sábado, 28 de octubre de 2017

CAPITULO 16




—¡Joder, Paula! ¡Te dije que su cara me sonaba de algo! —gritó Joel, indignado, mostrándole la primera página del periódico de la mañana.


—Si esperas a que me tome el café, podré insultar contigo a quien desees, pero hasta que eso no ocurra, ya sabes bien que no soy persona, Joel.


—¡Muy bien! Pero ¿por qué no le echas un vistazo a esta foto mientras te bebes ese espeso brebaje al que llamas café y me dices si este tipo no te recuerda a alguien?


—Es el idiota que nos visitó hace meses —comentó Paula
despreocupadamente, sin molestarse en leer la noticia—. ¿Qué le ha pasado? ¿Le ha tocado la lotería? —bromeó mientras se preguntaba qué era lo que tenía a Joel tan alterado.


—¡Espera, te lo leeré! «El famoso empresario Pedro Bouloir, dueño de la famosa cadena de tiendas de regalos Eros, abrirá una de sus sucursales en la calle comercial, en el local número quince. El próximo catorce de febrero, todos los enamorados están invitados a celebrar el quinto aniversario del nacimiento de este hermoso negocio dedicado al amor...». Y bla-bla-bla. Sigue con una cuantas chorradas más. Pie de foto: «Fotografía del dueño de la cadena de tiendas Eros».


—¡No me jodas! —exclamó Paula, tirando su café por todos lados y arrebatándole el periódico a Joel con incredulidad—. ¡Ese hijo de...! — despotricó, sintiéndose engañada.


—Vino a espiarnos, a ver lo que hacíamos en Love Dead y, por lo visto, no le gustó, ya que desde su visita de aquel día no paran de llegarnos demandas —dedujo Joel, señalándole una y otra vez el periódico—. ¡Y parece que aún no ha acabado con nosotros, ya que va a abrir una de sus tiendas en nuestra misma calle!


—Joel, ¿cuál es exactamente el local número quince? —preguntó Paula, temerosa de saber la respuesta.


—No lo recuerdo, pero ahora mismo voy a averiguarlo.


Minutos después, volvía casi sin aliento a Love Dead, confirmando sus peores temores.


—¡Es... el... jodido local... de enfrente! —dijo entrecortadamente, despertando la cólera de Paula.


—¡La guerra ha comenzado! —declaró ella, mientras salía de su tienda furiosa, al oír el estruendoso sonido de un caro descapotable.



****


Pedro Alfonso sonreía complacido al ver cómo los hombres daban los últimos retoques a su nueva tienda: el hermoso y caro parquet otorgaba calidez al espacio, invitando a la clientela a adentrarse en su acogedor interior. Las paredes, de un blanco impoluto, contribuían a mostrar la pureza de su negocio y los cuadros de famosos enamorados de la historia repartidos por todo el local recordaban que nada era imposible para ese loco de Cupido.


Una de las secciones del establecimiento mostraba a los clientes la gran variedad de flores con las que se podía demostrar los sentimientos y cada una de ellas llevaba una etiqueta con su significado. En otra de las zonas de la tienda había varias vitrinas en forma de corazón, donde se exponían múltiples peluches: ositos con caras sonrientes, corazones con cariñosos mensajes, flores que bailaban al son de la música...


Sobre el mostrador, rojo y negro, había folletos explicando los diferentes servicios y una pantalla de televisión que quedaba detrás de él, pasaba una y otra vez los distintos anuncios de Eros, detallando todo lo que estas tiendas ofrecían a sus clientes.


Distraído indicándoles a sus hombres dónde debían colocar una de las estanterías, Pedro no se percató del escándalo de fuera, hasta que oyó gritar a su espalda:
—¿Tú eres Pedro Bouloir? ¡Bastardo mentiroso! ¡Jodido hijo de...! — Era Paula Chaves, a la que algunos empleados de Pedro intentaban impedir la entrada, pero ella consiguió llegar junto a él.


Pedro le tapó la boca con una mano, advirtiéndole con la mirada de las consecuencias de un enfrentamiento público entre ellos.


—Será mejor que lo dejéis por hoy, chicos. Yo cerraré —dijo,
despidiendo diligentemente a sus empleados, sin apartar la mano de la boca de su adversaria hasta que estuvieron solos—. ¿Y bien? Por fin sabes quién soy... ¿De qué querías hablar conmigo, querida Paula Chaves? —Sonrió abiertamente tras retirar la mano con rapidez por temor a algún vengativo mordisco.


—¡Viniste hace meses a espiar mi negocio y desde entonces tú y tu rica empresa no habéis parado de acosarme! ¿Es que no tienes otra cosa con la que entretenerte que arruinarme la vida? —le recriminó Paula, histérica.


—Aquel día te pregunté si no temías ofenderme o a lo que mi empresa pudiera hacer contra ti. Si entonces eso no te preocupó, no veo por qué debería hacerlo ahora —comentó Pedro mordazmente, mientras revisaba una vez más sus documentos, con sus caras gafas de sol puestas.


