jueves, 2 de noviembre de 2017

CAPITULO 32





Otra endemoniada cena como ésa y tendría que pasar todo un año con la parte inferior de su cuerpo sumergida en hielo.


Si la noche anterior tuvo que darse alguna que otra ducha fría al llegar a su apartamento, cuando Paula sólo llevaba unos viejos vaqueros y una camiseta ceñida, ¿cuántas horas tendría que pasar ahora bajo el agua helada, tras verla lucir algo que en un principio definió como «vestido», pero que luego él mismo catalogó como «cinturón ancho»?


El susodicho vestido era una indecente prenda negra que se ataba al cuello, dejando expuesta la espalda hasta el principio del trasero. Como Paula no llevaba sujetador, la tela se pegaba a sus jugosos senos y Pedro babeaba cada vez que ella se movía, perdiendo así el hilo de cualquier intento de conversación que pudiera darle. Además era corto, indecentemente corto, y mostraba sus bonitas y largas piernas y se pegaba a su firme trasero, marcando sus formas.


¡Dios! Ese vestido no supondría ningún problema para un hombre como él si no fuera porque la madre de Paula los acompañaba una vez más.


Pedro sabía que Paula había preparado aquella nueva cena únicamente para fastidiarlo, porque por mucho que le gustaran los deliciosos guisos de aquella encantadora mujer, deseaba mucho más el postre prohibido que representaba su hija.


Pedro, hijo mío, ¿estás bien? Has estado distraído durante toda la cena —indagó Emilia, preocupada, tras preguntarle por tercera vez si quería café.


—Sí, lo siento, Emilia. Algo me tiene muy distraído esta noche — contestó Pedro, devorando a Paula con su lujuriosa mirada.


—Mamá, yo prepararé el café. Tú siéntate y descansa —se ofreció Paula—. Habla más con Pedro sobre su maravilloso negocio. Seguro que eso le suelta la lengua —concluyó, mientras lamía lascivamente la última cucharada de su mousse de chocolate.


Cuando terminó el postre, se levantó y se marchó moviendo
provocativamente las caderas, sobre unos tacones altos que Pedro nunca la había visto llevar, y con los que ahora seguramente tendría algún que otro calenturiento sueño.


Al final, Paula lo había conseguido. Se sentía tremendamente incómodo, con una erección de mil demonios que no podía hacer nada para ocultar, salvo taparla con la servilleta y rogar que nadie se percatara de ella, mientras intentaba pensar en cosas aburridas que lo hicieran olvidar aquel indecente vestido; una prenda que deseaba arrancarle soltándole el lazo de la espalda y...


«¡Dios, Pedro! Piensa en algo aburrido, ¡en algo aburrido!»


—Y bien, Pedro, ¿cómo es tu padre? —curioseó Emilia.


¡Bien, gracias a Dios! Hablar del pesado de su padre era uno de los temas que más lo aburrían. Emilia lo había salvado de una embarazosa situación con una simple pregunta. Esa mujer era una santa. Todo lo contrario que su hija, que era un demonio tentador, con un vestido...


«¡Mierda! ¡No pienses en el vestido! ¡No pienses en el vestido!», se reprendió Pedro unas cien veces, antes de comenzar con una insulsa y aburrida conversación que pondría fin a su problema.


—¡Dios! ¡Tengo que conseguir esa fecha como sea!—susurró frustrado, preguntándose qué podría hacer para averiguar cuándo era el cumpleaños de Paula, antes de que terminara volviéndose loco o impotente por las numerosas duchas frías que se daba.



*****


Plan A. A la luz de unas velas, en una romántica mesa, con una música celestial, Pedro Bouloir era chantajeado por tres empleados de Love Dead, que expresamente habían insistido en ser invitados a ese exquisito restaurante para entablar una conversación con tan adinerado empresario.


¡Qué pena que ninguno de ellos fuera una hermosa mujer!


Pedro, te agradezco enormemente esta deliciosa cena —comentó Barnie, tras engullir su quinto plato de filet mignon, delante de un boquiabierto camarero.


—Sí, la verdad es que yo siempre había querido venir a un restaurante como éste —reconoció Joel, rebañando su plato.


—¡Y la bebida es exquisita! —añadió Larry, el hermano de Barnie, bebiéndose una copa de un caro vino de importación de un solo trago.


—Bueno, si os he invitado aquí es porque quiero preguntaros una cosa. Sé que se acerca el cumpleaños de Paula y quería regalarle algo especial, pero como no sé la fecha exacta, no puedo reservar en un restaurante tan agradable como éste, o programar un viaje a alguna isla paradisíaca. Ella se niega a revelármelo, así que si fuerais tan amables de decirme cuándo es su cumpleaños, yo podría sorprenderla —pidió amablemente, intentando parecer un pobre e inocente enamorado.


—¡Oh, ella es muy susceptible con respecto a esa fecha! —declaró Joel, demostrando que sabía más que nadie sobre Paula, ganándose así un lugar de honor en la lista negra de Pedro.


—Sí, lo mejor es que no le regales nada —opinó Barnie, un tanto insensible.


—Yo no la conozco demasiado, así que no puedo decirte cuándo es, sólo que Paula es maravillosa y que se merece el mejor de los regalos — añadió Larry, alabando a su salvadora.


—Sí, es cierto —convino Barnie—. Ella me dio trabajo cuando todos me tachaban de inútil.


—Yo llevo casi tres años a su lado y nunca me arrepentiré de trabajar para Paula —confesó Joel, alzando su copa para brindar por su jefa.


—¡Por Paula, una mujer con muy mal genio, pero con un gran corazón! —brindaron los trabajadores de Love Dead al unísono, haciendo entrechocar sus copas.


—¿Cómo la conocisteis? —preguntó Pedro, olvidando por unos instantes sus ocultas intenciones, al ver la devoción de aquellos hombres por ella.


—Yo vivo con mi madre, una anciana bastante regañona —comenzó Barnie—. Debíamos una gran suma de dinero al banco y estaban a punto de embargarnos la casa. Mi madre me avaló para un proyecto informático que finalmente se hundió por culpa de mi socio —relató Barnie, emocionado, mientras devoraba un nuevo y caro plato—. Yo me hallaba sumido en una depresión y me sentía culpable e inútil. Además, por más que buscaba, nadie daba trabajo a un incompetente arruinado por su propia idiotez. Estaba desquiciado y desesperado y en ese momento Paula apareció por mi casa, ayudando a mi madre a subir las bolsas con sus compras matutinas. Me miró de arriba abajo y luego comentó un tanto insultante: «No pareces tan inútil, quizá pueda hacer algo por ti».


—Yo sólo la conozco desde hace unas semanas —explicó Larry—. Hace unos meses, mi empresa quebró y mi esposa me abandonó por el que yo consideraba mi mejor amigo, así que me fui a un bar a beber como un cosaco. Creo que mi madre debió de llamar a Paula, porque ella apareció de
repente en el bar cuando yo estaba entonando We are the champions a base de eructos. Me miró sonriente y dijo «Puede que tenga un trabajo para ti». Y así fue como surgieron los famosos cantaeructos de Love Dead —finalizó
Larry, alzando su copa para brindar por su nueva y adorada jefa.


—Bueno —intervino Joel—, pues yo la conocí el día en que ella fue a pedir un préstamo para abrir su negocio. Es una historia muy divertida, de modo prestad atención y sabréis cómo se las gasta nuestra joven jefa... — anunció, comenzando su historia.


Tras acompañar a tres hombres borrachos como una cuba a sus respectivos hogares y gastarse cientos de dólares en una cena sin fin, Pedro no consiguió siquiera una fecha aproximada del cumpleaños de Paula, pero al menos pudo conocer a la dueña de Love Dead un poco más y comprender por qué todos sus trabajadores la querían tanto.


Esa retorcida mujer realmente tenía un gran corazón, aunque Pedro estaba totalmente seguro de que si llegaba a afirmar este hecho delante de ella, Paula lo negaría con rotundidad y luego le tiraría algo a la cabeza.


—Después de todo, parece que tienes corazón —murmuró Pedro, cada vez más decidido a hacerse con tan valioso presente.





No hay comentarios:

Publicar un comentario