miércoles, 25 de octubre de 2017

CAPITULO 7





Nicolas Alfonso, de unos cincuenta años, con el cabello cano y unos fríos ojos azules, de porte severo y elegante, se dignó bajar de sus oficinas para poner fin al escándalo. En un principio creyó que aquella inquietante muchacha habría hecho alguna de las suyas, pero pronto descubrió que sólo era uno más de los deudores de la larga lista que el banco exponía, con la idea de avergonzarlos, hasta que saldaran sus múltiples y abultadas deudas.


¿Es que las personas no podían aprender a controlar sus finanzas? Él, desde muy pequeño, había aprendido a manejar su fortuna y multiplicarla con facilidad, y sus hijos habían aprendido de él, como él lo hizo de su padre. Por desgracia, en las familias siempre había alguna oveja descarriada y en esa generación le había tocado a su hijo Pedro, un despreocupado vividor al que le encantaba viajar y que había renunciado a seguir con el negocio familiar.


Desdichadamente para Nicolas, Pedro tenía el genial toque de oro de la familia y a partir de una simple tiendecita abierta en un cochambroso local, había levantado una gran cadena de tiendas conocida en todo el mundo.


La inesperada visita de su hijo llegó justo después de que él acabara su cita con la jovencita impertinente. La misma que, mientras el exaltado hombre era conducido fuera de las dependencias del banco, lo miraba con intenso odio como culpándolo de todo, como si él fuera responsable de todas las desgracias del mundo.


Esa mirada retadora le recordaba mucho a la de su hijo Pedro cuando éste había asomado por la puerta de su oficina con una sonrisa de suficiencia en los labios, anunciando que ese día pagaría todo el dinero de sus préstamos y que ya no necesitaría más. Pedro había desafiado a todos con su negocio e independencia, y había hecho que su padre se arriesgase con un préstamo que no hubiera llevado a nada si no fuera porque ese hijo suyo era un lince de las finanzas.


Si hubiera tardado un año más en devolverle el dinero, ahora tendría a sus dos vástagos dirigiendo su banco con él, pero no, su impertinente Benjamín tenía que conseguirlo antes de tiempo y zafarse de todas sus responsabilidades.


Ahora sólo le quedaba un hijo para dirigir el negocio y un montón de problemas, pensaba Nicolas Alfonso, mientras observaba cómo la arrogante muchacha que le había exigido un préstamo, cogía con violencia la lista de morosos sin que nadie pudiera detenerla. Por lo menos, ése sería un problema del que se desharía muy pronto, concretamente en San Valentín.



****


Sin proponérselo, Nicolas Alfonso le había servido en bandeja la solución a todos sus problemas. Paula Chaves salió alegremente del banco, llevando aquel trozo de papel en la mano.


En la escalera del House Center Bank, el desesperado que minutos antes había gritado furioso por el injusto trato recibido, estaba sentado cabizbajo, sin encontrar solución a los conflictos de su vida. Tenía ojos verdes y hermosos cabellos castaños; en realidad, sería bastante atractivo de no ser por su aspecto desaliñado.


—La lista ya no está, me la voy a llevar yo —le dijo Paula,
mostrándole el arrugado papel al abatido sujeto.


—Gracias, señorita, pero no creo que eso solucione ninguno de mis problemas —replicó él, hundiendo los dedos en su pelo y escondiendo la cara.


—Tengo una idea, ¿sabe? Tan sólo es un proyecto —comenzó a explicarle Paula, sentándose a su lado—. Todos dicen que es imposible de realizar, pero yo no voy a rendirme y voy a conseguir un préstamo de esos pedantes y a hacerles el día a día bastante más difícil.


—Buena suerte en su intento, señorita —le deseó él educadamente, sin entender por qué aquella joven le contaba sus sueños, cuando los suyos hacía tiempo que estaban rotos.


—He decidido que usted va a ayudarme en mi negocio y que será mi primer empleado. Tal vez al principio no pueda pagarle mucho, pero en el momento en que usted comprenda el funcionamiento, el trabajo le encantará.


—Señorita, si aún no ha conseguido su préstamo, ¿cómo pretende contratarme?


—¡Oh, muy fácil! Mi primer pago será una comida caliente, un lugar donde dormir y, por supuesto, uno de los regalos de mi futura empresa, para la persona de su elección, el día de San Valentín.


—En estos momentos no tengo a nadie especial a quien regalarle nada, ni tampoco ganas de perder tiempo con ello —rechazó el joven la idea de un regalo amoroso.


—Oh, pero es que mi empresa no hace ese tipo de regalos. Es un tanto... inusual.


—¿Y se puede saber qué es lo que regala su empresa? —indagó él, sumamente extrañado.


—Acérquese y le contaré el secreto del triunfo de mi negocio —dijo Paula, mientras le susurraba al oído lo que ofrecería su tienda.


El hasta entonces desalentado individuo escuchó atentamente las locas ideas de su joven salvadora y, cuando Paula finalizó su explicación, estalló en estruendosas carcajadas que lo hicieron olvidarse de sus problemas.


—¿Y dice que se lo entregará a quien yo le diga? —preguntó animado, sin apartar los ojos del House Center Bank.


—¡Oh, sí! Para eso he decidido crear mi empresa, para que todos podamos expresarnos por igual el día de San Valentín. Pero ¡primero tenemos que conseguir un préstamo de este banco tan estrecho de miras!


—Soy Joel, señorita, no sé si conseguiremos el préstamo o si su tienda durará solamente un día o más de un año, lo que sí sé con certeza es que me divertiré mucho en el proceso, ¡así que cuente conmigo! —comentó excitado, estrechando la mano de su futura jefa.


—¡Bien! Entonces levántate, Joel, tenemos mucho que hacer y poco tiempo para ello, aunque creo conocer a unas cuantas personas que sin duda me ayudarán a conseguirlo —dijo Paula maliciosamente, a la vez que miraba el imponente edificio que ahora ya no la intimidaba.


El House Center Bank aún no sabía lo que le esperaba.




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