miércoles, 15 de noviembre de 2017

CAPITULO 77




Pedro Alfonso tenía un pésimo día, en el que creía que ninguna noticia podía empeorar más su mal humor. La noche anterior estaba tan cansado que, después de finalizar su jornada laboral en Love Dead, había decidido quedarse a dormir en el apartamento de Paula, algo que no consiguió, porque allí todo le recordaba a su dueña.


Se había levantado añorando más que nunca oír su voz, aunque sólo fuera para discutir con ella, pero cuando bajó para encargarse un día más de la tienda, encontró a su hermano esperándolo junto a la puerta.


Mientras abría, Pedro miró a Dario con rabia, viéndolo tan tranquilo y despreocupado. Además, había vuelto a desempolvar sus trajes e iba tan impecable como antaño.


—Veo que ha vuelto tu antiguo yo —comentó Pedro.


—Sin embargo, a ti te veo muy desaliñado. No puedo creer que el hombre que tengo delante sea el famoso gigoló al que adoraban todas las mujeres —replicó Dario, ante su descuidado aspecto.


Pedro llevaba unos viejos vaqueros, una camisa mal abotonada y unas pesadas botas. Junto con una barba de varios días y pelo alborotado, la verdad era que no tenía demasiada buena pinta.


—¿Qué haces aquí? —le espetó furioso, muy consciente de que Dario era el culpable de gran parte de sus desdichas.


—He venido a ayudarte —respondió éste—. Según nuestro padre, lo necesitas y, viéndote, comienzo a sospechar que está en lo cierto.


—¡No necesito la ayuda de nadie y menos aún la de una babosa rastrera como tú! ¡Lárgate!


—Créeme, si por mí fuera, dejaría que te pudrieras en este jodido agujero, pero la verdad es que temo que puedas arruinar el negocio y acabar con una de las cosas más queridas por Paula.


—Así que quieres ayudar, ¡incluso después de todo lo que has hecho! ¡De lo mucho que me has jodido! ¿Todavía tienes intención de ir detrás de mi mujer?


—Que yo sepa, Paula no es de tu propiedad. Ni siquiera teníais una relación estable.


—¡Hijo de puta! ¡Estaba a punto de tenerla cuando tú te metiste en medio!


— Yo sólo le hice ver lo equivocada que estaba contigo, hermanito.


—Paula es la persona que mejor me ha conocido, más que nadie. ¡Ni siquiera tú sabes realmente cómo soy! —declaró Pedro, desdeñoso.


—Así que debajo de esa fachada de niño bonito hay algo más... —se burló Dario, sin importarle demasiado los sentimientos de su hermano.


—Sí, mucho más de lo que ves. ¡Y créeme si te digo que, cuando Paula vuelva, nada ni nadie va a conseguir alejarme de ella!


—¿Aún crees que volverá? —preguntó Dario, sarcástico.


—No es que lo crea, lo sé: ella volverá.


—¿Por qué? No tiene ninguna razón para hacerlo. Lo ha perdido todo: su negocio, su casa, incluso al hombre al que creía amar.


—Volverá porque me quiere y porque es una luchadora que nunca deja las cosas a medias.


—¿Y me puedes explicar por qué no está aquí ya?


—Muy fácil, si la conocieras como yo la conozco, lo sabrías.


—Ilústrame —lo retó Dario.


—Paula sólo está haciendo lo que siempre hace en estos casos: me está dando una lección.


—¡Ah! Y, según tú, ¿cuándo volverá?


—¿No es obvio? Cuando mi vida esté lo bastante jodida para su gusto —declaró Pedro, entrando en la que ahora era su nueva tienda, la nociva Love Dead, que poco a poco estaba acabando con él.



****


—Hace ya un mes que estás en esta casa, ¿no crees que ya va siendo hora de que le digas a Pedro que va a ser padre? —insistió Emilia una vez más mientras Paula y ella tomaban una taza de chocolate.


—¿Y por qué tiene que ser Pedro el padre? —repuso su hija,
impertinente.


—¿En serio? ¿A tu edad todavía intentas engañar a tu madre? ¿Por qué no te dejas de tonterías y hablas seriamente con ese hombre? No me pareció mal chico cuando lo conocí.


—Mamá, ¡ese hombre ha jugado con el corazón de tu hija y a ti no se te ocurre otra cosa que defenderlo! —señaló Paula, indignada por la actitud de su madre.


—Vamos a ver, si he entendido bien toda la historia, tú también tienes parte de culpa en esta situación, señorita «yo-nunca-me-enamoro» —replicó la mujer.


—¡No me habría enamorado de él si no fuera un embaucador! —se defendió Paula.


—Algo que, por supuesto, tú ignorabas, ¿no es eso? —preguntó irónicamente la crítica Emilia.


—Bueno, no... Conocía su reputación, pero es que llegué a creer que me amaba de verdad. ¡Y luego oí esa conversación y no pude hacer otra cosa que huir! —confesó Paula, comenzando a derramar de nuevo algunas lágrimas.


—Yo no he criado a una debilucha, así que, dime, ¿cuándo vas a enfrentarte a Pedro cara a cara y a decirle todo lo que sientes?


—Cuando esté preparada.


—Paula, después de más de un mes, creo que ya estás preparada de sobra para enfrentarte a todos y retomar tu vida.


—Pero, mamá, ¿y si él no nos quiere? —dudó la joven, preocupada.


—Creo que le tienes más miedo a la posibilidad de que él te ame que a lo contrario, Paula —opinó la sabia mujer ante su asombrada hija, mientras le tendía el teléfono.





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