viernes, 27 de octubre de 2017

CAPITULO 13





—Paula, creo que no deberías tomarte esta extraña visita tan a la ligera. ¡Ese hombre nos traerá problemas! —advirtió Joel a una indiferente Paula, mientras ésta ordenaba las notas del discurso con que inauguraría la fiesta de anti-San Valentín.


—No seas paranoico. Ése sólo era otro curioso niño rico que quería divertirse un rato metiéndose con nuestra tienda.


—No, Paula, la cara de ese tipo me suena de algo, pero ahora mismo no caigo —insistió Joel.


—A lo mejor es un modelo, o uno de esos hombres de calendario que tanto salen en las revistas, o que simplemente tiene un rostro corriente — respondió ella.


—¡Qué narices voy a mirar yo una revista de modelos masculinos, Paula! —exclamó él, ofendido.


—Joel, realmente no me interesa lo que hagas en tu tiempo libre. Pero es preocupante que te haya importado más a ti que a mí la presencia de ese hombre en Love Dead.


—Tal vez será porque me preocupo por la molesta dueña, que hace enfadar a tanta gente que la lista de sus enemigos ya no cabe en una sola hoja.


—¡No seas exagerado! La última vez que los conté sólo eran una decena de personas —bromeó Paula.


—¿Quieres que te ayude a contarlas de nuevo? —replicó Joel, irónico, mientras alzaba una ceja—. Creo que, como siempre te pasa, olvidas a algunos cientos.


—Exageras —afirmó ella, quitándole importancia al asunto.


—Veamos: los empleados del House Center Bank, los receptores de tus regalos, los bomberos cuando tienen que acudir a una falsa alarma por alguno de tus productos, la policía en el instante en que algún cliente histérico es acosado por uno de nuestros peluches...


—¡Vale ya, Joel! ¡Lo he entendido! A partir de ahora iré con más cuidado. Pero te lo repito, no creo que ese guaperas pueda hacernos ningún daño. Seguro que es uno de esos hombres ricos que se valen de su físico para conseguir lo que quieren. Dudo mucho que en esa cabeza quepa otra cosa que no sea cuál será su próxima conquista o el siguiente coche deportivo que adquirirá.


—Paula, me rindo. ¡Es imposible hacerte entrar en razón! Pero haznos un favor a todos y deja de meterte con esa famosa cadena de regalos de San Valentín. Como se entere su dueño, estamos jodidos —aconsejó sabiamente Joel a su testaruda jefa.


—¡Eso nunca! ¿Sabes cuánto dinero estamos haciendo a costa de ellos? Si no querían ser importunados, que no se hubieran dedicado a algo tan absurdo como eso. Además, odio sus cancioncillas pegadizas, que se te meten en la cabeza y no te dejan dormir, y su estúpido eslogan: «En Eros, los dioses del amor cumplimos todos tus deseos». Pues mi deseo es que desaparezcan, sobre todo ese logotipo tan ñoño de un angelito repartiendo corazones.


—Paula, espero sinceramente que nunca nos enfrentemos a ellos, porque, con tu cabezonería, nunca darías tu brazo a torcer ni les ofrecerías algo tan simple como una disculpa.


—¿Y por qué debería disculparme? —preguntó Paula, sonriendo, mientras uno de sus trabajadores bajaba lentamente una piñata con el logotipo de Eros desde el techo hacia el estrado donde ella daría su discurso.



****


—... Y así termina mi discurso sobre el día más odioso del año — finalizó alegremente la dueña de Love Dead, al tiempo que golpeaba reiteradamente con un bate de béisbol la piñata con el logotipo de su antítesis, hasta reventar al amoroso Cupido.


Despreocupadamente, repartió las golosinas de su interior entre los asistentes, desechando en todo momento las exageradas preocupaciones de Joel. ¿Quién narices le iba a contar al dueño de Eros lo que hacían en su tienda? 


Además, una cadena tan grande y con tanto dinero nunca se molestaría por alguien tan insignificante como ella. Sólo tenía que evitar coincidir con el propietario de esas empalagosas tiendas y eso era fácil.


Paula ignoraba cómo era ese dechado de virtudes al que todos alababan. Seguro que era un simpático y adorable abuelito que, en su bendita ignorancia, idealizaba ese detestable día. Bien, pues mientras no se cruzara en su camino, habría tregua entre sus negocios, pero si alguna vez osaba hacer lo contrario... ¡Oh! 


Entonces ¡ese hombre conocería a qué se dedicaba su tienda y cada uno de sus famosos productos! Porque Paula Chaves nunca se dejaba amilanar.




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