lunes, 20 de noviembre de 2017

CAPITULO 90




¡Maldito egocéntrico de las narices! En un principio, Paula pensó esperar pacientemente a que Pedro decidiera terminar con la farsa de esconderse por los rincones de su tienda, pero tras recibir una nueva llamada de uno de sus familiares preguntando por la boda, su paciencia se agotó y salió de nuevo, decidida a tener una seria conversación con él. Así que enfiló nuevamente hacia Eros, cuando tuvo la idea de entrar por una de las puertas traseras y esquivar así al perro guardián de Gaston.


Pero antes de que pusiera en práctica su idea, vislumbró el impecable descapotable de Pedro en su plaza de aparcamiento privado, lo que indicaba descaradamente que, en efecto, él se hallaba allí, y ni se molestaba en ocultarlo.


Cambió de plan y lo esperó apoyada en la reluciente carrocería del coche. Si Pedro quería irse de allí, primero tendría que escucharla.


Él no tardó demasiado en aparecer, esbozando una de aquellas estúpidas sonrisas que Paula comenzaba a odiar.


—¡Veo que me has echado de menos estos dos días! ¿Has venido para rendirte al fin a mis encantos y aceptar casarte conmigo?


—Parece ser que tu empleado no anota demasiado bien los mensajes, porque precisamente le he dejado bien claro que no pienso casarme contigo de ninguna manera.


—¡Ajá! Un mensaje acompañado de una impaciente visita..., creo que empiezas a contradecirte, Paula. ¿Me odias o me amas? —preguntó él, impertinente, apartándola gentilmente de su coche.


—¿Adónde crees que vas? ¡Esta conversación aún no ha terminado! — gritó ella, furiosa.


—Tengo una cita que no puedo faltar, así que nuestra conversación tendrá que esperar a... ¿tal vez el día catorce?


—¡Ni sueñes que me presentaré allí! ¿Y con quién demonios tienes una cita? —preguntó luego.


—¿Celosa? —bromeó Pedro, sonriendo con malicia.


—¡Yo no he estado celosa en toda mi vida! —exclamó Paula—. ¡Y espero que si tu cita es con una de esas modelos, te atragantes con su tanga y mueras en el acto!


—No te preocupes por eso. En el último año, en la única mujer que puedo pensar día y noche eres tú. Eres la única mujer que quiero que comparta mi cama el resto de mis días —le susurró Pedro al oído, haciéndola caer bajo el hechizo de sus palabras.


Cuando Paula lo miró dispuesta a replicar, él acalló sus protestas con la pasión de sus labios. Devoró su boca con la hambrienta ansia de la separación y en el instante en que ella se entregó a ese lujurioso momento hasta quedar aturdida, él desapareció.


—¡Esto no quedará así! —gritó Paula al vacío aparcamiento, dispuesta a averiguar adónde se dirigía Pedro Alfonso y con quién tenía esa cita tan importante.



****


—Paula, ¿me puedes explicar una vez más por qué estoy haciendo de espía para ti, cuando debería estar encargándome de acordar nuevos precios con los proveedores? —se quejó Catalina, mientras conducía su coche en busca de una dirección.


—¡Te lo he explicado cien veces! Quiero saber con quién narices ha quedado Pedro y, dado que él conoce mi coche, he tenido que reclutarte. ¡Ahora gira a la derecha en la siguiente calle! —indicó Paula, mirando la dirección apuntada en una hoja de papel.


—¿Y se puede saber cómo has conseguido la dirección? —quiso saber su amiga, preocupada por sus locos arrebatos.


—Gaston ha soltado la lengua cuando lo he amenazado con contarle una pila de patrañas a Amanda sobre él. ¡Como si yo fuera capaz de hacer eso! —añadió Paula, señalándole el lugar a Catalina.


—Bueno, aquí estamos —anunció ésta, aparcando en el primer sitio libre que encontró junto a un antiguo y regio edificio.


—Parece ser que Pedro también ha llegado a su cita —dijo Paula, señalando el lujoso deportivo que destacaba entre los demás vehículos aparcados.


—Creo que hay algún tipo de reunión —dedujo Catalina, después de ver un gran letrero anunciando algún evento. Se acercó—. ¡Ven a ver esto! —apremió de inmediato a su amiga.


—«Reunión mensual del COTOR para actuar contra la inmoral tienda del distrito comercial» —leyó Paula, sin inmutarse—. La «inmoral tienda» debemos de ser nosotros.


—Sí, aunque creo que alguien quiere abrir un sex-shop en el local número nueve.


—«Temas que tratar: cierre de Love Dead» —continuó Paula, sacándolas a ambas de dudas—. Por lo visto, los sex-shops sí les gustan.


—No te creas —dijo Catalina, señalando el último punto de la lista—: «Impedir que se abra un sex-shop en el distrito comercial». Definitivamente, esas personas tienen demasiado tiempo libre. Deberían buscarse algún hobby —señaló un poco hastiada.


—Ya lo tienen: joder a la gente —replicó Paula, mientras daba vueltas a qué podía estar haciendo Pedro allí.


—¿Crees que Pedro se habrá unido al Comité? —preguntó Catalina un poco confusa.


—¡Ni de coña! Pero ¿qué demonios...? —exclamó Paula, cuando vio irrumpir en el aparcamiento la furgoneta de Love Dead.


En cuanto Joel estacionó, Catalina y Paula se dirigieron hacia él, dispuestas a saber lo que estaba ocurriendo. Su compañero les dirigió una alegre sonrisa, mientras sacaba de la parte trasera del vehículo un centenar de los famosos globos Pienso en ti, que eran los predilectos de sus clientes por el impertinente gesto del dedo corazón, con el que siempre se hacía comprender con facilidad a los rivales lo que se pensaba de ellos.


—¿Qué narices estás haciendo aquí, Joel? —preguntó Paula, aún sin entender lo que estaba ocurriendo.


—Veo que Pedro no te ha contado nada. Hoy es un día muy importante para nosotros. Creo, de hecho, que lo apuntaré en la agenda: hoy es el día en que el famoso dueño de la cadena de tiendas Eros ha contratado nuestros servicios, y, por lo que puedes ver, ha hecho un gran encargo.


—¿Se puede saber qué pretende hacer ese loco? —inquirió ella, alterada con las extravagantes ideas de su amante.


—No lo sé —respondió Joel—. Yo solamente cumplo con un encargo. ¿Por qué no entráis a la reunión y lo veis por vosotras mismas? Creo que con toda la gente que hay en el local, nadie notará que estáis ahí. Yo vuelvo al trabajo. Creedme, chicas, ¡todavía tengo mucho que hacer!


Paula y Catalina se miraron unos instantes y dispuestas a no perdérselo, entraron en el regio edificio. Localizaron la sala sin problema y tomaron asiento entre la multitud, atentas a lo que pasaría cuando la adorable Lilian, que se hallaba en el estrado junto a su madre, decidiera otorgarle la palabra al famoso empresario, que una vez más esbozaba una de aquellas falsas sonrisas que Paula tanto detestaba.


—¡Hoy tenemos aquí a un nuevo miembro del Comité, que al fin ha visto la luz y quiere dirigirnos unas palabras! —anunció orgullosamente la joven, mientras le tendía el micrófono a Pedro.


Éste dio un paso adelante y sonrió maliciosamente a la multitud, mientras comenzaba su discurso, uno que la señora y la señorita Leistone tan amablemente se habían molestado en redactar. Pero a mitad de éste, se detuvo abruptamente y dejó salir su vivo genio, que hasta entonces solamente Paula había tenido el placer de apreciar.


—«Yo, como todos los aquí reunidos, he seguido el camino de la luz y he visto que lo mejor es guiar mi vida con decencia hacia...» ¿De verdad os creéis este montón de mierda?


Ante los exaltados murmullos del público, Pedro continuó con lo que había ido a hacer a allí:
—Disculpen, he sido un maleducado al no presentarme antes debidamente. Puede que algunos me conozcan como Pedro Bouloir, pero en realidad mi nombre es Pedro Alfonso y soy uno de los mayores accionistas del House Center Bank y hoy he venido aquí a informarles de que muy pronto me casaré con Paula Chaves, la propietaria de esa tienda que tanto parecen detestar. Y eso me incomoda, porque, a partir de ahora, la relación de ustedes conmigo no va a ser demasiado amistosa.


—¡Señor Bouloir, no puede venir aquí a amenazarnos! Nosotros somos buenas personas —gritó ofendida Amelia Leistone, dispuesta a hacerse oír.


—¡Las buenas personas no amenazan a otras con cartas anónimas! ¡Ni presionan a proveedores y vecinos para que hagan su voluntad! ¡No se engañe, arpía, usted no es una buena persona en absoluto! —exclamó Pedro.


—¡No tiene ninguna prueba de que lo que dice sea cierto, no puede hacer nada contra nosotros! —replicó Amelia.


—No, si yo no pienso hacer nada contra su estúpido Comité —declaró Pedro—, serán sus propios miembros los que disolverán esta molesta sociedad que sólo sabe incordiar a los demás.


—¿Y cómo piensa conseguir eso? —sonrió altaneramente la mujer, demasiado confiada.


—Desde hoy, mi banco es propietario de todos los comercios del distrito. En el momento en que finalicen los contratos de arrendamiento de cada uno de ustedes, el que permanezca en esta Asociación se irá a la calle...


—¡Hablaré con su padre, con el alcalde, con...!


—¡Hable con quien le dé la gana, que este hecho no cambiará! Mis amenazas, al contrario que las suyas, son contundentes e inamovibles. ¡Y créanme cuando les digo que el primero de ustedes que vuelva a tratar mal a mi mujer lo lamentará!


—¡Usted! ¡Usted ha sido corrompido! ¡Hablaré con la prensa...!


—Haga lo que quiera. En lo que respecta a este Comité y sus miembros no me molestaré más. Ahora les daré un obsequio, junto con una declaración, en la que se comprometerán a no volver a formar parte nunca más de una asociación como ésta. Y, lo más importante, a no molestar nunca jamás a Paula Chaves ni su negocio. Quien no firme, que se atenga a las consecuencias... —declaró Pedro, dando entrada a Joel y sus insultantes globos, uno para cada miembro del Comité.


—Y como broche final, una advertencia: ¡como vuelvan a tocarme las narices, les haré la vida mucho más insoportable de lo que se la han hecho a mi futura esposa en estos últimos meses!


Y con estas palabras, abandonó el estrado y a los impresionados miembros de un comité que no osaría volver a molestarlos en lo que les quedaba de vida.


—¡Si no fuera porque está pillado, me enamoraría de él en el acto! — declaró Catalina, aún sorprendida por el despiadado comportamiento del siempre sonriente Pedro.


—No me pienso casar con él —insistió Paula, cada vez menos convencida, mientras lágrimas de emoción rodaban lentamente por su rostro por lo que Pedro había hecho.


—¡Eso no te lo crees ni tú! —sentenció su amiga, saliendo de la reunión.


—¡Lo digo en serio! No pienso hacerlo... —continuó ella, caminando detrás de Catalina.


Aunque mientras la seguía por el aparcamiento, no tenía claro si con su rotundidad intentaba convencer a su amiga o a ella misma de que lo mejor era rechazar a Pedro, cuyas palabras de amor comenzaba a creer en su corazón.





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