lunes, 6 de noviembre de 2017
CAPITULO 45
Tras recibir el feliz agradecimiento de su madre por su regalo, Paula decidió que lo menos que podía hacer era acercarse a la tienda de Pedro para darle las gracias por todo lo que había hecho. Aunque con la noche pasada él ya tenía gratitud más que suficiente de su parte, unos postres de la pastelería de al lado no le vendrían mal para endulzar el día, así que cargada con una deliciosa ofrenda de paz y un termo de café, se pasó por Eros.
Cuando estuvo frente al escaparate, le llamó la atención un cartel pegado en el mismo, de una de esas molestas asociaciones que siempre acababan tocándole las pelotas a alguien por una u otra razón. De modo que, antes de que se convirtieran en una inminente plaga, eliminó el problema de raíz arrancando el anuncio del hermoso escaparate de su contrincante.
—«Comité Organizador para la Tolerancia hacia las Óptimas
Relaciones.» ¡Menuda gilipollez! —opinó Paula en voz alta, tras leer con atención lo que promovía esa organización de nombre tan largo y pedante.
Por lo visto se dedicaban a difundir las buenas costumbres, la moral, el amor hacia los demás y a recordarle a todo el mundo «las normas de decoro en una sociedad moderna que las ha olvidado por completo al sumirse en la depravada lujuria y el pecado de...». Bla-bla-bla y demás palabrería.
—Pedro, había mierda en tu escaparate, así que la he limpiado — comentó mientras entraba en la tienda, tendiéndole el panfleto a él sin entender por qué una anciana sumamente hortera y una joven de aproximadamente su edad, vestida como una monja a pesar de tener un cuerpo de modelo, la fulminaban con la mirada.
Pedro esbozó una de sus falsas sonrisas, mientras recogía el folleto y lo dejaba en su mostrador.
—Paula, te presento a la señora Amelia Leistone y a su adorable hija Lilian. Paula es la dueña de Love Dead y mi inusual vecina de enfrente — dijo Pedro, haciendo las debidas presentaciones.
—Sí, ya vemos que su aspecto concuerda con el de su negocio — comentó altanera la vieja foca que llevaba un horrendo vestido de un púrpura brillante que la hacía parecer la carpa de un circo.
—Vamos, mamá, no puede ser tan malvada como dicen —intervino dulcemente la hermosa rubia, que aunque vistiera sobriamente, era un putón a ojos de Paula, pues vio que agarraba con fuerza el brazo de Pedro, mientras se apretaba contra él como una joven desvalida.
Paula alzó una ceja ante el panorama, a la vez que pedía una explicación con la mirada.
—Estas hermosas señoras han venido a pedir la colaboración de todos los comercios: van a realizar una pequeña feria benéfica para los niños desamparados y necesitan toda la ayuda que podamos brindarles. A cambio de lo que donemos, podemos publicitar nuestros negocios en el evento — explicó Pedro, intentando calmar los ánimos.
—¡Ah, vale! —repuso Paula—. Si queréis, yo tengo algunos peluches y dulces que...
—No creo que sus productos sean los más adecuados para un evento como el nuestro —la interrumpió con suavidad la empalagosa joven, sin olvidarse de teñir sus palabras con un leve toque de desprecio.
—Bien, como veo que estás ocupado, aquí te dejo estos pasteles en agradecimiento por el regalo de mi madre —dijo Paula, cada vez más molesta con la actitud pasiva de Pedro hacia la lapa rubia que tenía pegada en el brazo—. Esta vez no contienen laxante —añadió, escandalizando a las dos arpías.
—De acuerdo, pero no hacía falta que me lo agradecieras, ya me lo has recompensado con creces esta noche —respondió Pedro ante aquellas dos cotillas.
Como siempre, las mujeres acogieron con benevolencia las insolentes palabras de Pedro.
—¡Qué amable ha sido usted obsequiando a madres que habían sido olvidadas! —tergiversó la joven, tocándole cada vez más las narices a Paula.
—Es normal, después de todo, es su futura suegra, ¿verdad, querido? — preguntó Paula, antes de darle a Pedro un posesivo e intenso beso que le hiciera recordar que ella era mejor que cualquier rubia pegajosa, por más espléndida que ésta aparentara ser.
—Se me ha olvidado mencionarles que Paula es mi prometida — comentó Pedro sin darle importancia, como si hubiera sido uno más de sus habituales descuidos.
Las dos mujeres escucharon boquiabiertas las palabras del guapo y rico empresario, con la esperanza de que todo fuera una broma.
Pero Pedro las sacó de su error cuando apartó de su lado a la entusiasta joven que llevaba rato sin soltarlo, y atrajo en su lugar a su adorable Paula, para besarla como estaba deseando hacer desde que la había visto entrar por la puerta de su tienda. Cuando terminó el ardoroso beso, Paula sonrió a las mujeres, deleitándose en su victoria.
Pero una de ellas no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente.
—¿Le importaría volver a poner el cartel en el escaparate? Pedro nos ha dado permiso —señaló la molesta rubia, pronunciando el nombre de él como si fuera una pecaminosa tentación.
—¡Cómo no! —contestó Paula cordialmente, mientras cogía el papel —. ¿Podrían darme otro a mí para colocarlo en mi tienda? —les pidió con demasiada amabilidad para tratarse de la dueña de Love Dead.
Las dos cotillas le tendieron uno de sus pomposos carteles y ella se alejó con paso firme y decidido hacia la salida. En unos segundos, colocó el cartel en el escaparate de Eros, pero en su tienda... ésa era otra historia.
Pedro salió ansioso para ver la jugada y cuando observó lo que había hecho, rio abiertamente, ante el asombro de las dos exaltadas féminas.
El anuncio había sido modificado, resaltando las letras iniciales de las siglas de tan distinguida asociación y añadiéndole algún que otro detalle. Al final, el cartel rezaba así: «Comité Organizador para la Tolerancia hacia las Óptimas Relaciones-Rollo Absurdo Simplón».
A simple vista, podía ser difícil percatarse del imaginativo insulto, pero si se juntaban todas las letras remarcadas más lo añadido, quedaba el acrónimo Cotorras, algo muy adecuado para tan tremendas cotillas.
Las mujeres miraron el cartel con desprecio y odio y se marcharon indignadas, mostrándose sumamente ofendidas ante la existencia de personas como Paula y su negocio.
En ese momento, Pedro supo que aquella asociación sólo traería problemas para los empleados de Love Dead, incluida su belicosa dueña, a la que adoraba.
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