—¡Esa odiosa mujer! ¡Esa bruja deslenguada e impertinente! ¡Esa arpía! ¡Esa hija de...!
—Parece ser que nuestra querida Paula Chaves ha utilizado su famoso encanto contigo, hijo mío. —Nicolas sonrió abiertamente al ver que ahora era su burlón hijo quien despotricaba iracundo, caminando de un lado a otro de su oficina.
—¿Sabes que en esa horrenda tienda están profanando mis artículos?
—Tal vez oí algo, pero...
—Esa mujer insufrible se aprovecha de mis ideas y las convierte en... las convierte en... ¡las destruye totalmente! —concluyó Pedro, sin saber qué soez calificativo darle a lo que hacía Paula Chaves con sus productos.
—Entonces, hijo mío, ¿me vas a ayudar? ¿Vas a alejar de mí a esa insidiosa persona?
—¡No sólo la voy a alejar de nosotros, padre, sino que además la quiero ver totalmente hundida y humillada! —declaró Pedro, furioso, mientras golpeaba con su puño el sólido escritorio de roble de su progenitor —. ¡Voy a conseguir cerrar esa horrible tienda que nunca debería haber existido y, cuando hunda sus cimientos uno por uno, tal vez me apiade de esa bruja y le dé trabajo limpiando mis zapatos! Hasta que lo consiga, no quiero que te acerques a mí. Esa arpía podría intentar pagarla contigo si se entera de que soy tu hijo —apuntó precavidamente Pedro.
—No creo que nos relacione; tú utilizas el apellido de tu madre para los negocios y muy pocos saben que el dueño de Eros es uno de los máximos accionistas del House Center Bank.
—Por si acaso, no te quiero ver cerca de mí hasta que lo tenga todo bajo control —insistió Pedro.
—Entonces, ¿en qué momento planeas abrir tu tienda? Los documentos ya están a tu nombre y únicamente falta que empiecen las obras.
—No te precipites, papá, la venganza es un plato que se sirve frío — dijo Pedro con una astuta sonrisa que a su padre le hizo recordar que él también era digno de su apellido.
—Casi no te reconozco, hijo mío. Nunca te había visto interesarte así por algo. Tal vez tú seas el mejor para sucederme cuando yo...
—¡Ni una sola palabra más, papá! No estoy de humor para aguantar tus exigencias. Hoy no —resopló Pedro impaciente, aún alterado.
—Veo que Paula Chaves también ha conseguido amargarte a ti el día de San Valentín —observó Nicolas preocupado, sirviéndole un fuerte licor a su hijo.— Tenía una maravillosa celebración planeada en París, con una hermosa modelo y su grandiosa cama. ¿Y dónde he acabado? —se quejó
Pedro, vaciando su vaso de un trago—. Bebiendo con mi padre y despotricando sobre una mujer —concluyó, dejando con fuerza el vaso vacío encima de la mesa.
—Bueno, estoy seguro de que, si es la adecuada, esa joven te seguirá esperando y...
—¡Ya basta! ¡No quiero ningún sermón sobre la madre adecuada para tus futuros nietos, sobre quién será tu sucesor o sobre lo inútil de mi trabajo! Si te preguntas quién ha conseguido amargarme este día, ¿por qué no empiezas a pensar en la persona que me hizo abandonar el dulce lecho de Ninette para venir a conocer a una arpía con la que sin duda desde ahora tendré pesadillas?
—Pero, hijo mío, yo sólo quería ver cómo estabas y, además, necesitaba tu ayuda con esa pérfida mujer.
—¿Y no podías haber esperado un maldito día para hacerlo?
—No quería estar solo cuando recibiera uno de sus regalos —se quejó lastimeramente Nicolas Alfonso.
—¡Pues ahora ya tienes a quien te haga compañía! —declaró Pedro, colocando el horrendo oso de dos metros encima del escritorio de su padre —. La próxima vez que planees fastidiarle el día de San Valentín a alguien, olvídate de mí. ¡Gracias a ti, ahora tengo un gran dolor de cabeza! ¡Con nombre y apellido! —espetó Pedro, antes de salir iracundo del despacho de su padre, buscando en su agenda el teléfono de la modelo.
Nicolas Alfonso sonrió complacido, mientras se terminaba el exquisito licor. No se había equivocado en absoluto al llamar a su hijo pequeño para ese molesto asunto. Él sabía lo sensible que era con respecto a San Valentín y también sabía hasta qué punto Paula Chaves era capaz de sacar de quicio a cualquiera si se lo proponía.
De sus dos vástagos, Pedro era el que más se parecía a él en los negocios. Aunque quisiera negarlo, su vena pendenciera siempre estaba ahí, latente. Solamente había que despertarla. ¿Y quién mejor para hacerlo que aquella odiosa muchacha que tanto lo molestaba?
Con sus acciones de ese día Nicolas había matado dos pájaros de un tiro: por un lado se libraba del problema de volver a tratar con aquella bruja y, por otro, sacaba a relucir el verdadero carácter de su hijo, poniéndolo a prueba para el proceso de convertirse en su heredero.
No cabía duda que Pedro haría sudar lo suyo a Paula Chaves. Era un chico dulce y amable, pero nunca dejaba una ofensa sin su debido castigo y, para desgracia de la señorita Chaves, ésta lo había ofendido profundamente.
Al fin esa arpía obtendría su merecido y él únicamente tendría que permanecer sentado en su viejo sillón, observando cómo aquella impertinente era destruida. Las cosas no podían haber salido mejor ese día, pensaba Nicolas, mientras brindaba con el horrendo oso que le hacía compañía.
****
—¡Mierda! ¡Ninette, coge el teléfono! Te repito que no es culpa mía. Todo ha sido obra del manipulador de mi padre y de una mujer que... —Pedro estaba hablando de nuevo con el buzón de voz de la modelo, un tanto desesperado, ya que no le gustaba pasar ese día solo.
Por lo visto, la esquiva Ninette había oído el último de sus mensajes, pues, tras cometer el error de mencionar a otra mujer, recibió un mensaje de texto bastante tajante que decía:
Tú te lo pierdes.
¡Mierda, mierda, mierda! ¡Todo por culpa de aquella mujer! Si no hubiera hecho caso de las súplicas de su padre y volado hasta la ciudad, ahora estaría disfrutando de una deliciosa cena en uno de sus restaurantes preferidos, seguida del maravilloso postre nada empalagoso que podía llegar a ser Ninette.
—¡Jodida y maldita Paula Chaves! ¡Te odio profundamente! — maldijo en plena calle, con el móvil aún pegado a la oreja, sin percatarse de que la gente que pasaba junto a él no sabía que no había nadie al teléfono.
—Mamá, ¿por qué ese hombre maldice a su novia? ¿No debería decirle cosas bonitas el día de San Valentín? —preguntó una niñita que agarraba con fuerza entre sus brazos un peluche con forma de corazón.
—¡Hay personas que son así de desagradables! Tú ignóralo, cariño — respondió la madre, pasando desdeñosa al lado de Pedro.
—¡Joven! ¡Comprendo que haya personas que detesten esta
celebración, pero ésas no son formas de tratar a una mujer, y menos en el día de los Enamorados! —lo increpó un anciano, haciendo ademán de levantar su bastón.
—No, si a mí me gusta este día, de hecho, lo adoro —trató de justificarse Pedro—. Pero ella...
—¡Sí, claro! ¡Es muy fácil culpar siempre a las mujeres, ¿verdad?! —le recriminó una anciana que parecía acompañar al viejo cotilla.
Cuando Pedro pensó que estaba a punto de ser apaleado por unos viejos defensores del día de San Valentín, recibió una llamada que contestó rápidamente.
—Lo siento mucho, cariño, nunca volveré a decirte algo tan feo. ¿Me perdonas? ¡Por favor, amor mío! —dijo Pedro, ganándose así la mirada benevolente de los ancianos, que le otorgaron el perdón, llevándose sus bastones con ellos.
—Yo también te quiero, hermano, pero... ¿cómo decirte esto sin herirte...? Lo siento, pero yo no te amo —se burló Dario Alfonso, su hermano mayor, aprovechando una oportunidad que muy pocas veces se le presentaba.
—¡Calla, estúpido! —murmuró Pedro—. He estado a punto de ser apaleado por dos abuelitos por maldecir con el teléfono pegado a la oreja.
—Entonces, si mi llamada te ha salvado el culo, no deberías tratarme así. ¡Me gustaba más cuando era tu amorcito! —bromeó Dario, ganándose un nuevo gruñido de Pedro.
—¿Desde cuándo tienes un humor tan ácido, Dario? ¿Y por qué narices has huido? Eres tú quien debería tratar con esa loca desquiciada y ese viejo paranoico de nuestro padre, y no yo. Yo soy el hermano pequeño, el rebelde que huye de sus responsabilidades. Tú, en cambio, eres el mayor, el serio y autoritario que dirigirá algún día el negocio.
—Decidí que Paula Chaves era algo que tú manejarías infinitamente mejor que yo, así que puse pies en polvorosa. Y ahora estoy de vacaciones indefinidas hasta que papá y tú arregléis el problema.
—¡Cobarde! —masculló Pedro furioso.
—No, mejor di prudente. No pienso entrar en guerra con esa chica sólo porque saque de quicio a papá. Y tú deberías hacer lo mismo: no te prestes a sus juegos.
—Aunque sea una mujer terriblemente ofensiva, estaría de acuerdo en dejarla en paz si no fuera porque ha denigrado mi negocio con la burla que es el suyo, utilizando mis productos vilmente y aprovechado unas coincidencias, que no lo son en absoluto, en su propio beneficio.
—Entonces, por lo que puedo percibir por tu tono de voz, deduzco que esto es la guerra.
—¡Sin duda alguna! —sentenció Pedro, decidido a hundir a Paula Chaves en la miseria.
—No pienso inmiscuirme en esta historia, así que no contéis conmigo —anunció Dario.
—¿Cuándo volverás? El viejo te echa de menos.
—Cuando terminéis de acosar a una joven indefensa.
—¡Indefensa mis pelotas! —gritó Pedro, atrayendo la atención de todos los viandantes.
—Veo que ya la has conocido, pero no es lo que parece. Y en el momento en que tú te pones a competir, igual que le ocurre a papá, te ciega el ansia de victoria. Déjalo ahora antes de que te arrepientas, Pedro.
—Ella es la que ha empezado esto, pero ¡seré yo quien lo termine! — prometió él, sonriendo astutamente.
—¿Cuánto tiempo de paz le concederás antes de comenzar con tu asedio? —preguntó Dario, que conocía las agresivas estrategias de su hermano y sabía que, al igual que las de su padre, eran arrolladoras.
—Un año. Pero no he dicho que en ese año no haga nada en absoluto contra ella, sólo que me contendré un poco hasta que llegue la hora. Paula Chaves me ha declarado abiertamente la guerra y, querido hermano, sabes que yo no puedo dejar pasar un desafío.
—Tan belicoso como papá. Indudablemente eres su hijo. Hacedme un favor los dos y, hasta que todo esto termine, olvidaos de que existo. No quiero ser el paño de lágrimas de ninguno de vosotros, porque no tengo duda alguna de que esa mujer no es como las otras y que te hará sudar lo tuyo. Feliz día de San Valentín, aprovéchalo bien, Pedro, creo que cuando le declares la guerra a Love Dead, será el ultimo que podrás disfrutar en paz. —Y tras este inquietante consejo, Dario colgó sin darle ninguna pista sobre su paradero.
Pedro Alfonso estaba bastante molesto, porque el día que más le gustaba del año se lo había estropeado una desaprensiva joven.
¿Qué podía hacer ahora sin pareja, sin reserva para cenar y sin ningún sitio al que volver hasta que todo ese asunto se resolviera? ¿Qué podría devolverle el buen humor?
Entonces tuvo una gran idea: llamó a sus abogados y comenzó su lucha silenciosa. Después de hablar durante una hora con ellos, éstos entendieron finalmente lo que quería y se pusieron manos a la obra.
—¡Feliz día de San Valentín, Paula Chaves! —susurró Pedro maliciosamente a su móvil, poco después de finalizar la llamada, recuperando con ello su habitual buen humor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario