viernes, 17 de noviembre de 2017
CAPITULO 81
Pedro miró detenidamente a los empleados de Love Dead, que lo observaban un tanto inquietos, sin saber para qué los había reunido.
Tras recibir la maravillosa noticia de su futura paternidad, Pedro se había dedicado a comprar todo tipo de cosas para el bebé y mandárselo todo a Paula y luego había decidido que lo mejor para atraparla era no darle la opción a rechazarlo, así que, sin pedirle opinión, había comenzado también a organizar la boda.
Ya había reservado la iglesia, escogido el lugar del banquete, los manteles, las invitaciones, las flores, el pastel... ¡Joder! ¡Había tantas malditas cosas que hacer, que estaba demasiado ocupado como para preocuparse por otras menudencias!
En ese preciso momento estaba a punto de anunciarles a los
trabajadores de Paula la noticia de la inminente boda y del embarazo de ella, y para eso los había reunido. Ellos no paraban de mirarse entre sí, intrigados, sosteniendo cada uno el sobre con su nombre que Pedro les había dado. En cuanto los abrieron, se quedaron petrificados.
—Esto es una broma de muy mal gusto —comentó Joel, molesto.
—No es ninguna broma, el catorce de febrero, el día en el que finaliza nuestro trato, pienso casarme con Paula.
—¿Y ella ha aceptado? —quiso saber Catalina, escéptica ante la idea deque su amiga hubiera dado su brazo a torcer respecto al matrimonio.
—No, pero lo hará.
—Tienes demasiada confianza en ti mismo, guaperas —declaró Joel con impertinencia.
—Se me ha olvidado daros una noticia aún mejor. No sé si Paula os lo habrá dicho ya, pero ¡vamos a ser padres! —exclamó Pedro, haciéndolos partícipes de su alegría.
Esta vez, los empleados de Love Dead se quedaron boquiabiertos, sin saber qué decirle al exultante padre, que había empezado a repartir bombones y puros.
—Estás haciendo lo correcto al casarte con ella, pero como le hagas daño a esa niña, te pegaré un tiro entre las piernas —declaró Agnes, poniéndose al fin de parte de Pedro.
—Es mi mejor amiga, pero es una cabezota. Así que más vale que te prepares para ser rechazado por lo menos mil veces antes de que te dé el «sí» — le advirtió Catalina.
—¡Como le vuelvas a romper el corazón, le enseñaré a hacer muñequitos de vudú! —lo amenazó Amanda, un tanto recelosa aún.
—Debes cuidar mejor de ella que hasta ahora y no romperle nunca más el corazón —declaró Barnie.
—¡Te estaremos vigilando! —le advirtieron los jóvenes rebeldes Jeffrey y Kevin, que ahora formaban parte de la gran familia que era aquel pequeño negocio.
—No te la mereces —afirmó rotundamente Joel, pero uniéndose también a los otros.
Larry simplemente eructó un «¡Felicidades!», haciéndolos reír a todos y arramblando con una de las cajas de deliciosos bombones.
Luego, mientras todos celebraban la espléndida noticia, Pedro revisó su buzón de voz para ver si tenía algún mensaje, y oyó el furioso que le había dejado Paula, con una lista de insultos que parecía interminable. De hecho, había tenido que llamar varias veces para completarlo.
Pedro se limitó a sonreír, acostumbrado a sus improperios y después les anunció a todos:
—¡Paula me ha llamado! —gritó exaltado, haciendo que todos vieran ya segura la boda, pues Pedro Alfonso siempre conseguía lo que quería.
En medio de las celebraciones, la puerta de la tienda se abrió, dando paso a las dos mujeres del Comité, que se quedaron bastantes escandalizadas ante el espectáculo que estaban dando los trabajadores, bebiendo, comiendo y bailando al son de la música.
—¡Por el amor de Dios! ¿Cómo puede permitir que sus empleados se comporten de esta forma en su horario de trabajo? —le espetó altaneramente Amelia Leistone, mirando con desprecio alrededor.
—Tienen motivo, señora, porque ellos y yo estamos celebrando dos buenas noticias.
—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son, si no es indiscreción? —preguntó
indiscretamente Lilian, la pequeña cotorra que intentaba hacer sombra a la mayor.
—¡Que Paula y yo ya tenemos fecha para nuestra boda! ¡Y que voy a ser padre!
—De modo que así es como ha conseguido atraparlo esa pequeña mujerzuela. ¡Ya me extrañaba que un hombre tan razonable como usted se relacionara con alguien como ella! —dijo la presidenta del Comité, ganándose una feroz mirada de Pedro.
—¡Si fuera usted un hombre, le daría un puñetazo! Pero como solamente es una fastidiosa y estúpida mujer me limitaré a decirle que se marche de aquí inmediatamente y no vuelva a pisar nunca ninguna de mis tiendas. ¡Jamás! —gritó Pedro, furioso, mostrándole la salida.
—Vamos, vamos, tranquilícese, señor Alfonso. Todos somos personas civilizadas. Sólo he venido a pedirle el favor de que, dado que ahora esta tienda le pertenece, la cierre de una vez por todas —dijo Amelia Leistone, ante la estupefacción de todos.
—Parece ser que la primera vez no me ha oído bien, así que se lo volveré a repetir: ¡márchese ahora mismo y no vuelva nunca! —replicó Pedro, perdiendo la paciencia.
—¡Créame si le digo que no debería meterse conmigo! —dijo la mujer, indignada—. Aunque usted tenga muchas tiendas y una gran reputación, yo cuento con muchos amigos.
—¿Está totalmente segura de que quiere enfrentarse conmigo, señora Leistone? —preguntó él, con una amenazadora sonrisa.
—Señor Alfonso, ¡los hombres como usted no me dan miedo! — sentenció Amelia altivamente.
—¡Agnes, saca la pistola! ¡Hay una plaga de cotorras en la tienda que hay que exterminar cuanto antes! —exclamó Pedro.
—¡Oh! ¡Veo que finalmente se le han pegado los groseros modales de esa mujer! —replicó Amelia, dirigiéndose al fin hacia la puerta, muy ofendida.
—Se ha echado usted a perder, señor Alfonso —declaró altanera la joven Lilian, siguiendo a su madre.
—¿Quiere eso decir que al fin dejará usted de perseguirme como una gata en celo? —soltó Pedro impertinente.
—¡Grosero! —contestó la chica, antes de salir de la tienda para no volver jamás.
—Aquí tienes la pistola —anunció Agnes, colocando el arma en las manos de Pedro, que estaba bastante asombrado de que una abuelita tan frágil pudiera manejar aquel descomunal revólver.
—Gracias, Agnes, pero ya no hace falta. No voy a dispararles —reveló Pedro, devolviéndole el arma.
—¡Pues deberías! —repuso ella.
—¡Ah, Agnes! ¡Los Alfonso de este mundo no actuamos así! — respondió Pedro cogiendo su teléfono. Después de hacer una llamada, informó a sus empleados orgullosamente—: Mañana a esta hora, esas dos cotorras desearán no haber oído nunca mi nombre y suplicarán perdón por todas y cada una de sus ofensas a Paula —sentenció, decidido a acabar con todo lo que fuera un obstáculo para la felicidad de su futura esposa.
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