miércoles, 1 de noviembre de 2017

CAPITULO 31




Al final únicamente conseguí un seis de esa fastidiosa bruja, pero cuando sus compañeros de trabajo comenzaron a molestarnos con sus insistentes llamadas, pensé que lo mejor sería dejarla marchar antes de que la plantilla de Love Dead al completo invadiera mi tienda.


Fue algo asombroso ver a Paula derretirse en mis brazos una y otra vez, sin control alguno de su cuerpo o de su deseo. Pero por desgracia, yo tampoco tengo control en lo referente a ella.


Cuando empecé a devorarla no pude parar, y no porque buscara redimir mi ego herido, sino porque la deseaba, porque la deseo a cada instante. No sé qué ha hecho conmigo, no puedo pensar en otra cosa que no sea estar con ella. Las mujeres que se me han insinuado a lo largo de estos días son un borroso recuerdo al que apenas presto atención. Sueño con Paula todas las noches y, después de probar la dulce tentación de su cuerpo una vez más, las duchas frías ya no son una opción.


Por lo menos he conseguido que se rinda por fin a mis encantos.


Aunque sea a base de sexo, voy a conseguir que sólo pueda pensar en una cosa: en mí, como yo no dejo de tenerla presente en cada uno de mis pensamientos. Es la primera mujer que me desespera y me hace reír al mismo tiempo, la primera que me desafía en un instante y al siguiente se rinde a mi deseo. Es contradictoria, exasperante, maliciosa, intrigante, me reta a cada momento declarándome la guerra, y aun así no puedo evitar desearla como nunca he deseado a ninguna otra. ¿Qué me está pasando?


Me está volviendo loco. Si no acabo pronto con todo esto, no sé qué será de mí. Sólo sé que ansío terminar con esta mentira cuanto antes, pero a la vez no quiero que ella descubra nada de este engaño, porque entonces no volveré a verla más. Y aunque sé que ése será el resultado de esta loca aventura, no quiero que acabe nunca.


—¡Maldito seas, papá, por meterme en todo este lío! —grité
desesperado, mientras me dirigía hacia Love Dead para recoger a la protagonista de mis sueños y mis pesadillas.


—¿Por qué narices tu apartamento está encima de tu negocio? — preguntó Pedro, mientras acompañaba a Paula a su casa.


—Porque era lo mejor para mí. Me resultaba más económico vivir encima de la tienda que buscar un caro piso cercano —explicó ella, mientras subía la escalera de la parte trasera de su edificio.


—Entonces, si yo gano la apuesta, ¿me quedaría también con tu vivienda? —preguntó Pedro, arrepentido una vez más de haber firmado ese estúpido acuerdo.


—Tú no vas a ganar —declaró Paula con rotundidad—, así que no te preocupes.


—Bueno, ¿me puedes explicar por qué vamos a tu piso si yo ya tenía reservada una mesa para dos en un fantástico restaurante italiano?


—Porque la cena seguramente estará lista en unos minutos.


—¡No me digas que vas a cocinar algo para mí! —exclamó él con una sonrisa de satisfacción.


—¡Oh! Yo no, ¡mi madre! —respondió Paula, poco antes de abrir la puerta de su apartamento, dejando a un anonadado Pedro ante una mujer bajita, unos veinte años mayor que Paula y que, excepto por el color del pelo y de los ojos, era su vivo retrato tanto en apariencia como en genio.


—¡Llegáis tarde! —los reprendió la madre de Paula, dirigiéndole a Pedro una escrutadora mirada—. Seguro que es por tu culpa, porque mi niña es muy puntual. ¡Ahora lavaos las manos y a la mesa! ¡Y no os entretengáis o la comida se enfriará! —advirtió Emilia, blandiendo una cuchara de madera como si de una amenazante arma se tratase.


En cuanto Pedro se hubo recuperado un tanto de la sorpresa, se preguntó si ésa no sería otra de las trastadas de Paula. Así que cuando iban camino del baño, la acorraló en el pasillo, dispuesto a sacarle la verdad.


—Paula, cuando me has dicho que finalmente íbamos a tener una cita, ¿a qué te referías exactamente? —preguntó Pedro en busca de la realidad que se escondía tras su sumisa rendición.


—¡Ah, lo siento! Se me ha olvidado comentarte que la cita era con mi madre. No te habrás hecho ilusiones de que me había rendido a tus encantos o algo así, ¿verdad? —dijo sagazmente, al ver la sorpresa que revelaba su rostro.


