jueves, 16 de noviembre de 2017

CAPITULO 78




—¡Seas quien seas, en estos momentos estoy ocupado, así que habla rápido! —contestó rudamente Pedro, descolgando su móvil, a la vez que conducía con dificultad la vieja camioneta de Love Dead por una estropeada carretera.


—No te preocupes, solamente tengo algunas preguntas que hacerte. Después de eso, te dejaré en paz —replicó Paula, molesta por su brusca respuesta.


—¿Paula? ¿Eres tú? ¿Dónde demonios te has metido? ¿Por qué no respondes a mis mensajes? ¿Has escuchado alguno de ellos? —preguntó Pedro, emocionado.


—Sí, soy yo. Donde esté no es asunto tuyo. No respondo a tus mensajes por dos razones: primero, porque son demasiados, y segundo, ¡porque no me da la gana!


—Paula, ¡tienes que volver! ¡Esta tienda es sólo tuya! ¡Romperé el contrato de cesión y el documento de nuestro acuerdo en cuanto vuelvas! Además, no creo que haya ganado, si la mujer que dice amarme huye de mí ante el menor contratiempo.


—¿A mentirme desde el principio, a seducirme para quedarte con mi tienda con el único propósito de destruirla lo llamas tú un contratiempo? — gritó ella, furiosa, con todo el resentimiento que guardaba en su interior.


—Sí, Paula, al principio tenía esa intención. Pero en cuanto te conocí, las cosas cambiaron.


—¡No me digas! ¿Por eso me hostigaste con tus numerosos abogados y me llenaste de deudas?


—¡Joder, Paula! ¡Me sentí ofendido con lo que hacía tu tienda con mis productos, pero cuando empezamos a conocernos, todo cambió!


—Di mejor que en cuanto comenzamos a acostarnos. No podías permitir que una mujer como yo desinflara tu hinchado ego, ¿verdad, niño bonito?


Sí, le echaste un jarro de agua fría a mi vanidad, pero ¡no puedes negar que los dos disfrutamos bastante mientras lo hacías!


—¡Sigues siendo un engreído de mierda! Espero que ahora que por fin tienes lo que tanto trabajo te ha costado conseguir estés a gusto con ello. ¿O tal vez no has obtenido lo que esperabas? —señaló ella maliciosamente, regodeándose con su jugada.


—Sabía que sólo me llamabas para deleitarte con tu victoria. Te encanta saber lo hecho polvo que estoy, ¿verdad? Te tienen bien informada tus molestos espías, de las jugarretas que me hacen diariamente, ¿eh?


—Yo no tengo espías, Pedro, sólo amigos. Al contrario que otros, no tengo que engañar a la gente para que se quede a mi lado.


—¡Ninguno de los momentos que compartimos fue mentira! ¡Yo quería, y aún quiero, estar siempre a tu lado!


—¡Mentiroso! —chilló Paula, alterada.


—¡Cada beso que te di era verdadero! ¡Con cada caricia te mostraba mis más profundos sentimientos! ¡Y cuando hacíamos el amor, te demostraba con todo mi cuerpo la verdad que tú y yo sabemos y que nunca podrás negar, aunque te empeñes en ello! ¡Te quiero, Paula Chaves!


—¡Y yo te odio, te odio y te odio! —repitió ella, mientras derramaba lágrimas de dolor por unas palabras que nunca creería.


—Entonces vuelve, Paula, porque si ésos son tus sentimientos, no he ganado la apuesta. Por otra parte, siento decirte que a mí me será imposible odiarte, porque eres la única mujer a la que he llegado a amar con toda mi alma.


Ante su confesión, Pedro solamente escuchó el pitido del teléfono, que confirmaba que Paula había colgado, que no lo había perdonado ni pensaba volver. ¿Para qué demonios habría llamado entonces?


—¡Dios, cuánto te echo de menos! —murmuró, mientras frenaba bruscamente para no chocar contra un coche, de vuelta a la ciudad.



****


—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Engreído de mierda! ¡Y no creas ni por un momento que creo ninguna de tus estúpidas palabras! —chilló Paula, furiosa, al teléfono de su madre, mientras ésta la miraba con desaprobación.


—Veo que finalmente no le has mencionado que va a ser padre.


—No, no he tenido oportunidad —se excusó Paula vagamente, secándose las lágrimas con la manga.


—¡No me vengas con excusas tan lamentables! Has tenido muchas oportunidades de hablarle de tu estado.


—No quiero que ese mentiroso sea el padre de mi hijo —anunció ella, enfadada.


—Pues lamento decirte que ya es demasiado tarde para eso, porque lo es. Además, ¿cómo sabes que miente?


—Mamá, ¡ha dicho que me quiere! —gritó Paula, indignada, como si con esas simples palabras pudiera explicarlo todo.


—¿Me puedes decir por qué motivo no puede haberse enamorado de ti mientras intentaba engañarte?


—¡Porque no soy su tipo de mujer, porque somos polos opuestos y porque no tenemos nada en común! —replicó su hija.


—¡Él tampoco es tu tipo y te has enamorado como una loca! —señaló Emilia.


¡Me niego a revelarle a ese estúpido que va a ser padre! —concluyó Paula, con una de sus infantiles rabietas.


—¡Paula! ¡Vas a coger ahora mismo ese teléfono, vas a llamar al padre de tu hijo y a darle la noticia de que estás embarazada! Si no lo haces, te juro que mañana mismo te llevo, a rastras si hace falta, a verlo y le diré toda la verdad —amenazó Emilia finalmente, harta de su inmaduro comportamiento.


—¡No serás capaz! —tanteó Paula, temerosa.


—¡Tú ponme a prueba! —replicó su madre con una desafiante mirada, mientras le tendía nuevamente el teléfono.


Paula volvió a llamar, bastante molesta con la idea de volver a enfrentarse a Pedro, algo que la ponía tremendamente nerviosa, aunque fuera por teléfono. Rezó para que no lo cogiera y así poder tener una excusa ante su inquisidora madre, que no dejaba de vigilarla ni un solo instante.


Por si acaso decidía contestar, Paula se acercó las preguntas que según el médico debía hacerle al padre, para asegurarse de tomar las precauciones necesarias.


—Pedro Alfonso al habla —respondió él despreocupadamente, con un estruendoso ruido de tráfico de fondo.


—¿Tienes alguna enfermedad genética? Aparte de ser idiota, claro está —preguntó Paula beligerante.


—Si te niegas a escucharme y no piensas volver, no sé para qué me llamas, además de para tocarme las pelotas haciéndome preguntas sin sentido, claro está —respondió él, enojado, antes de colgar.


Esa vez, su madre no tuvo que animarla para que llamara de nuevo, pues Paula, rabiosa, volvió a marcar su número y esperó impaciente que él se dignara contestar.


—¿Sí? —contestó Pedro con frialdad, sospechando que era ella.


—¡Tú, gilipollas, no vuelvas a colgarme o...!


Pedro no le dio tiempo a terminar con sus amenazas y colgó al principio mismo de sus improperios.


—¡Me ha vuelto a colgar! —anunció Paula, sorprendida, señalando acusadoramente el teléfono.


—Tal vez sería mejor dejarlo para mañana —sugirió Emilia,
entendiendo finalmente por qué aquellos dos hacían tan buena pareja.


—¡Y una mierda! ¡Si ese idiota quiere guerra, guerra tendrá! —declaró Paula, cogiendo otra vez el teléfono. En cuanto oyó que Pedro contestaba, no le dio tiempo a decir nada: simplemente, dejó caer la noticia.


—¡Felicidades! ¡Vas a ser padre! —Y colgó—. Bueno, mamá, estarás contenta, ¿verdad? Ahora Pedro ya sabe la agradable noticia, pero no esperes que me quede aquí sentada aguardando su respuesta —dijo Paula, a la vez
que cogía el bolso y salía de la casa dando un fuerte portazo.


«No puedo creer que diga que no tienen nada en común, si los dos son tal para cual», pensó Emilia, suspirando resignada, mientras esperaba junto al teléfono la llamada de un hombre seguramente bastante confuso por la insólita forma en que había recibido la noticia de su paternidad




No hay comentarios:

Publicar un comentario