Pedro se deleitaba con un vino de más de cinco mil dólares, regalo de Durand Lasserre, famoso chef del restaurante Le Petit Garçon en el que estaba cenando, mientras contemplaba a su glamurosa cita, que, aunque en otras ocasiones lo había mantenido expectante ante la idea de pasar la noche en su cama, en esos momentos tan sólo lo aburría enormemente.
Ninette era una hermosa rubia de vivos ojos verdes y largas piernas.
Como se dedicaba al mundo de la moda, cuidaba mucho su físico y poseía unas espectaculares curvas que enloquecerían a cualquier hombre, pero que en esos instantes a Pedro lo dejaban frío.
Su piel de porcelana era perfecta y sus llamativos labios pintados de rojo lo atraerían a pecaminosos pensamientos si no estuviera recordando una descarada boquita que, por desgracia, parecía llamar más su atención.
¡Qué narices le había hecho Paula Chaves! Él, un hombre que podía tener a cualquier mujer en su cama, se dedicaba a fantasear con una que era sumamente espinosa y altanera, una que no dudaría en fustigarlo con su lengua si supiera las mil y una posturas en las que quería tenerla para poseerla una y otra vez sin compasión.
Decididamente, la abstinencia de aquellas dos últimas semanas le estaba pasando factura.
Había estado tan ocupado con sus proyectos, que hacía algún tiempo que no salía con nadie; tal vez por eso fantaseaba con aquella fiera descontrolada que no hacía otra cosa que alterar su buen humor. Pero ahora tenía una cita con una famosa y hermosísima modelo. Seguro que después de pasar una tórrida noche de pasión con ella, se quitaría a la impertinente Paula Chaves de la cabeza sin ningún problema.
Lo malo era que, aun viendo a la ardorosa Ninette frente a él con aquel escueto y provocador vestido rojo que insinuaba cuán exquisito era su cuerpo, no podía olvidar cómo su joven contrincante se había enfrentado a él y le había advertido beligerantemente sobre su próximo movimiento.
Pero ¿qué podía hacer Paula que no hubiera hecho ya? Pedro se conocía uno a uno todos sus sucios trucos e insultantes regalos, y, después de todo, ella no podía tener acceso a los mismos lugares en los que él podía entrar por su dinero y posición en las altas esferas de los negocios y la sociedad.
Mientras miraba una vez más cómo Ninette jugueteaba con su insulsa ensalada, a la vez que le dedicaba incitadoras miradas llenas de pasión, sin duda alguna para agradecerle el regalo que lucía en su muñeca derecha, una costosa pulsera de esmeraldas, Pedro vio que un hombre de unos cuarenta años elegantemente vestido se dirigía hacia ellos.
El sujeto no parecía sospechoso, su porte elegante y su rostro serio e imperturbable hacía pensar en un hombre de negocios. Pero el ramo de flores amarillas que llevaba en las manos significaba «celos» en el lenguaje de las flores y sólo había una persona en su vida que pudiera hacerle tan abiertamente una advertencia. Cuando empezó a buscar a Paula con la vista e intentó advertir a Ninette, ya era demasiado tarde y la broma de Love Dead había comenzado.
—Señorita Ninette, aquí tiene estas espléndidas rosas: son para usted por el día de su cumpleaños. Yo tan sólo soy un mensajero —anunció el hombre, entregando su presente.
—¡Oh, son hermosísimas! ¡Seguro que esto es uno más de tus maravillosos regalos, Pedro!
—Ninette yo... —intentó inútilmente advertir él.
—¡No digas nada! —susurró la ardorosa modelo, tapándole
dulcemente la boca con una mano—, en casa te recompensaré por cada uno de tus presentes...
—Me alegra que le haya gustado, señorita, pero aún hay más. Debo cantarle el Cumpleaños feliz de una forma que nunca lo olvide —continuó el hombre con gran seriedad ante la alegre modelo.
—¡Oh, un tenor para mí sola! ¡Qué detalle tan romántico, Pedro!
—Pero, Ninette, yo no... —lo intentó una vez más, siendo desoído por la temperamental fémina, que, eufórica ante su regalo, no atendía a razones
—¡Calla, calla! ¡Quiero escuchar la canción!
—Un segundo, señorita, debo prepararme —pidió afectadamente el elegante hombre, mientras cogía una bebida gaseosa de una bandeja que llevaba un camarero que permanecía a su lado, asombrado, y se la bebió de un solo trago.
—¡Pobre! Debía de estar sediento... —excusó Ninette el grosero comportamiento de quien iba a hacerle su regalo.
Cuando depositó la botella vacía nuevamente en la bandeja, el hombre se golpeó el pecho con fuerza y se dispuso a cantar.
Pero de su boca no surgió la melodiosa voz que Ninette esperaba, sino unos eructos que, de una forma un tanto distorsionada, podían identificarse con la melodía del Cumpleaños feliz.
En el restaurante se hizo un silencio sepulcral. Todas las escandalizadas miradas se dirigían a la mesa en la que un atónito Pedro miraba boquiabierto cómo aquel hombre era capaz de seguir eructando «cumpleaños feliz» incansablemente una y otra vez.
Ninguno de los presentes podía concebir que en un restaurante tan prestigioso como aquél se llevara a cabo tan tosca afrenta. Una burla que, sin duda alguna, acabó con el apetito de todos.
Ante la petrificada presencia de los camareros, que no se podían creer lo que estaba sucediendo en su lujoso comedor, el «tenor» finalizó su canción, si es que se podía definir aquello como tal, hizo una reverencia y se marchó con la misma majestuosidad con que minutos antes se había presentado.
—¡Esto es insultante, Pedro! ¡Qué humillación! ¡Sin duda alguna nunca olvidaré este día! —gritó Ninette, tirándole la servilleta a la cara, sin permitirle dar ninguna explicación mientras se alejaba airadamente.
Los comensales fulminaron a Pedro con la mirada, hasta que uno de los camareros se acercó para mostrarle amablemente la salida.
Él se resignó a irse sin armar escándalo. Aunque se excusara, nadie lo creería, así que pagó una escandalosa suma, sin duda alguna algo hinchada por los resentidos empleados, y salió por la puerta de Le Petit Garçon para no volver mientras se pudiera recordar esa escabrosa broma.
Cuando salía del local, oyó una irónica voz femenina, a cuya propietaria esperó con impaciencia.
***
—¡¿Qué?! ¿Veinte dólares por unos panecillos y un agua mineral? ¡Dios, qué atraco! —se quejó Paula, ultrajada, mientras sacaba su cartera—. Joel, te has quedado sin cena —suspiró luego, resignada, mientras entregaba todo su dinero al elegante ladrón del restaurante..
—¡Vaya, vaya, vaya! Pero a quién tenemos aquí: ¡si es mi querida enamorada! —dijo sarcásticamente una voz conocida detrás de Paula, cuando ésta salía con Joel de Le Petit Garçon.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida al haber sido pillada in fraganti por aquel adonis, que por lo visto no era tan tonto como aparentaba.
—He oído tu melodiosa voz en el instante en que salía y no he tenido dudas de que la serenata de Ninette ha sido cosa de mi querida y celosa amante.
—¡Tú y yo no somos amantes! —vociferó Paula, furiosa por su presunción.
—Aún... —apostilló Pedro, sin dejar de reírse ante el enfado de ella.
—Bueno, espero que te haya gustado mi regalo. Ése era Larry, el hermano de Barnie. Estoy pensando en añadir sus servicios a un nuevo y extenso catálogo creado sólo para ti. —Paula sonrió maliciosamente, intentando dejar atrás la prepotente presencia de Pedro Bouloir.
—Un segundo, preciosa —la detuvo él, cogiéndola bruscamente del brazo—. Tú y yo todavía no hemos terminado.
—¡Será mejor que la sueltes! —saltó el siempre protector Joel, ante el acoso hacia su amiga.
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Pedro, molesto, mirando al sujeto por encima del hombro como si de una fastidiosa mosca se tratase.
—Paula me ha invitado a cenar —contestó Joel, dándose importancia.
—¡Enhorabuena! Por lo que he podido oír, has tenido tiempo de roer los panecillos de este famoso lugar. ¡Conténtate con esto y piérdete! — ordenó arrogante Pedro, tirándole un billete de cien dólares.
—¿Quién narices te crees que eres? —gritó Paula, ultrajada por la forma en que acababa de tratar a su amigo.
—En estos momentos un hombre con muy poca paciencia, que tiene mucho que hablar contigo.
—¡Yo no tengo nada que hablar con usted, «míster Eros»! —declaró ella muy digna, mientras se zafaba de su agarre.
Cuando se libró de Pedro, cogió amigablemente a Joel del brazo y se dispuso a marcharse de aquel ostentoso lugar, hasta que una maliciosa provocación la hizo pararse en seco.
—¿Ni siquiera del contrato de nuestra apuesta? —preguntó Pedro burlonamente, viendo cómo Paula posponía su partida—. El contrato, y su preceptiva copia, redactado por mis abogados, está en mi apartamento. Tienes hasta las doce de esta noche para venir a echarle un vistazo; si no vienes, lo romperé en pedazos y nuestro acuerdo quedará anulado.
—¡Fui una estúpida al hacer ese trato contigo! —replicó Paula, furiosa, olvidándose de Joel.
—No lo dudo, pero ¿tienes el suficiente dinero para enfrentarte de nuevo a mis abogados? —preguntó malévolo el diablo con cara de ángel al que algunos comparaban con Cupido.
—¡Eres un miserable! —gritó Paula, acompañándolo hacia su coche.
—Sin duda alguna —confirmó Pedro, abriéndole gentilmente la puerta del vehículo.
—Lo siento, Joel, pero este ser despreciable y yo tenemos que hablar — dijo Paula, rabiosa, mientras cerraba con brusquedad la puerta del caro descapotable.
—Otra vez será —añadió Pedro, desafiándolo con una intensa mirada de advertencia de sus fríos ojos azules, antes de marcharse con su conflictiva acompañante.
Joel se quedó a solas con el billete de cien dólares abandonado en el suelo. Lo recogió antes de que algún otro se hiciera con él y, ante la perspectiva de cenar solo en su pequeño apartamento, llamó a toda la plantilla de Love Dead.
—¡Adivinad quién nos invita a cenar esta noche...! —anunció
alegremente, sin preocuparse demasiado por su amiga, ya que sabía que Paula podía defenderse sola.
Muestra de ello era sin duda su inigualable negocio. ¿A qué otra loca desquiciada se le ocurriría abrir una empresa en la que simplemente se dedicaba a tocarle las pelotas a todo el mundo?
NO puedo parar de reír con esta historia jajajajaja. Buenísimos los 3 caps.
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