lunes, 30 de octubre de 2017
CAPITULO 21
Aparcamiento privado, vestíbulo con varios vigilantes que parecían armarios roperos, y un amable conserje que, sin duda alguna, a juzgar por su físico y su temible apariencia, en algún otro momento habría formado parte de las Fuerzas Especiales. Ésas eran algunas de las medidas que sobreprotegían al famoso empresario en su elegante residencia.
Era normal que ninguno de los mensajeros de Love Dead hubiera podido llegar más allá de la entrada a la hora de intentar entregar sus regalos. Finalmente, un lujoso ascensor que llevaba hacia el ático era el último paso para llegar al hogar del conocido dueño de Eros.
—Así que ésta es la guarida donde planeas maldades contra mi negocio —comentó Paula burlona, mientras observaba con atención un gran salón decorado a la última moda, pero sin calidez.
—¿Debo recordarte quién empezó esta guerra, Paula? —dijo Pedro, mientras servía una copa para él y otra para su invitada, que ya se acomodaba en su confortable sofá de diseño.
—Yo no tengo la culpa de que tú seas un hombre un tanto susceptible, que salta ante la menor provocación —replicó ella, tomando la copa que le ofrecía.
—De modo que, según tú, me debería haber quedado quieto y no hacer nada ante las provocaciones de tu negocio —resumió Pedro, deleitándose con el exquisito licor.
—Sí, eso es en definitiva lo que hacen los niños buenos —respondió Paula, burlona.
—Oh, Paula Chaves, ¿quién te ha dicho que yo soy un niño bueno? —Pedro sonrió lobuno, mientras se inclinaba repentinamente sobre ella, haciéndola reclinarse en el gran sofá de piel.
—¿Qué haces, Pedro? —preguntó, sorprendida por su gesto.
—Terminar la velada tal como la tenía planeada: comida, música y sexo, mucho sexo. Supongo que al haber espantado a mi cita, será que quieres tomar su lugar... —Sonrió pícaramente, a la vez que le arrebataba la copa y la dejaba a un lado, en una mesita de cristal.
—Creo que puedo dedicarte unos minutos —contestó Paula
sarcásticamente, intentando pinchar el hinchado ego del adonis.
—Bien, entonces en unos minutos estarás gritando mi nombre —dijo él y sonrió ladinamente, mientras repasaba su cuerpo con una lasciva mirada.
—Espera un momento...
Él acalló sus posibles protestas con un apasionado beso con el que devoró su boca, luego introdujo su lengua exigiéndole una respuesta, que no tardó en hacerse notar, cuando un gemido escapó de los labios de Paula mientras respondía gustosa, atrayéndolo hacia su cuerpo.
Las ágiles manos de Pedro le acariciaron lentamente el cuello y bajaron lánguidas por su costado hasta dar con el final de su ceñido vestido negro.
Se lo levantó levemente, acomodando su cuerpo en el proceso para que ella pudiera sentir su intenso deseo, que palpitaba impaciente por tomarla una y otra vez.
Mientras con una mano le alzaba el trasero, pegándola más a su excitado miembro, dirigió la otra, impaciente, hacia el escote del vestido, que bajó bruscamente para acariciar aquellos exquisitos senos que tanto lo atraían.
No pudo resistirse ante los apasionados gemidos de deseo de ella, y abandonó su boca para dar un poco más de placer a ese cuerpo tan receptivo que lo acogía con tanta necesidad. Lamió su delicado cuello y dejó un camino de pequeños besos hasta llegar a donde sus gloriosos pechos lo esperaban anhelantes. Besó los enhiestos pezones por encima del sujetador, se los succionó, humedeciéndolos, y los mordisqueó sin que abandonaran su prisión. Luego se los acarició juguetonamente con los dedos, haciéndola gritar de placer y sopló malicioso sobre los excitados pezones, al tiempo que introducía su osada mano por debajo de sus braguitas, para comprobar la evidencia de su deseo. Sus dedos acariciaron su húmedo interior, haciendo que se retorciera de placer.
Pedro introdujo lentamente un dedo mientras con otro le acariciaba el clítoris, haciendo que cada vez que uno de sus fuertes dedos entraba, el otro la rozara levemente. Así, pronto Paula estuvo retorciéndose entre sus brazos en busca de la culminación, que parecía resistírsele, pues Pedro la torturaba parando en sus avances y negándole la ansiada liberación una y otra vez.
—Bueno, ¿hablamos ahora de nuestro acuerdo? —le susurró él al oído, retirándose de su insatisfecho cuerpo a la vez que sonreía con picardía.
—¡Eres un bastardo! —masculló Paula, acalorada, arreglándose la ropa.
—Bien, ya era hora de que te dieras cuenta de que no soy el niño bueno que todos creen. Si quieres jugar conmigo, ten presente una cosa, Paula: voy a jugar igual de sucio que tú, o incluso más. —Sonrió audazmente, observando el rubor de su agitada invitada y añadió—: Será mejor que vaya por el contrato, así te daré un poco de tiempo para que te recompongas.
Y, tras estas palabras, se encaminó hacia una de las suntuosas puertas de roble que llevaban a su despacho.
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