sábado, 28 de octubre de 2017
CAPITULO 17
—¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Estúpida! —mascullaba furiosa, de camino a mi tienda—. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? ¡Una apuesta! ¡Jugarme mi negocio, que tanto trabajo y esfuerzo me ha costado, en una jodida apuesta!
»Vale que a ese adonis le será imposible conquistar mi corazón.
Después de todo, nadie ha conseguido enamorarme en veinticinco años y este niño bonito no va a ser el primero. ¡Y menos después de saber que solamente lo hace para arrebatarme lo que más quiero! No obstante, es una enorme insensatez haberle propuesto este escandaloso trato.
¡Todo es culpa de su agresivo e irreflexivo carácter!
¿Y cómo demonios he acabado tumbada encima de ese mostrador, como si de un tálamo se tratase? ¡Por Dios! ¡Si sólo ha sido un beso! Pero es que ese tipo sabe besar, y esas fuertes manos cómo acariciar en los sitios correctos para hacer que una mujer se derrita.
Bueno, simplemente tengo que tener presente que sólo sería una más de la inacabable lista de su harén, para mantenerme firme y no ceder ante la tentación de acabar en la cama de ese hombre, que aunque tuviera una horrenda personalidad, era una tentación para cualquier mujer.
En especial para las que pudieran deleitarse con su fuerte y atlético cuerpo, y aquel hermoso rostro que, acompañado por unos impresionantes ojos azules, podían ser letales para un corazón femenino...
¡Basta! Tengo que ser firme y no dejarme engañar por una cara bonita, porque aunque ese hombre pueda parecer maravilloso, en realidad es tremendamente despiadado: las múltiples facturas de mis abogados dan muestra de ello. No me puedo rendir a sus encantos y menos ahora que he
conseguido una gran ventaja, porque mientras él tiene permiso para intentar seducirme, yo lo tengo para hacer lo que mejor se me da: incordiar.
¡Oh...! ¡Me froto las manos sólo con pensar en las numerosas jugarretas que le voy a hacer a ese malnacido! Si hasta ahora creía conocer los servicios que Love Dead puede ofrecerle, eso no será nada comparado con el extenso catálogo que incluiré este año dedicado a Pedro Bouloir. ¡Y lo mejor de todo es que sus abogados estarán atados de pies y manos, sin poder tocarme ni un pelo! Con trece meses sin pleitos, sin duda podré pagar todas las facturas y seguir adelante con mi negocio.
Después de todo, puede ser que no haya hecho un mal trato.
Además, ¿qué puede hacer ese aspirante a gigoló? ¿Mandarme flores? ¿Invitarme a cenar? ¿Comprarme regalos?...
Todas ellas son cosas tan simples y sencillas que no me molestan en absoluto y, por supuesto, no caeré en las redes del amor porque tenga un descapotable de lujo o me lleve a un exclusivo restaurante francés. Los hombres como él son tan predecibles a la hora de conquistar a las mujeres...
Seguro que pronto comenzará su asedio con empalagosos mensajes e indigestos regalos de dulces y flores.
Bueno, gracias a mi trabajo ya sé cómo tratar ese tipo de presentes indeseados. Ahora solamente tengo que esperar que mueva ficha y permanecer tranquila mientras desprecio sus intentos de conquista y planeo mis perversos contraataques.
Al entrar en mi tienda, capté las miradas curiosas de mis empleados, que no se despegaban de mí ni un solo instante.
Estaba totalmente segura de que querían saber lo que había ocurrido con «míster Eros» y si había conseguido hacerle tragar su prepotencia. Por eso me extrañé cuando Cata, que se excusaba con alguien unas mil veces al teléfono, me dirigió una mirada que sólo podía significar «¡Sálvame!».
—¿Quién es? —pregunté, intuyendo un problema.
—Tu madre, que pregunta por qué hasta ahora no se había enterado de que estás prometida y por qué ha sido el novio quien le ha dado la noticia y no tú, su querida hija. Por cierto, este fin de semana se pasará por aquí para conocer a ese dechado de virtudes que dice ser tu enamorado.
—¡¿Qué?! —grité exaltada, arrebatándole el teléfono de las manos.
Pero luego no tuve manera de convencer a mi amorosa y
sobreprotectora madre de que se quedara en casa.
—¡Asquerosa sanguijuela! —exclamé en voz alta, poco antes de colgar el teléfono, maldiciendo a Pedro Bouloir, aunque mi madre no pareció entenderlo así.
Salí airada de mi tienda y, sin cruzar siquiera la calle, grité a pleno pulmón hacia su establecimiento, que, aunque parecía vacío, seguía teniendo en el aparcamiento el llamativo descapotable.
—¿No se supone que tienes que hacer cosas para que me enamore de ti?
Luego regresé a mi guarida para pensar detenidamente cómo podía explicarle semejante malentendido a mi madre, pero, por desgracia, las miradas inquisidoras de mis trabajadores me esperaban impacientes, exigiéndome una explicación de mi nueva locura.
Me desplomé en una silla y me quejé una vez más de mi suerte antes de empezar a explicar el estúpido trato que había hecho con una sabandija engañosa que se las daba de angelito.
—¡Vaya mierda de día! Veréis, yo...
CAPITULO 16
—¡Joder, Paula! ¡Te dije que su cara me sonaba de algo! —gritó Joel, indignado, mostrándole la primera página del periódico de la mañana.
—Si esperas a que me tome el café, podré insultar contigo a quien desees, pero hasta que eso no ocurra, ya sabes bien que no soy persona, Joel.
—¡Muy bien! Pero ¿por qué no le echas un vistazo a esta foto mientras te bebes ese espeso brebaje al que llamas café y me dices si este tipo no te recuerda a alguien?
—Es el idiota que nos visitó hace meses —comentó Paula
despreocupadamente, sin molestarse en leer la noticia—. ¿Qué le ha pasado? ¿Le ha tocado la lotería? —bromeó mientras se preguntaba qué era lo que tenía a Joel tan alterado.
—¡Espera, te lo leeré! «El famoso empresario Pedro Bouloir, dueño de la famosa cadena de tiendas de regalos Eros, abrirá una de sus sucursales en la calle comercial, en el local número quince. El próximo catorce de febrero, todos los enamorados están invitados a celebrar el quinto aniversario del nacimiento de este hermoso negocio dedicado al amor...». Y bla-bla-bla. Sigue con una cuantas chorradas más. Pie de foto: «Fotografía del dueño de la cadena de tiendas Eros».
—¡No me jodas! —exclamó Paula, tirando su café por todos lados y arrebatándole el periódico a Joel con incredulidad—. ¡Ese hijo de...! — despotricó, sintiéndose engañada.
—Vino a espiarnos, a ver lo que hacíamos en Love Dead y, por lo visto, no le gustó, ya que desde su visita de aquel día no paran de llegarnos demandas —dedujo Joel, señalándole una y otra vez el periódico—. ¡Y parece que aún no ha acabado con nosotros, ya que va a abrir una de sus tiendas en nuestra misma calle!
—Joel, ¿cuál es exactamente el local número quince? —preguntó Paula, temerosa de saber la respuesta.
—No lo recuerdo, pero ahora mismo voy a averiguarlo.
Minutos después, volvía casi sin aliento a Love Dead, confirmando sus peores temores.
—¡Es... el... jodido local... de enfrente! —dijo entrecortadamente, despertando la cólera de Paula.
—¡La guerra ha comenzado! —declaró ella, mientras salía de su tienda furiosa, al oír el estruendoso sonido de un caro descapotable.
****
Pedro Alfonso sonreía complacido al ver cómo los hombres daban los últimos retoques a su nueva tienda: el hermoso y caro parquet otorgaba calidez al espacio, invitando a la clientela a adentrarse en su acogedor interior. Las paredes, de un blanco impoluto, contribuían a mostrar la pureza de su negocio y los cuadros de famosos enamorados de la historia repartidos por todo el local recordaban que nada era imposible para ese loco de Cupido.
Una de las secciones del establecimiento mostraba a los clientes la gran variedad de flores con las que se podía demostrar los sentimientos y cada una de ellas llevaba una etiqueta con su significado. En otra de las zonas de la tienda había varias vitrinas en forma de corazón, donde se exponían múltiples peluches: ositos con caras sonrientes, corazones con cariñosos mensajes, flores que bailaban al son de la música...
Sobre el mostrador, rojo y negro, había folletos explicando los diferentes servicios y una pantalla de televisión que quedaba detrás de él, pasaba una y otra vez los distintos anuncios de Eros, detallando todo lo que estas tiendas ofrecían a sus clientes.
Distraído indicándoles a sus hombres dónde debían colocar una de las estanterías, Pedro no se percató del escándalo de fuera, hasta que oyó gritar a su espalda:
—¿Tú eres Pedro Bouloir? ¡Bastardo mentiroso! ¡Jodido hijo de...! — Era Paula Chaves, a la que algunos empleados de Pedro intentaban impedir la entrada, pero ella consiguió llegar junto a él.
Pedro le tapó la boca con una mano, advirtiéndole con la mirada de las consecuencias de un enfrentamiento público entre ellos.
—Será mejor que lo dejéis por hoy, chicos. Yo cerraré —dijo,
despidiendo diligentemente a sus empleados, sin apartar la mano de la boca de su adversaria hasta que estuvieron solos—. ¿Y bien? Por fin sabes quién soy... ¿De qué querías hablar conmigo, querida Paula Chaves? —Sonrió abiertamente tras retirar la mano con rapidez por temor a algún vengativo mordisco.
—¡Viniste hace meses a espiar mi negocio y desde entonces tú y tu rica empresa no habéis parado de acosarme! ¿Es que no tienes otra cosa con la que entretenerte que arruinarme la vida? —le recriminó Paula, histérica.
—Aquel día te pregunté si no temías ofenderme o a lo que mi empresa pudiera hacer contra ti. Si entonces eso no te preocupó, no veo por qué debería hacerlo ahora —comentó Pedro mordazmente, mientras revisaba una vez más sus documentos, con sus caras gafas de sol puestas.
—¡Porque estás jugando sucio, arruinándome a base de facturas de abogados que tú y yo sabemos que no me puedo permitir!
—¡Uy, perdón! Había olvidado lo limpiamente que juega Paula Chaves —ironizó él con una burlona sonrisa.
—¡Eres un cobarde! —lo acusó ella, furiosa, a la vez que le quitaba los papeles que tanto lo distraían—. Temes enfrentarte a mí como un igual porque sabes que sin el apoyo de tu estúpido dinero y tu montón de abogados perderías. ¡Sólo eres un rico niño mimado que se esconde detrás de sus billetes! —finalizó, tirándole los papeles a la cara y dando media vuelta, dispuesta a marcharse.
—¡Un segundo! —gritó molesto el imperturbable Pedro, cogiendo a Paula del brazo para evitar su huida—. ¿Quieres que aleje de ti a mis abogados? De acuerdo, lo haré, pero ¿qué me darás a cambio? —preguntó, mientras recorría lascivamente su cuerpo con una tórrida mirada, con intención de humillarla.
—¡Oh! ¿En serio? —se burló Paula—. Si necesitas extorsionarme para que me acueste contigo es que eres un poco patético. Admito que estás como un tren y no me costaría nada pasar una noche contigo, pero cada vez que hablas, tu personalidad gilipollas lo estropea todo. Así que si te pones una mordaza y no hablas durante toda la noche, puede que acepte. ¡Venga va! Ya que estás tan desesperado, miraré mi agenda, y si no tengo nada que hacer, te concederé... ¿cinco minutos...? Con eso tendrás bastante, ¿verdad? —concluyó ofensiva, consiguiendo enfurecerlo.
—¡Sólo quería demostrar lo desesperada que estás!
—¿En serio? —preguntó Paula, alzando una ceja.
—Si yo quisiera, podría hacer que te enamoraras de mí en cualquier momento —fanfarroneó Pedro.
—¡Ja! ¡Eso habría que verlo! —replicó ella alegremente—. Tengo una personalidad algo retorcida que hace que cualquier espécimen masculino se aleje rápidamente de mí. No tardarías ni dos semanas en pedir una orden de alejamiento...
—No te tengo miedo, Paula Chaves, ni temo tu personalidad. Antes de que eso sucediera, estoy seguro de que tú caerías bobamente enamorada de mi persona.
Ella recorrió lentamente con una mirada evaluadora el cuerpo de «míster Eros».
Había que admitir que era bastante atractivo y que no carecía de encantos, pero Paula nunca se había dejado influir por un hombre, y mucho menos había caído en algo tan vano y absurdo como era el amor. Sopesó todas sus opciones y su ágil mente no dudó a la hora de proponerle un juego un tanto escandaloso, que podía llegar a ser divertido, si no para Don Perfecto, sí al menos para ella.
Rodeó al impecable empresario, vestido con su traje de marca, y cuando estuvo a su espalda, le susurró al oído su provocadora proposición.
—Si tan seguro estás de tus encantos, ¿por qué no hacemos una apuesta? Tienes desde hoy hasta el catorce de febrero del año que viene para lograr que me enamore de ti. Si lo consigues, te cedo mi negocio. ¿No es eso lo que quieres, al fin y al cabo? —dijo, quitándole las gafas de sol y enfrentándose a su avariciosa mirada.
—¿Cuál es el truco? —preguntó Pedro, consciente de que detrás de todas las propuestas de aquella mujer había gato encerrado.
—Yo tengo el mismo plazo de tiempo para hacer que me odies. ¡Ah, y fuera abogados! Esta lucha es entre tú y yo —advirtió Paula, exponiendo las reglas del juego.
—Si acepto, no podrás negarte a salir conmigo... —tanteó
Pedro, añadiendo sus propias reglas.
—No tengo ningún problema en salir contigo, pero ni un millar de citas harán que me enamore de ti.
—¡Lo pondremos por escrito! —exigió Pedro, desconfiado.
—¡Por supuesto! —respondió Paula, igual de desconfiada que él.
—Y si tú ganas, ¿qué me pedirás? —la apremió él, para descubrir sus estratagemas.
—Que tu empresa me deje en paz. Y tanto tú como tu tienda
desapareceréis de mi vista —contestó Paula, decidida a conseguir la victoria.
—¡Trato hecho! —dijo Pedro, tendiéndole la mano con el fin de sellar el pacto que había hecho con el mismísimo demonio.
Paula le estrechó la mano firmemente. Luego, le puso de nuevo las gafas, ocultando sus bonitos ojos azules, que podían llegar a ser una perdición para todas las mujeres excepto para ella.
—En menos de un mes estarás suspirando mi nombre por todos los rincones de tu tienda —susurró Pedro provocadoramente en su oído.
—En menos de una semana estarás maldiciendo mi nombre desde tu imperio. Y recuerda: nada de abogados —finalizó Paula con una pícara sonrisa.
—¿No le das un beso de despedida a tu futuro amorcito? —ironizó «míster Eros», pegando el cuerpo de Paula al suyo y evitando su huida.
—Está bien —cedió molesta, apenas rozando los labios de él con los suyos.
—¡Oh, cuánto me voy a divertir! —se jactó Pedro, dispuesto a enseñarle lo que era un beso de verdad.
La atrajo nuevamente hacia él y, antes de que se alejara, decidió ofrecerle una muestra de por qué las mujeres no se olvidaban fácilmente de Pedro Alfonso. La aprisionó entre sus poderosos y cálidos brazos mientras Paula se mantenía fríamente indiferente, hasta que él se apoderó de sus labios.
Primero jugó con ellos, probando su sabor y mordisqueándoselos con delicadeza. Cuando logró que un gemido inconsciente escapara de ella, profundizó el beso adentrándose en su boca con la lengua y jugó con su inexperiencia, porque aunque Paula Chaves fuera una mujer pendenciera, era sumamente inocente en su forma de besar.
Las hábiles manos de Pedro recorrieron su delicada espalda, pegándola más a su cuerpo para mostrarle la evidencia de su excitado miembro, y ella pasó en tan sólo unos segundos de una resistencia pasiva a una apasionada respuesta.
Paula probó a jugar también con su lengua como él le estaba enseñando y sus manos acariciaron a su vez su fuerte espalda, acercándolo más a su ardiente y necesitado cuerpo.
Pedro la llevó hasta el lujoso mostrador, depositándola suavemente sobre él, la inclinó un poco hacia atrás y lamió lujuriosamente su cuello, marcando un camino de fuego con su lengua hasta sus senos, que mordisqueó y chupó a través de la ropa.
Paula se arqueó apasionadamente, reclamándolo, mientras las fuertes manos de Pedro le abrían los pantalones y acariciaban su húmedo sexo por encima de las braguitas.
—Creo que, después de todo, no necesitaré tanto tiempo —susurró él burlonamente mientras introducía un dedo en su húmedo interior, tras apartarle la ropa.
Paula pasó de ser una mujer racional a debatirse apasionadamente en los brazos de un hombre que sólo quería destruirla. Ese fugaz pensamiento fue como un jarro de agua fría para su cuerpo: se tensó entre sus brazos y, cuando él retrocedió dejándole espacio, ella bajó con agilidad del mostrador.
Fulminó a Pedro con su iracunda mirada, a la vez que se arreglaba la manoseada ropa.
—Te crees muy listo, ¿verdad? —dijo furiosa, señalándolo con un dedo.
—No, amor mío —contestó él dulcemente, apoderándose de su mano y lamiendo el amenazante dedo.
—¡Dentro de unos días desearás no haberte cruzado nunca en mi camino! —gritó Paula, apartando la mano con rabia y alejándose con paso decidido hacia sus dominios.
Salió dando un gran portazo que resonó en el silencioso local, algo que sin duda anunciaba que toda su furia iba a recaer sobre el dueño de Eros y su negocio.
Pedro rio con estruendosas carcajadas, mientras observaba cómo su próxima conquista entraba en Love Dead.
Finalmente, las cosas no habían salido como lo había planeado, recapacitaba Pedro poco después de colgar el
teléfono, tras llevar a cabo uno de sus movimientos en ese inquietante juego.
En ningún momento pensó que acabaría seduciendo a Paula Chaves por una apuesta, y menos aún que fuera la propia Paula quien se atrevería a apostar su corazón y su negocio para alejarlo de su vida.
Por lo visto, él también podía ser un tipo bastante molesto, si había conseguido sacar de quicio al elenco de profesionales que trabajaban en Love Dead. Ahora solamente tenía que esperar la ocasión oportuna y desplegar sus encantos para conquistar a Paula. Después de todo, ella no parecía indiferente a su atractivo, o, de lo contrario, no habría acabado sobre el mostrador de su tienda, expuesta como un delicioso festín.
Sería agradable ver cuánto podía hacer arder ese hermoso cuerpo antes de llevársela a la cama, porque sin duda alguna esa mujer acabaría entre sus sábanas de seda, y eso era algo que Pedro deseaba. Porque, para su desgracia,
a pesar del espinoso carácter de aquella fémina, su libido o su insistente mente calenturienta lo incitaban todas las noches desde hacía meses, a soñar con su delicioso cuerpo retorciéndose junto al suyo entre sus blancas sábanas.
Ese firme trasero lo tenía loco, sus jugosos senos no dejaban de tentarlo y aquella boquita un tanto impertinente... Pedro tenía alguna que otra idea sobre cómo mantenerla ocupada para que no lo molestara. Y, además, ahora tenía permiso de la mismísima dueña para hacer todos y cada uno de sus lujuriosos sueños realidad, o por lo menos para intentarlo.
Definitivamente, aquél era un espléndido día en el que todo parecía salirle bien. «O casi todo», pensó enfadado, mientras miraba las insistentes llamadas perdidas de su progenitor en su teléfono de última generación que parecía saber hacerlo todo solo, excepto evitar el acoso de su padre.
CAPITULO 15
—¡Vaya mierda de día! —gritó Paula Chaves, frustrada, tirando a la basura un nuevo aviso del abogado, junto con otra notificación de demanda de la empresa Eros.
