se rindió derrotado y se dejó arrastrar hacia la calle, adonde lo arrojaron violentamente, mostrándole cuál era su lugar.
CAPITULO 5
Varios años después...
Me encontraba allí, delante de aquel inmenso edificio que era el House Center Bank, una antigua y lujosa construcción que parecía no tener fin. Su imponente aspecto intimidaría a cualquiera, pero se trataba de mi última oportunidad para conseguir cumplir mi sueño de montar un inusual e insólito negocio al que nadie osaba darle la más mínima oportunidad.
Después de todo, yo sólo era una estudiante de veintitrés años que acababa de terminar la carrera de Empresariales y tenía muchas ideas estúpidas, o eso era al menos lo que opinaban de mí los diez bancos a los que había acudido con anterioridad en busca de apoyo financiero.
Ése era el último de mi lista, el último de la ciudad y el más odiado por todos. Los intereses que cobraban eran abusivos, los cargos por retraso en los pagos, los más elevados, y los requisitos para la concesión de préstamos, sumamente exigentes.
Pero estaba decidida, así que entré dispuesta a conseguir el dinero para abrir una tienda en la avenida principal. Había encontrado el local perfecto para mí, se hallaba en la parte conocida como Old Town, lo que hacía años era el centro comercial de Pasadena, una zona abierta con una larga y extensa área llena de comercios a ambos lados de la calle, transitada por personas y coches por igual. Era el sitio idóneo para mí y no pensaba perderlo por un insignificante problema como podía ser el dinero.
Me adentré en el vestíbulo y busqué en el panel de información dónde estaba el despacho de la persona más importante de la empresa. El presidente y dueño del banco, Nicolas Alfonso. Se encontraba en la última planta.
Posiblemente sería la persona más ocupada del mundo, y la más difícil de ver, pero como yo soy muy persistente y además se acercaba San Valentín, mi genio empezaba a fluir y a hacer acto de presencia. De modo que subí hasta la última planta, donde una secretaria con cara de bulldog detuvo mis pasos.
—¡Señorita! —llamó la soberbia mujer, deteniendo mi camino hacia el éxito—. ¿Tiene usted cita programada con el señor Alfonso? —preguntó, deteniéndose protectoramente delante de la puerta del despacho.
—No, pero tengo que hablar de un asunto de negocios con él.
—El señor Alfonso es un hombre muy ocupado, así que posiblemente no tendrá tiempo para usted. No obstante, si quiere esperar puede hacerlo. —Sonrió maliciosamente, señalándome unas incómodas aunque modernas sillas. La vieja y arrugada momia no hizo amago alguno de anunciar mi presencia al presidente del banco, pero yo no me iba a rendir tan fácilmente, de manera que aguanté el hambre, la sed, el frío y el sueño y me quedé allí casi hasta el cierre, momento en que una alta, orgullosa y encanecida figura pasó rápida y despreocupadamente junto a mí, sin dignarse siquiera dirigirme una mirada.
La vieja arpía de la secretaria me sonrió mostrándome la salida, pero yo por nada del mundo iba a ceder, y menos ante alguien como ella. Así que a la mañana siguiente volví con un gran bolso, me senté frente a la vieja bulldog sin que ella me indicara dónde hacerlo, y ante su atónita mirada saqué un bocadillo, una revista y un botellín de agua.
Esta vez el señor Alfonso me dedicó una rápida ojeada al pasar junto a mí, descartándome con igual celeridad que el día anterior.
Pero yo era persistente y tenaz y regresé una y otra vez, ante la atenta mirada de todos. Día a día ampliaba el tamaño de mi bolso y poco a poco fui apropiándome de una parte de la oficina.
El día en el que me llevé mi almohada anatómica y mi mantita, el presidente preguntó mi nombre; cuando desplegué mi sillón hinchable y me acomodé con mi termo de chocolate caliente, se interesó por el motivo de mi presencia allí y, finalmente, en el momento en que acomodé mi saco de dormir en un rincón de la oficina, me llamó a su despacho.
****
Nicolas Alfonso observó atentamente a la persistente mujer que no dejaba de atosigarlo.
No era nada especial; no obstante, no estaba seguro de que si la echaba de su banco, aquella pequeña alborotadora no montara algún que otro escándalo. Ya tenían demasiada mala publicidad como para aumentarla si se corría la voz de que despedían con cajas destempladas a cualquier jovencita que fuera a pedir un préstamo. Había intentado con sutileza que la chica desistiera de su empeño de conseguir algún tipo de préstamo, pero parecía que aquella señorita no entendía sus múltiples rechazos. Sin mediar palabra,
Nicolas Alfonso la invitó a sentarse e intentó intimidarla con su escrutadora mirada, pero ella se limitó a sonreír amigablemente a la vez que le tendía su proyecto.
Después de leerlo, el señor Alfonso definitivamente necesitaba un trago. ¡Estaba loca! ¡La tal Paula Chaves estaba como una regadera!
¿Cómo se atrevía a presentar aquella broma como un proyecto serio a un banco tan importante como el House Center Bank?
—Estará bromeando, ¿verdad, señorita? —preguntó Nicolas, mientras se dirigía a su caro aparador para servirse finalmente un fuerte licor que lo ayudara a lidiar con aquella chiflada.
—No. Es un proyecto factible y original y, definitivamente, abarcará un nuevo mercado.
—¿En serio cree que podrá conseguir que una sola persona compre uno de sus ridículos artículos?
—No una, sino cientos, incluso miles. Hice un estudio de mercado y...
—¡Esto... no tiene futuro! —gritó Nicolas Alfonso, golpeando la elaborada carpeta con una mano—. Sólo es la fantasía de una niña amargada que acaba de terminar la universidad y tiene demasiados pájaros en la cabeza —declaró firmemente el presidente del banco, intentando amilanarla. Qué pena para él que ella no fuera esa clase de mujer.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarle que este proyecto es viable? —preguntó decidida.
Nicolas sonrió ante la oportunidad que se le brindaba de deshacerse de aquella desquiciada, y aprovechó su pregunta para pedirle lo imposible.
—Muy bien, señorita Chaves, si para mañana, que es catorce de febrero, consigue mil firmas de personas que aseguren que comprarían en su tienda esos absurdos productos, no tendré más remedio que aceptar que su negocio es viable y le concederé un préstamo. Pero si no lo consigue, dejará de acosarme a mí y a mi banco —concluyó tajantemente Nicolas Alfonso, dispuesto a hacer un trato con el mismo diablo con tal de deshacerse de ella.
—¿Me está diciendo que si consigo esas firmas me dará el préstamo? ¿Quién me asegura que usted no me echará de aquí mañana, aunque le demuestre que mi negocio es rentable?
—¡Señorita, ¿cómo se atreve a dudar de mí?! Nadie en mi familia ha incumplido nunca su palabra. ¡Le daré el dinero de mi propio bolsillo si hace falta con tal de mantener mi compromiso! —manifestó Nicolas, seguro de deshacerse de la joven sin tener que tratar una cuestión tan absurda con el
consejo de administración—. Pero antes de aceptar, recuerde el tipo de regalos que usted ofrece y el día que es mañana.
—¡Oh, créame!, no soy capaz de olvidarme de ese maldito día. Pero mañana no será tan desgraciado para mí, porque conseguiré el dinero para mi negocio.
—¡Usted verá, señorita! Tiene hasta las ocho de la tarde de mañana para conseguir esas mil firmas. A las ocho y un minuto ya no habrá préstamo y se le prohibirá la entrada en mi banco de por vida.
—¡Trato hecho! —convino Paula, totalmente decidida, tendiéndole la mano con firmeza.
Nicolas Alfonso se la estrechó, proponiéndose no regodearse demasiado en su victoria cuando ésta llegara; después de todo, era un caballero.
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