Tras pasar siete semanas sin sufrir el acoso de Pedro, Paula ya lo echaba de menos. Se había acostumbrado a sus comentarios picantes, a sus creativas respuestas a sus jugarretas y a su seductor encanto. Los días eran tremendamente aburridos sin la presencia de ese molesto niño mimado.
Ese día tenía la impresión de que era importante, pero aún no sabía por qué. Sus empleados estaban bastante atareados, así que se trataba de una de esas festividades señaladas en el calendario, pero ¿cuál?
Paula miró hacia la tienda de Pedro, donde había una gran fila de gente que rodeaba el edificio. Sin duda, alguna espléndida promoción había surgido de aquella mente privilegiada para los negocios, atrayendo en masa a la multitud.
Pero ¿qué día especial era? Había tantos... Por las miradas
desconcertadas que le dirigían sus empleados, debía de ser una celebración destacada y no parecían comprender que ella se hubiese olvidado.
Finalmente, Paula lo dejó correr y se encerró en su despacho con los fastidiosos libros de cuentas. Tras horas de inagotable trabajo con los números, que parecían burlarse de ella, salió a la tienda.
Ya era prácticamente la hora del almuerzo e iba a tomar el relevo de sus empleados para que éstos pudieran ir a comer, cuando vio el llamativo calendario con el eslogan de Love Dead que tenían colgado en la pared.
—¡Mierda! ¡Mierda! —gritó desesperada, lanzándose hacia el teléfono del mostrador.
—Por fin se ha dado cuenta —dijo uno de sus malvados compañeros, que no se habían atrevido a advertirla del día que era.
—Demasiado tarde —comentó Catalina, cuando se oyó la singular melodía del móvil de Paula.
Ésta corrió hacia su bolso y contestó tan dulcemente como pudo, a la vez que en su mente se arremolinaban una decena de excusas.
—¿Me puedes explicar por qué no he recibido todavía una mísera llamada de mi hija? —preguntó su madre, muy ofendida por el olvido de su pequeña.
—Mamá, verás, yo...
—Se te ha olvidado, ¿verdad? —le reprochó Emilia, molesta.
—¡No, mamá! Sólo te estaba preparando algo especial y...
—¡Más te vale que sea realmente muy especial! ¡No estuve doce horas de parto mientras la cabezota de mi hija se negaba a salir al mundo, para que ahora se olvide de mí en el día de la Madre! —concluyó Emilia, colgando bruscamente.
*****
—Lo peor no es que te vean tus empleados, sino el dueño del negocio, ¿no te parece? —susurró seductoramente en su oído una voz masculina, sacándola de la fila y atrayéndola hacia sus brazos—. ¿Tanto me has echado de menos? —añadió Pedro, impertinente, negándose a dejarla escapar.
—¡Eso sólo ocurre en tus sueños! —contestó Paula, insolente, recostando la espalda contra el duro cuerpo de Pedro y notando cuánto la había echado de menos.
—Mis sueños son demasiado pervertidos, incluso para ti —sonrió él ladinamente, tras darle un beso en el cuello.
—¡Vamos, Pedro! Los dos sabemos para qué he venido hoy aquí — replicó ella, seductora, moviendo su insinuante trasero contra su rígido miembro.
—¿Qué es lo que quieres regalarle a tu madre? —preguntó Pedro, soltando a su malvada y excitante hechicera, a la que por desgracia conocía demasiado bien como para saber que sus provocativas insinuaciones sólo eran uno más de sus trucos.
—Una de esas caras cajas de bombones y algo que, cuando me lo tire a la cara, no me haga mucho daño —respondió Paula—. No sé cómo he podido olvidarme de este día...
—Demasiado trabajo —opinó Pedro—. Yo también he estado bastante atareado. Ni siquiera he podido descansar un instante. He tenido que visitar cada una de mis tiendas para esta nueva promoción y estoy muerto de cansancio. ¿Hacemos una tregua y salimos a tomar algo tú y yo solos?
—¿No tienes que cenar en un elegante restaurante con tu refinada madre o algo así? —preguntó Paula, dispuesta a no caer de nuevo en la trampa de aquel seductor.
—Mi madre murió hace siete años, y en días como hoy no me gusta demasiado estar solo.
—Lo siento —se apresuró a disculparse Paula—. Seguro que era una madre estupenda.
—La mejor —respondió Pedro, con una hermosa sonrisa.
—Bueno, está bien. Tú encárgate de que mi madre esté tan contenta con su regalo que no me moleste durante un año y yo saldré contigo. Pero que quede claro desde el principio: nada de sexo —le advirtió Paula, totalmente decidida.
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—¿Qué parte de la frase «nada de sexo» no comprendiste? —protestó Paula a la mañana siguiente, golpeando enfadada con una almohada al satisfecho y desnudo Pedro.
—Los adverbios de cantidad y las negaciones siempre se me resistieron en el colegio —bromeó él, protegiéndose de la peligrosa almohada de plumas con la que ella no cesaba de atacarlo.
—Entonces, ¿me puedes decir qué es lo que oíste de mi advertencia de anoche? —quiso saber Paula, parando por unos instantes su asedio.
—¡Sexo! —respondió Pedro entre carcajadas, poniéndose en pie, completamente desnudo, y arrebatándole su improvisada arma.
—¡Eres un embaucador! —se quejó ella, mientras Pedro dejaba un rastro de besos en su cuello.
—Siempre —confesó él, quitándole la sábana que ocultaba su desnudez.
—Y yo soy una idiota que siempre cae en tus trampas —replicó Paula, cediendo ante sus caricias.
—Pero eres mi bella idiota —declaró Pedro, observándola con una intensa mirada que la reclamaba una vez más.
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