sábado, 11 de noviembre de 2017

CAPITULO 61





Durante una semana, nadie supo lo que Love Dead aportaría a la fiesta benéfica. Los correctos padres del Comité intentaron insistentemente sonsacar a los dos chicos, pero por más que probaron de convencerlos con sobornos o amenazas para que confesaran el codiciado secreto, el peligro que representaban Agnes y sus ositos eran mucho más aterradores que acabar en cualquier internado.


Pedro observaba intrigado desde su tienda las idas y venidas de extrañas mercancías. En más de una ocasión, Gaston y él intentaron entrar en la tienda para ofrecer su ayuda, pero siempre eran recibidos con miradas recelosas.


Sin embargo, Dario siempre era acogido con una grata sonrisa.


Eso sólo conseguía incrementar el mal humor de Pedro, agravado por la desagradable noticia de que Lilian Leistone los ayudaría en la tómbola. Así que, mientras los maliciosos empleados de Love Dead se divertían como locos con una de las trastadas de Paula, él estaba condenado durante horas a un infierno de monotonía.


Finalmente, llegó la víspera de Halloween. Todos los insulsos puestos aburrieron inmensamente a los jóvenes, aunque resultaron algo entretenidos para los más pequeños. 


Poco después de que todos los tenderetes abrieran y la gente comenzara a llenar la plaza, un extravagante cartel fue colocado encima de la fuente pública por dos jóvenes disfrazados de hombres lobo y maquillados con gran habilidad. El cartel de los licántropos tenía un llamativo fondo negro sobre el que unas sangrientas letras rojas anunciaban:


«N.º 13 TIENDA DEL TERROR».


A continuación, atrajeron la atención hacia su publicidad aullando como lobos a la luna. Cuando se congregó bastante público, saltaron como maníacos hacia el suelo y corrieron hacia el puesto de Love Dead. Más de una docena de aburridos adolescentes los siguió, atraídos por una posibilidad que no los hiciera bostezar.


Paula repasó una vez más su «tienda del terror». Los decorados que había pintado Dario eran fabulosos y los adornos que había aportado Barnie, procedentes de las películas de miedo que a él más le gustaban, habían convertido el puesto en un escenario verdaderamente aterrador.


Larry había llevado un caro maquillaje y tenía una gran habilidad para convertirlos a todos en monstruos horripilantes. Él había decidido vestirse como el clásico y aterrador payaso asesino de los libros de Stephen King y, tras acabar con el maquillaje, en esos instantes comprobaba que una espeluznante cancioncilla infantil no cesara de sonar en ningún momento.


Agnes, con su disfraz de vieja bruja, estaba ultimando los detalles de los muñequitos vudú que adornaban uno de los escenarios; Joel, disfrazado de Freddy Krueger, terminaba de colocar las telarañas junto a un gran muñeco de un pulpo de ojos rojos, que al moverse resultaba bastante realista; Amanda, con sus harapientas ropas de zombi, comprobaba el resorte de su tumba en el pequeño cementerio representado en cartón piedra.


Los jóvenes Kevin y Jeffrey se habían marchado para atraer a los clientes, bastante emocionados con sus perfectos disfraces de licántropos y su excitante trabajo de esa noche. 


Paula, al final, se había decantado por un clásico disfraz de novia cadáver y Barnie... ¿dónde narices estaba Barnie?


—¡Otra vez no! —resopló Paula, resignada, mientras se dirigía hacia la entrada del tenderete, dispuesta a reprender a uno de sus insurrectos empleados.


Salió con paso resuelto en busca de Barnie, pero en el momento en que volvió a oír los gritos aterrorizados de los niños junto con el sonido de la falsa sierra mecánica, supo que su excéntrico amigo lo había vuelto a hacer.


Barnie, disfrazado como Jason, el protagonista de Viernes 13 que siempre llevaba una máscara de hockey, gritaba como un poseso mientras movía terroríficamente su arma como si fuera real.


—¡Barnie! ¿Cuántas veces tengo que decirte que todavía no hemos abierto? ¡Adentro! —ordenó Paula una vez más.


—Pero ¡Paula! ¡Alguien tenía que darles una lección a esos niños! ¡Iban a tirar huevos contra nuestro puesto! ¡Y papel higiénico!


—¿Y los de antes? —preguntó ella, ante sus vanas excusas.


—¡Eso era muy sospechoso! ¡Había demasiadas princesas!


—Ajá.


—¡Tú! ¡Mueve tu gordo culo y ayúdame con esto! —dijo la Bruja del Oeste, amenazándolos a todos con su escoba.


—¡Paulaaa...! —suplicó Barnie.


Pero su jefa no tuvo clemencia:
—Ya has oído a Agnes, Barnie: ¡a trabajar! ¡Creo que los clientes ya vienen! —añadió, emocionada ante el cercano sonido de aullidos que era la señal.



*****


—¡Queridos amigos, este año nos hemos superado con un grandioso y familiar evento en el que todos hemos disfrutado participando! Claro está que unos más que otros —exclamó triunfante Amelia Leistone, señalando el inusual cartel de la fuente, que dudaba que hubiera atraído a nadie. Y continuó—: Tras el recuento de las ganancias obtenidas, la placa
conmemorativa irá a parar este año a manos de Eros, ¡que ha vendido por la abultada cifra de dos mil quinientos dólares!


La insistente presidenta del Comité hizo subir al estrado a los empleados y el dueño de la tienda ganadora. Pedro esbozó su falsa sonrisa, deseando estar en cualquier otra parte, mientras Gaston, su inestimable ayudante, puso los ojos en blanco cuando la pegajosa Lilian lo apartó para continuar con su acoso a Pedro.


—¡Creo que se han olvidado de nosotros! —exclamó Paula, aún con su disfraz, subiendo al estrado acompañada de todos sus empleados—. ¡Tome! ¡Love Dead ha conseguido cuatro mil dólares! —anunció sonriente, depositando en manos de la presidenta su caja con las ganancias.


—¡No puede ser! ¡Usted no tenía un lugar asignado! ¡Y además ha traído la caja para el recuento después de la hora establecida y...!


—Usted me dio un número con el que participar y todavía no son las doce, por lo que no estamos fuera de hora. Así que, ¿dónde está mi placa? —preguntó impertinente, acabando con cada una de las pobres excusas de Amelia Leistone.


—La recibirá por correo —contestó finalmente la aturdida presidenta, eludiendo su deber.


—Ya, ¡como la adjudicación de puesto! —ironizó Paula, abandonando el estrado con una sonrisa llena de satisfacción al saberse ganadora, aunque no hubiera nada que lo demostrara.






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