domingo, 19 de noviembre de 2017
CAPITULO 88
—¡Joder, cuánto lo echo de menos! —se quejó Paula, desplomándose sobre el mostrador, sin poder dejar de mirar las apremiantes facturas que se le iban acumulando.
—Lo añoras, ¿verdad? —aseveró Catalina, al ver el lamentable estado de su amiga.
—¿De qué narices estás hablando? —repuso Paula, confusa ante sus palabras.
—Estabas suspirando por Pedro, echas en falta su presencia y lo mucho que te ayudaba últimamente a llevar este negocio —afirmó Catalina, satisfecha con el hecho de hacerle reconocer que nunca podría olvidar a ese hombre que tanto la adoraba.
—¡Lo que echo de menos es el café de las mañanas! En cuanto a Pedro, ese incordio de hombre, únicamente tendría que cruzar la calle y meterme en su tienda si quisiera ver de nuevo su arrogante cara.
—Tengo entendido que a partir de mañana no podrás hacerlo, ya que se va de viaje por algo relacionado con su trabajo y no volverá hasta el día de la boda.
—¿Cómo que se va? ¿Adónde demonios se marcha a tan sólo cuatro días de la boda? —preguntó Paula, dispuesta a averiguar todo lo que pudiera sobre ese viaje.
—La verdad es que no lo sé. Como tampoco sé por qué te interesa tanto, si ya has decidido que no va a haber ninguna boda —sonrió Catalina, ante la intranquilidad que comenzaba a demostrar su amiga al pensar que iba a tener a Pedro lejos.
—¡No me importa adónde vaya! ¡Sólo me molesta no tenerlo cerca por si alguno de mis parientes me sigue acosando con preguntas sobre una boda que nunca se celebrará!
—¿Por qué no les dices simplemente que tú no has aceptado casarte con él?
—¿Acaso crees que no lo he intentado? Pero todos ignoran mis palabras y dicen que son los nervios previos al enlace, mezclados con las hormonas del embarazo.
—Y es verdad, ¡estás nerviosa! —corroboró Catalina, pinchándola.
—¡Catalina! ¡No hagas que una mujer embarazada te rompa las piernas! —la amenazó Paula, furiosa por la ausencia de Pedro, que duraba ya dos días.
—¡Vamos! ¡Tú nunca atacarías a una persona indefensa!
—La gente puede decir muchas cosas de ti, pero te prometo que nunca dirán que eres indefensa: tu lengua viperina te delata.
—Ahora sí que has conseguido ofenderme —bromeó Catalina, acostumbrada a las pullas de su amiga—. Me voy para que puedas escabullirte sin que nadie te vea hacia la tienda de enfrente, para preguntar por el paradero de tu futuro esposo —concluyó alegremente, esquivando con habilidad uno de los peluches de muestra que su amiga había tenido la intención de estamparle en la cara.
—¿Cuántas veces tengo que decirlo? ¡No pienso casarme nunca! — exclamó Paula.
—Si tú lo dices —ironizó Catalina, mostrándole la elaborada invitación de su boda que Pedro había mandado a todo el mundo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario