—Ninette no, ¡claro que no he olvidado que hoy es tu cumpleaños! Tengo toda una velada especial preparada para ti. Primero, una fantástica cena en Le Petit Garçon, con música, velas, flores..., todo lo más caro y delicado para tu exquisito paladar. Luego te daré tu regalo y más tarde tomaremos el postre en mi casa —ronroneó Pedro a la cotizada modelo, que al fin había conseguido hacer un hueco en su agenda para pasar tiempo con él.
—Entonces paso a recogerte a las siete. La reserva es a las ocho, así que no habrá ningún problema —finalizó Pedro, cerrando bruscamente su teléfono móvil al percatarse de que enfrente tenía a Paula Chaves, que lo observaba alegremente con una pícara sonrisa.
—¡Oh! ¡No deberías salir con otras cuando estás prometido! ¿Qué pensará de ti tu querida suegra cuando se lo cuente? —dijo con ironía, aún molesta por su jugada.
—Ah, por lo que puedo ver, no te gustó que llamara a mamá para quedar, pero creo que si vamos a salir, es mejor para ambos que no nos escondamos —contestó Pedro burlonamente.
—¿Y piensas contarle a tu Ninette que estamos prometidos, o eso te lo reservas para los oídos de las madres alcahuetas?
—No creo que tenga que decírselo. Ella solamente es una hermosa mujer con la que quedo a veces. Ninguno de los dos está comprometido con el otro. No quiero quemar mis barcos con ella, ya sabes, por si tú me abandonas y me dejas con el corazón roto —respondió él, carcajeándose ante esa absurda posibilidad.
—Te lo advierto, soy una persona enormemente celosa, amor mío — dijo Paula, jocosa, a la vez que le apretaba un poco más la corbata.
—¿Estás celosa, Paula? Eso quiere decir que he empezado a gustarte —se jactó Pedro ante la pendenciera mirada de ella—. Sólo me falta esto — añadió con chulería, mostrando una pequeña distancia entre sus dedos índice y pulgar—, para que caigas rendida a mis pies.
—¡Oh, sí! ¡Segurísimo que sí! —contestó ella, burlona—. Te lo advierto, Pedro Bouloir: tú me has fastidiado mucho con esa estúpida llamada a mi madre y yo pienso amargarte la vida a conciencia. De momento, prepárate para convertirte en el perfecto hombre fiel, ¿no es ésa una de las cosas de las que te vanagloriaste ante mi madre? Pues no te preocupes, yo te ayudaré con ello —finalizó Paula, apretando demasiado la elegante corbata, mientras se enfrentaba a sus burlones ojos.
—Sí, lo que tú digas, cariño. Si quieres tenerme para ti solita, tan sólo tienes que decírmelo. En estos instantes mi local está vacío y todavía no hemos terminado lo que empezamos sobre el nuevo mostrador.
—¡Quedas advertido, Pedro Bouloir! —amenazó Paula airadamente, tras soltarlo con brusquedad.
Mientras se dirigía a su tienda, oyó las estruendosas carcajadas de él, burlándose de sus amenazas, seguramente creyéndolas insustanciales.
—¡Oh, Pedro Bouloir, no sabes cuánto me voy a divertir contigo! — susurró Paula maliciosamente, mientras que una perversa idea tomaba forma en su cabeza.
*****
—Paula, cuando me invitaste a un elegante restaurante francés y me pediste que me vistiera para la ocasión, no tenía precisamente esto en mente —se quejó Joel sentado con ella a una alejada mesa, escondida de todos, desde donde espiaban descaradamente a Pedro Bouloir y su cita.
—¡Cállate, Joel! ¡Encima de que te invito a cenar en un restaurante caro! —replicó Paula, sin dejar de observar con suma atención la mesa de al lado, mientras se escondía tras la carta de vinos.
—Pero ¡si sólo me has dejado comerme los panecillos de la cesta! Y el camarero, que no deja de dar vueltas a nuestro alrededor, empieza a olerse que aquí hay gato encerrado.
—Sólo tienes que aguantar un poco más y ya verás: habrá valido la pena acompañarme.
—Vale, lo que tú digas, pero yo tengo hambre. ¿Puedo pedir ya? — preguntó Joel, esperanzado, pensando en probar la deliciosa comida de aquel famoso restaurante.
—¡Ni de coña! Como pidas algo, me arruino. Calla y luego te invito al McDonalds —ordenó ella despreocupadamente, sin quitar ojo de la empalagosa pareja.
—En serio, Paula, no me digas que ya has caído en las garras de ese embaucador. Porque lo que estás haciendo en estos momentos es propio de una mujer enamorada y celosa.
—¡Qué celos ni qué ocho cuartos! —musitó ella con rabia, muy ofendida con la insinuación.
—Entonces, ¿me puedes explicar qué hacemos aquí espiando a ese guaperas en vez de disfrutar de una cena donde sea?
—Todo a su debido tiempo, Joel, todo a su debido tiempo —comentó Paula sonriente, mientras veía cómo un elegante hombre con un ramo de rosas amarillas era conducido a la mesa donde se encontraba la pareja—. ¡Oh, Joel, mira atentamente! ¡Créeme! ¡No querrás perderte esto! —añadió
con maliciosa excitación, ante lo que se le avecinaba a Pedro Bouloir—. ¡Te lo advertí! —susurró vengativamente a su rival, observándolo con atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario