martes, 14 de noviembre de 2017
CAPITULO 72
—Con ella, ese absurdo plan nunca hubiera funcionado. Además, hay un problema añadido —le dijo Pedro a su padre, enfadado por su insistencia
—¿Cuál? Todo es tan fácil como enamorarla y alejarla de aquí. No es algo que no estés acostumbrado a hacer con decenas de mujeres.
—El problema es que yo me he enamorado de ella y no voy a permitir que nadie le haga daño.
—¡Eso es absurdo! Hoy has podido comprobar por ti mismo que no encaja en absoluto en nuestras vidas.
—En tu vida tal vez, papá, pero en la mía encaja a la perfección — repuso Pedro, sacando el anillo de compromiso de su bolsillo.
—¡Estás loco! —gritó Nicolas Alfonso, disgustado con el inesperado resultado de su plan.
—No, papá, sólo estoy enamorado.
—¿No hay nada que pueda hacer para convencerte? —suspiró el hombre, finalmente resignado.
—Solamente felicitarme.
—¿Sabes lo que ocurrirá cuando ella descubra que su futuro suegro es el dueño del House Center Bank? Pues yo te lo diré: ¡esa mujer no me dejará en paz! —gruñó Nicolas, molesto con la idea de recibir más de aquellos ofensivos presentes.
—No te preocupes, papá. La convenceré de que únicamente te haga regalos en San Valentín.
—¿Y no podías convencerla también de que no me regale nada en absoluto?
—No pidas milagros, papá, ya sabes cómo es Paula —bromeó Pedro, recibiendo un abrazo de su padre.
—Anda, ve en busca de tu novia. Yo aún tengo que hacerme a la idea de que en vez de quitármela de encima, le he servido de casamentero —se lamentó Nicolas, mientras se servía uno de sus fuertes licores.
Pedro salió del despacho con una sonrisa. Al final todo le estaba saliendo mucho mejor de lo que esperaba: su padre había acabado resignándose a que Paula sería su nuera, su amada se había divertido en la insulsa fiesta de los Alfonso y ahora solamente tenía que buscarla para darle su regalo.
Se dirigió hacia la fiesta, impaciente por reunirse de nuevo con Paula, y la buscó entre los invitados, en los aseos y en los pequeños cubículos de oficinas. Al ver a su hermano junto a la barra del bar, decidió que, como siempre, debía de estar rondando a Paula, por lo que tal vez supiera dónde se hallaba en esos momentos.
—Hola, Dario... —lo saludó contento, dándole una palmada en la espalda.
Su hermano no se molestó en alzar la cara o devolverle el saludo.
Siguió mirando abatido el fondo de su copa.
—¿Has visto a Paula? —preguntó Pedro, sin dejar de buscarla con la mirada por la concurrida fiesta.
—Se ha ido —respondió Dario, bebiendo otro sorbo de su bebida.
—¿Cómo que se ha ido? —repitió él, confuso con su respuesta.
—Os ha oído a ti y a papá hablar sobre ella y se ha enterado de vuestro plan. Después, simplemente se ha ido —concluyó, sin soltar su copa.
—¿Por qué la has dejado marchar? —lo increpó Pedro airadamente, mientras lo cogía de las solapas de su elegante traje.
—Porque era mejor que supiera cómo eres de verdad. ¿Cuánto más pensabas divertirte a su costa? —se enfrentó Dario a su enfadada mirada.
—¡La verdad! ¿Qué narices sabes tú sobre la verdad? ¡Nunca me has conocido ni te has molestado en averiguar nada sobre mí! ¡Yo la quiero! ¡Joder! —gritó Pedro, dejando sobre la barra el elaborado estuche que contenía el anillo de compromiso, mostrándole con ello a su hermano cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—¡Vaya, esto sí que no lo esperaba! Pero tal vez ya sea demasiado tarde, porque no creo que ella vuelva a confiar en ninguno de nosotros — comentó Dario, intentando hacerlo desistir de su empeño.
—Pues yo, al contrario que tú, no voy a permitir que Paula salga de mi vida. ¡Así tenga que remover cielo o tierra, voy a conseguir que esa mujer me escuche! ¡Y, si hace falta, me arrastraré para que me perdone! —declaró Pedro, negándose a renunciar al amor de su vida.
Se alejó del House Center Bank a toda prisa, sin dejar de intentar localizar a Paula en todo momento a través del móvil.
Dario lo observó sorprendido y abrió despacio la pequeña caja de una famosa joyería que Pedro se había dejado olvidada y que, en efecto, contenía un hermoso anillo con un diamante. Lo observó detenidamente y se percató de que en el interior del aro había un grabado que decía: «Te quiero».
Sintiéndose algo culpable, lo volvió a dejar en el estuche y cuando levantó la vista se encontró con la mirada inquisidora de su padre, que, sin decir nada, parecía estar al corriente de sus actos.
—Ahora no puedo decir que me alegre de que hayas vuelto —dijo Nicolas Alfonso con frialdad—. Creo que esto no te pertenece —añadió, quitándole la pequeña caja que hasta hacía unos instantes contenía todas las esperanzas de Pedro.
—Parece ser que al final he descubierto que puedo jugar tan sucio como vosotros dos. Aunque sólo sea en el amor —musitó Dario, alejándose de la fiesta donde parecía estar de más entre tantos felices rostros que celebraban un alegre momento de sus vidas.
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