—¡Porque estás jugando sucio, arruinándome a base de facturas de abogados que tú y yo sabemos que no me puedo permitir!


—¡Uy, perdón! Había olvidado lo limpiamente que juega Paula Chaves —ironizó él con una burlona sonrisa.


—¡Eres un cobarde! —lo acusó ella, furiosa, a la vez que le quitaba los papeles que tanto lo distraían—. Temes enfrentarte a mí como un igual porque sabes que sin el apoyo de tu estúpido dinero y tu montón de abogados perderías. ¡Sólo eres un rico niño mimado que se esconde detrás de sus billetes! —finalizó, tirándole los papeles a la cara y dando media vuelta, dispuesta a marcharse.


—¡Un segundo! —gritó molesto el imperturbable Pedro, cogiendo a Paula del brazo para evitar su huida—. ¿Quieres que aleje de ti a mis abogados? De acuerdo, lo haré, pero ¿qué me darás a cambio? —preguntó, mientras recorría lascivamente su cuerpo con una tórrida mirada, con intención de humillarla.


—¡Oh! ¿En serio? —se burló Paula—. Si necesitas extorsionarme para que me acueste contigo es que eres un poco patético. Admito que estás como un tren y no me costaría nada pasar una noche contigo, pero cada vez que hablas, tu personalidad gilipollas lo estropea todo. Así que si te pones una mordaza y no hablas durante toda la noche, puede que acepte. ¡Venga va! Ya que estás tan desesperado, miraré mi agenda, y si no tengo nada que hacer, te concederé... ¿cinco minutos...? Con eso tendrás bastante, ¿verdad? —concluyó ofensiva, consiguiendo enfurecerlo.


—¡Sólo quería demostrar lo desesperada que estás!


—¿En serio? —preguntó Paula, alzando una ceja.


—Si yo quisiera, podría hacer que te enamoraras de mí en cualquier momento —fanfarroneó Pedro.


—¡Ja! ¡Eso habría que verlo! —replicó ella alegremente—. Tengo una personalidad algo retorcida que hace que cualquier espécimen masculino se aleje rápidamente de mí. No tardarías ni dos semanas en pedir una orden de alejamiento...


—No te tengo miedo, Paula Chaves, ni temo tu personalidad. Antes de que eso sucediera, estoy seguro de que tú caerías bobamente enamorada de mi persona.


Ella recorrió lentamente con una mirada evaluadora el cuerpo de «míster Eros».


Había que admitir que era bastante atractivo y que no carecía de encantos, pero Paula nunca se había dejado influir por un hombre, y mucho menos había caído en algo tan vano y absurdo como era el amor. Sopesó todas sus opciones y su ágil mente no dudó a la hora de proponerle un juego un tanto escandaloso, que podía llegar a ser divertido, si no para Don Perfecto, sí al menos para ella.


Rodeó al impecable empresario, vestido con su traje de marca, y cuando estuvo a su espalda, le susurró al oído su provocadora proposición.


—Si tan seguro estás de tus encantos, ¿por qué no hacemos una apuesta? Tienes desde hoy hasta el catorce de febrero del año que viene para lograr que me enamore de ti. Si lo consigues, te cedo mi negocio. ¿No es eso lo que quieres, al fin y al cabo? —dijo, quitándole las gafas de sol y enfrentándose a su avariciosa mirada.


—¿Cuál es el truco? —preguntó Pedro, consciente de que detrás de todas las propuestas de aquella mujer había gato encerrado.


—Yo tengo el mismo plazo de tiempo para hacer que me odies. ¡Ah, y fuera abogados! Esta lucha es entre tú y yo —advirtió Paula, exponiendo las reglas del juego.


—Si acepto, no podrás negarte a salir conmigo... —tanteó 
Pedroañadiendo sus propias reglas.


—No tengo ningún problema en salir contigo, pero ni un millar de citas harán que me enamore de ti.


—¡Lo pondremos por escrito! —exigió Pedro, desconfiado.


—¡Por supuesto! —respondió Paula, igual de desconfiada que él.


—Y si tú ganas, ¿qué me pedirás? —la apremió él, para descubrir sus estratagemas.


—Que tu empresa me deje en paz. Y tanto tú como tu tienda
desapareceréis de mi vista —contestó Paula, decidida a conseguir la victoria.


—¡Trato hecho! —dijo Pedro, tendiéndole la mano con el fin de sellar el pacto que había hecho con el mismísimo demonio.


Paula le estrechó la mano firmemente. Luego, le puso de nuevo las gafas, ocultando sus bonitos ojos azules, que podían llegar a ser una perdición para todas las mujeres excepto para ella.


—En menos de un mes estarás suspirando mi nombre por todos los rincones de tu tienda —susurró Pedro provocadoramente en su oído.


—En menos de una semana estarás maldiciendo mi nombre desde tu imperio. Y recuerda: nada de abogados —finalizó Paula con una pícara sonrisa.


—¿No le das un beso de despedida a tu futuro amorcito? —ironizó «míster Eros», pegando el cuerpo de Paula al suyo y evitando su huida.


—Está bien —cedió molesta, apenas rozando los labios de él con los suyos.


¡Oh, cuánto me voy a divertir! —se jactó Pedro, dispuesto a enseñarle lo que era un beso de verdad.


La atrajo nuevamente hacia él y, antes de que se alejara, decidió ofrecerle una muestra de por qué las mujeres no se olvidaban fácilmente de Pedro Alfonso. La aprisionó entre sus poderosos y cálidos brazos mientras Paula se mantenía fríamente indiferente, hasta que él se apoderó de sus labios.


Primero jugó con ellos, probando su sabor y mordisqueándoselos con delicadeza. Cuando logró que un gemido inconsciente escapara de ella, profundizó el beso adentrándose en su boca con la lengua y jugó con su inexperiencia, porque aunque Paula Chaves fuera una mujer pendenciera, era sumamente inocente en su forma de besar.


Las hábiles manos de Pedro recorrieron su delicada espalda, pegándola más a su cuerpo para mostrarle la evidencia de su excitado miembro, y ella pasó en tan sólo unos segundos de una resistencia pasiva a una apasionada respuesta.


Paula probó a jugar también con su lengua como él le estaba enseñando y sus manos acariciaron a su vez su fuerte espalda, acercándolo más a su ardiente y necesitado cuerpo.


Pedro la llevó hasta el lujoso mostrador, depositándola suavemente sobre él, la inclinó un poco hacia atrás y lamió lujuriosamente su cuello, marcando un camino de fuego con su lengua hasta sus senos, que mordisqueó y chupó a través de la ropa.


Paula se arqueó apasionadamente, reclamándolo, mientras las fuertes manos de Pedro le abrían los pantalones y acariciaban su húmedo sexo por encima de las braguitas.


—Creo que, después de todo, no necesitaré tanto tiempo —susurró él burlonamente mientras introducía un dedo en su húmedo interior, tras apartarle la ropa.


Paula pasó de ser una mujer racional a debatirse apasionadamente en los brazos de un hombre que sólo quería destruirla. Ese fugaz pensamiento fue como un jarro de agua fría para su cuerpo: se tensó entre sus brazos y, cuando él retrocedió dejándole espacio, ella bajó con agilidad del mostrador.


Fulminó a Pedro con su iracunda mirada, a la vez que se arreglaba la manoseada ropa.


—Te crees muy listo, ¿verdad? —dijo furiosa, señalándolo con un dedo.


—No, amor mío —contestó él dulcemente, apoderándose de su mano y lamiendo el amenazante dedo.


—¡Dentro de unos días desearás no haberte cruzado nunca en mi camino! —gritó Paula, apartando la mano con rabia y alejándose con paso decidido hacia sus dominios.


Salió dando un gran portazo que resonó en el silencioso local, algo que sin duda anunciaba que toda su furia iba a recaer sobre el dueño de Eros y su negocio.


Pedro rio con estruendosas carcajadas, mientras observaba cómo su próxima conquista entraba en Love Dead. 


Finalmente, las cosas no habían salido como lo había planeado, recapacitaba Pedro poco después de colgar el
teléfono, tras llevar a cabo uno de sus movimientos en ese inquietante juego.


En ningún momento pensó que acabaría seduciendo a Paula Chaves por una apuesta, y menos aún que fuera la propia Paula quien se atrevería a apostar su corazón y su negocio para alejarlo de su vida.


Por lo visto, él también podía ser un tipo bastante molesto, si había conseguido sacar de quicio al elenco de profesionales que trabajaban en Love Dead. Ahora solamente tenía que esperar la ocasión oportuna y desplegar sus encantos para conquistar a Paula. Después de todo, ella no parecía indiferente a su atractivo, o, de lo contrario, no habría acabado sobre el mostrador de su tienda, expuesta como un delicioso festín.


Sería agradable ver cuánto podía hacer arder ese hermoso cuerpo antes de llevársela a la cama, porque sin duda alguna esa mujer acabaría entre sus sábanas de seda, y eso era algo que Pedro deseaba. Porque, para su desgracia,
a pesar del espinoso carácter de aquella fémina, su libido o su insistente mente calenturienta lo incitaban todas las noches desde hacía meses, a soñar con su delicioso cuerpo retorciéndose junto al suyo entre sus blancas sábanas.


Ese firme trasero lo tenía loco, sus jugosos senos no dejaban de tentarlo y aquella boquita un tanto impertinente... Pedro tenía alguna que otra idea sobre cómo mantenerla ocupada para que no lo molestara. Y, además, ahora tenía permiso de la mismísima dueña para hacer todos y cada uno de sus lujuriosos sueños realidad, o por lo menos para intentarlo.


Definitivamente, aquél era un espléndido día en el que todo parecía salirle bien. «O casi todo», pensó enfadado, mientras miraba las insistentes llamadas perdidas de su progenitor en su teléfono de última generación que parecía saber hacerlo todo solo, excepto evitar el acoso de su padre.




No hay comentarios:

Publicar un comentario