—No, nunca he creído que Paula Chaves se rindiera tan fácilmente. Pero pensándolo bien, tendré una buena cena contigo y una copa. El postre... lo he degustado antes de tiempo. Aunque ha sido insuficiente y me gustaría mucho repetir —susurró insinuante en su oído, después de besarle dulcemente el cuello.


—Eso, Pedro Bouloir, es algo que no volverá a pasar —declaró ella, sonrojada, a la vez que lo apartaba.


—¡Oh, sí lo hará! Y más exactamente el día de tu cumpleaños. El día en que al fin tengamos una cita en condiciones y pueda tenerte para mí solo durante toda la noche — replicó Pedro, sonriéndole con decisión.


—¡Créeme si te digo que nunca sabrás cuándo es mi cumpleaños! — negó Paula, dejándolo solo en el pequeño pasillo, mientras acudía a la llamada de su inoportuna madre.


Definitivamente, lo esperaba una larga velada. Y encima no sería recompensado con una infinita noche de sexo. Aquella mujer sabía cómo amargarle la noche a un hombre. Aunque, después de todo, ése era su trabajo, ¿no? Hacer la vida de otros un verdadero infierno.



****


—¡Es un hombre maravilloso, educado, guapo, rico, detallista, atento, inteligente, amable y cariñoso! Se comportó durante toda la cena con unos modales exquisitos y nos invitó a mis amigas del club de lectura y a mí a un viaje por la Riviera Francesa. Y además se molestó en traer de su casa un vino exquisito y unos deliciosos bombones para hacer más amena la velada. ¡No sé por qué no lo acompañaste a buscarlos cuando se marchó para traernos esos exquisitos presentes! —reprendió Emilia a su hija, sin dejar de cantar las alabanzas de Pedro Bouloir.


Decididamente, era un hombre que conquistaba a todas las féminas, y su madre había caído también en la trampa de su encanto.


Pero Paula sabía muy bien que tras esa educada proposición de «Ven a mi casa a recoger unos obsequios», había una maliciosa intención de «Ven a mi cama para que pueda hacerte el amor toda la noche». Sobre todo, después de que Pedro le dirigiera una lasciva mirada al hacer esa «inocente» propuesta.


El café de la mañana que se estaba tomando para despejarse antes de comenzar con la ardua tarea de su negocio le sabía en esos instantes más amargo que nunca. 


Todos sus trabajadores habían formado un corro alrededor del mostrador y escuchaban atentamente las alabanzas de su madre sobre el engreído adonis, mientras ellos no podían evitar hacer su aportación a la infinita lista de virtudes.


—¡Es muy atractivo y su coche es una pasada! —exclamó
entusiasmada la joven Amanda, sin saber qué le gustaba más si el hermoso coche o su dueño.


—Un chico con muy buenos modales, sí, señor —añadió la anciana Agnes, que carecía de ellos por completo.


—¡Y tiene un paladar exquisito! —confirmó Barnie, mientras engullía la comida a dos carrillos, llegando incluso a comerse parte del envoltorio de su sándwich.


—Sí, ¡no puedo creer que un hombre así esté interesado en mi Paula! —confirmó Emilia, emocionada con el sueño de tener a Pedro Bouloir como yerno—. ¡Mi niña se merece lo mejor y es una persona muy especial! 


¡Bueno! Al fin alguien la alababa a ella y dejaba de idolatrar a ese niño mimado que nunca mostraba a nadie su verdadera y perversa personalidad.


Su madre, su leal y amorosa madre, ahora empezaría a ensalzar sus múltiples cualidades y finalmente alejaría a todos del que parecía ser el único tema del día: «Quién ama más a Pedro Bouloir».


—Porque, admitámoslo, mi hija no es ninguna joya: tiene un carácter un tanto irascible y cuando se enfada es bastante molesta y además es muy, pero que muy cabezota y... —continuó Emilia, mientras los que la rodeaban no dejaban de darle la razón.


—Mamá, ¿puedes dejar de alabarme? Ya lo he entendido: yo soy un bicho raro y Pedro es un ser superior —intervino Paula, poniendo fin a la conversación—. Ahora bien, como este bicho raro es la jefa, ¡todos a trabajar! —ordenó, despejando la zona.


—¿Veis lo que os digo? Tiene muy mal carácter. No sé de quién lo habrá sacado —se quejó Emilia.


Paula por fin pudo terminarse el café, bajo la mirada reprobadora de su madre. Después se marchó a su despacho y planeó durante horas cómo podría torturar a Pedro Bouloir sin que su madre la reprendiera. Tras lanzar
un dardo a su sonriente boca, finalmente dio con la solución a sus problemas, o por lo menos eso fue lo que Paula creyó.





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