—¡Joder! ¿Por qué nos demandan ahora? —preguntó Joel preocupado, mientras recogía la carta de la basura.
—¡Y yo qué sé! Tal vez el culo de nuestros muñecos se parezca al del dueño. ¡Y a mí qué me cuentas! ¡Quisiera tener una vez delante a ese gilipollas prepotente para apalearlo como a las piñatas que vendemos!
—Todo esto comenzó hace once meses —le recordó Joel—. ¿Estás segura de que no te metiste con alguien o hiciste algo que no debías?
—Joel, mira a tu alrededor, ¿a qué se dedica mi negocio? ¡Pues claro que me he metido con alguien en los últimos meses! Concretamente, ¡con todo el mundo! Me gustaría ver al dueño de esa despiadada cadena.
—¿Para disculparte con él? —sugirió Joel, esperanzado.
—No, ¡para darle una verdadera razón para demandarme y no esas estupideces por las que somos llevados a juicio! Esos idiotas siempre hacen lo mismo: poco antes de que se celebre el proceso, la empresa Eros retira la demanda con una sonrisa y yo me hundo cada vez más en las deudas por el dinero que tendré que pagarles a las sanguijuelas de mis abogados.
—La última vez te recomendé a un buen amigo.
—Y gracias a Dios que es un buen hombre, porque no me cobró nada y me explicó que ésta es sin duda una estrategia de la empresa Eros para arruinarme. ¡Y al parecer lo están consiguiendo! —gritó furiosa, haciendo una bola de papel con sus facturas pendientes de pago y encestándolas en la papelera.
—Paula, lo he comentado con todos y no nos importa bajarnos el sueldo hasta que tú puedas hacer frente a los pagos.
—¡Y una mierda os voy a bajar el sueldo por culpa de esos cabrones! —exclamó ella—. Le he pedido dinero a un amigo y ha decidido ayudarme en todo lo que pueda. Aunque no sé cuánto más podré aguantar. Si al menos dejaran de llevarnos a juicio por cada estúpida similitud que ven en nuestros productos...
—Algunas de las cosas de las que nos han acusado eran ciertas: nos aprovechamos demasiado de cualquier parecido que pudiéramos tener con ellos para hacernos un nombre en el mercado.
—Sí, pero los uniformes de nuestros mensajeros ahora son totalmente diferentes —comentó Paula, señalando un mono negro con el eslogan y el logotipo de la empresa—. Y los envases de nuestras rosas olorosas son también de distinto color y están plagados de advertencias.
—Sí, pero seguimos aplastando sus cajas de bombones —puntualizó él.
—Joel, ¡déjame disfrutar de la única satisfacción que me queda! —se quejó Paula—. Ya sabes que el juez consideró que como nosotros ofrecemos el servicio de aplastarlas y no las vendemos haciéndolas pasar por un producto nuestro, no es plagio en absoluto.
—Tuvimos suerte con el juez Liam, creo que fue el único que
desestimó una demanda de Eros.
—Sí, sobre todo porque es uno de nuestros mejores clientes: cada San Valentín le regala un expresivo peluche a su exmujer.
—Bien, veamos cómo nos quiere joder ahora la maravillosa cadena de tiendas Eros —dijo Joel, cogiendo la carta de la papelera y leyéndola en voz alta.
Estimada señorita Chaves:
A las oficinas centrales de Eros Company nos ha llegado el rumor de que sus peluches de Cupido guardan cierta similitud con los que nosotros ofrecemos este año como regalo con motivo del quinto aniversario de nuestras tiendas. Por lo que le rogamos encarecidamente que retire sus provocativos muñecos de su lista de productos o tendremos que proceder, una vez más, a demandar a su tienda.
Gracias por todo y un cordial saludo de todos los integrantes de Eros.
—Pero ¡qué narices...! —masculló Paula, enfadada, mientras corría a su ordenador para ver los nuevos productos de la majestuosa tienda Eros.
—¡Son nuestros Cupidos! —exclamó Joel, sorprendido al ver que eran idénticos a los de ellos, pero sin la nota irónica que aportaba su tienda.
—¡Serán bastardos! ¡Seguro que han encontrado a nuestro proveedor y lo han impresionado con sus billetes!
—Por lo menos no pueden sobornar a nuestra Agnes —señaló Joel, recordándole la fidelidad de sus empleados—. ¿Y ahora qué hacemos con nuestros ciento cincuenta Cupidos que tienen el trasero atravesado con una flecha? —preguntó, frustrado por los problemas que se iban acumulando.
—¡Venderlos! No pienso ceder ante esos prepotentes que se creen dioses. ¡Hasta que los jueces no digan lo contrario, esos peluches son míos!
—Paula, y si te vuelven a demandar, ¿qué harás? —le planteó Joel, inquieto por la cabezonería de su amiga.
—¡Regalarlos como obsequio el año que viene en la puerta de cada una de sus tiendas! Y alimentarme durante un año más o menos a base de pan y agua —ironizó ella, mientras se derrumbaba sobre el mostrador de su tienda, donde había una inmensa pila de facturas.
****
Era un espléndido día para Pedro. Según le habían dicho, las obras de su local estaban casi listas. En unas tres semanas, su nueva tienda abriría al público, justamente el catorce de febrero, tal como estaba previsto. Y ese día celebrarían también el quinto aniversario de su cadena con magníficos regalos y novedosos productos.
Paula Chaves permanecía quietecita y callada gracias a sus múltiples demandas, y el padre de Pedro llevaba tranquilo mucho tiempo, desde que él le había prometido que se encargaría de su problema.
Un simple negocio como el de esa chica nunca podría competir con sus decenas de tiendas, Paula Chaves simplemente sería aplastada en el proceso. Aunque eso parecía que aún no había tomado forma en la mente de esa insidiosa mujer, que cada vez que la demanadaba se enfrentaba a él con la cabeza alta y sin dejarse amilanar por sus caros abogados, aunque sus deudas debían de estar empezando a amontonarse.
Había que admitir que la señorita Chaves mostraba coraje al hacerle frente, pero llegaría el momento en que ese coraje no le serviría para nada.
Desde su moderno despacho en la nueva sede de aquella pequeña ciudad, Pedro observaba un hermoso paisaje a través de las grandiosas ventanas, sin límite ninguno para la vista. Una copa del brandy más pecaminosamente caro que se podía permitir descansaba en sus manos, deleitando su paladar, mientras que, sentado en su confortable sillón, él repasaba con una maliciosa sonrisa todo lo que habían hecho sus abogados contra Love Dead en los últimos once meses.
—Señor, ha llegado un paquete de parte de Paula Chaves. Como usted nos ordenó, no hemos dejado pasar al repartidor pero le hemos subido inmediatamente el regalo —anunció Abigail, su madura secretaria, dando paso a uno de sus empleados, que portaba una hermosa caja con una bonita tarjeta.
— Gracias, eso es todo, señora Jones —contestó Pedro, despidiendo así a sus empleados.
Se sentó de nuevo en su sillón y, con suma tranquilidad, abrió el regalo a la espera de nuevos insultos, igual que los que había estado recibiendo a lo largo de los últimos meses.
Algo que a él simplemente le hacía sonreír.
¿Qué sería esta vez: una soga-corbata, un terrorífico muñeco sorpresa...?
—¡Esto sí que no me lo esperaba! —se carcajeó Pedro, mientras observaba detenidamente su regalo y buscaba la tarjeta que lo acompañaba.
Como le gusta tanto joder a la gente, creo que le gustará este presente. Feliz quinto aniversario, señor Eros.
Pedro leyó detenidamente la nota, sin poder dejar de reírse ni un solo instante ante el insultante regalo. Aquel provocativo muñeco de Cupido con una flecha clavada en el trasero le recordaba que ya era hora de que se diera a conocer ante Paula Chaves. Ya había transcurrido su período de tregua, ahora era cuando comenzaba la auténtica guerra. Y si la señorita Chaves creía que hasta entonces se había enfrentado a alguien despiadado, era que aún no sabía de lo que Pedro Alfonso era capaz.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)