martes, 21 de noviembre de 2017
CAPITULO 94
—Pedro, hijo mío, la prensa se ha ido hace horas y los invitados también. Sólo quedamos tú, yo y el cura, al que te niegas a dejar marchar. Sabes que ya no vendrá, ¿verdad? —preguntó un desalentado Nicolas Alfonso a su hijo, que seguía sentado en los escalones del altar, esperando a una mujer que le había demostrado lo que sentía por él simplemente con su ausencia en ese crucial momento.
—Creía que aparecería. Estaba tan seguro de que vendría, de que había empezado a amarme de nuevo y a olvidar lo que hice... Todo es por mi culpa.
— No, Pedro. Tal vez si yo no hubiera insistido en que le hicieras daño, os habríais conocido en otras circunstancias y...
—Déjalo, papá, de nada sirve echarnos las culpas el uno al otro ni pensar lo que podría haber sido. La amé, me arriesgué... y he perdido — zanjó Pedro, poniéndose finalmente en pie, dispuesto a abandonar la iglesia donde quedaban todos sus sueños—. Desde mañana trabajaré contigo en el banco junto a mi hermano y olvidaré todo este asunto.
—Pedro, no creo que estés preparado para ello. En estos momentos, en estas circunstancias, no quiero que te escondas de la realidad detrás de una montaña de trabajo, como hice yo cuando murió tu madre. Eso no es bueno.
—Entonces, dime, ¿qué quieres que haga? Porque en estos momentos estoy perdido.
—Quiero que hagas lo que más te guste, lo que traiga a tu rostro nuevamente esa sonrisa que tanto me recuerda a tu madre. Así que si para que seas feliz tengo que renunciar a que dirijas mi imperio, lo haré sin arrepentirme de ello.
—Gracias, papá, pero creo que es demasiado tarde para ello. Paula era lo único que me hacía sonreír últimamente y, como puedes ver, la he perdido —dijo él, abriendo los brazos para señalar la iglesia vacía que confirmaba sus palabras—. Creo que esta noche tomaré un vuelo y volveré a mi apartamento de Francia. Enterraré todo bajo champán y tal vez una modelo que me haga olvidar que el eslogan de Paula es totalmente acertado: «El amor apesta».
—¡Maldita mujer! —murmuró Nicolas Alfonso, mientras veía cómo su hijo todavía dudaba si abandonar el lugar donde aún yacían sus esperanzas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario