viernes, 10 de noviembre de 2017

CAPITULO 59






—Te compraré un vestido nuevo —le dijo Pedro a Paula, cuando ésta salía del baño hacia el solitario vestíbulo que conducía nuevamente a la exposición.


—No tienes por qué pagar lo que estropean tus mujeres. Solamente intenta salir con gente con más educación la próxima vez —respondió ella, resentida, intentando alejarse.


—¿Te molesta? ¿Te incomoda? ¿Por qué, si solamente es una amiga? —ironizó Pedro, haciéndola atragantarse con cada una de sus palabras.


—Tal vez porque tu concepto de la amistad y el mío son totalmente distintos —contestó Paula enfadada, enfrentando sus fríos ojos azules.


—Sólo con que me digas una palabra, me desharé de ella para siempre —le susurró Pedro al oído, acorralándola contra la pared.


—¿Y cuál es la palabra mágica que te hará serme fiel esta noche?


—Dime que te irás conmigo de esta fiesta. Sólo conmigo y con nadie más —respondió él, acariciando su hombro desnudo.


—Pero esas maravillosas palabras únicamente servirían para hoy. ¿Y mañana qué pasará? —preguntó Paula, recelosa ante su petición.


—Mañana, pasado, al día siguiente, la siguiente semana o el próximo año... seguiré queriendo que estés solamente conmigo.


—Aunque pudiera creer en tus palabras, pienso que la pelirroja, la rubia o la morena también seguirán allí. Así que, si me perdonas, debo declinar tu oferta —replicó Paula airadamente, mientras se alejaba.


—¿Qué tiene él que no tenga yo? —gritó Pedro, enfadado, reclamando una explicación.


—Por lo pronto, ninguna pelirroja colgada del brazo —replicó ella despectivamente, adentrándose en la multitud.



****


¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Todo había salido mal desde el principio.


¿Por qué en lo referente a Paula siempre me salía todo mal? 


Cuando quería tener palabras dulces con ella solamente me salían duras recriminaciones; en el momento en que quería tener algún gesto amable, acababa comportándome como un tirano, y en esos instantes en los que solamente había querido demostrarle cómo me sentía cada vez que ella cedía ante los encantos de mi hermano, nada más había conseguido alejarla de mi lado y acercarla a los brazos de Dario.


Ahora, mientras éste se marchaba con una hermosa mujer un tanto resentida conmigo, yo tenía que aguantar los desvaríos de una modelo que no quería otra cosa que hacerse un sitio en mi cama y en mi adinerado bolsillo.


Sin duda alguna, esa noche había salido perdiendo con mi
acompañante, de la que ahora no podía deshacerme tan fácilmente como había pensado en un principio. Enfadado, y aún molesto por cómo había finalizado el evento, me dirigí con ligereza hacia la salida, sin prestar demasiada atención a las excusas de Judith, que únicamente quería alargar la
diversión de la noche porque sabía que su espléndida muestra de encantos no servían de nada con un hombre enamorado.


—¿No es ésa la chica de antes? —señaló la modelo, con su chillona voz, mientras pasábamos junto a un hermoso retrato de una joven paseando por la orilla de una preciosa playa.


—¡Qué demonios! —exclamé, observando por primera vez con atención el arte de mi hermano.


—¿No es maravilloso, señor? El contraste del turbulento paisaje con la serenidad de la mujer —comentó animadamente el responsable de la exposición, alabando a sus artistas.


Contemplé detenidamente el cuadro, dándome cuenta de que, sin duda, la involuntaria modelo era Paula.


—¡Quiero ese cuadro y lo quiero ya! —dije, molesto porque otra persona que no fuera yo disfrutara con la hermosa sonrisa de mi amada Paula.


— Cuando termine la exposición se lo embalaremos y llevaremos a...


—¡No! ¡Lo quiero ahora! ¡Lo quiero ya descolgado de esa pared, y no me importa lo que tenga que pagar por ello!


—Bueno, señor —dudó el comisario de la exposición—. No sé si ahora podremos hacer eso. Además, a los artistas se les ha prometido exponer hasta que finalice el evento...


—¡Pagaré el triple de su valor! —declaré, acallando sus protestas.


—Lo descolgaremos de inmediato —cedió el hombre, tras verme sacar un cheque en blanco a la espera de escribir una cifra en él.


En el mismo momento en que dos hombres con el uniforme de la galería descolgaban el cuadro de Paula de la pared, recordé la persistente devoción de Dario por su musa.


—¿Hay más cuadros en los que se retrate a esta modelo? —pregunté, bastante interesado en la respuesta.


—Cinco, señor —anunció el comisario, frotándose las manos.


—¡Los quiero todos y quiero llevármelos ahora! —ordené, deseando evitar que todos los hombres que había allí contemplaran a mi bella Paula.


—Pero ¡Pedro! Si metes todos esos cuadros en tu coche, yo no cabré... —se quejó mi acompañante, dedicándome uno de sus sensuales pucheros.


—Tienes razón, Judith —contesté despreocupadamente, mientras ella sonreía satisfecha por haber conseguido una victoria—. ¿Sería tan amable de llamar un taxi para la señorita? —pedí ante su sorpresa, apartándola de mi lado con bastante frialdad.


Cuando todos los cuadros estuvieron colocados en mi coche, convirtiendo a Dario en un artista bastante más rico, me pregunté por qué narices había abandonado a una hermosa modelo para pasar la noche en la solitaria compañía de unos retratos. Tras mirar una última vez la hermosa sonrisa de Paula en el lienzo, obtuve la respuesta sin ninguna sombra de duda: la sonrisa de la persona que amaba siempre llenaría mucho mejor mi corazón que las vacuas caricias de otra mujer.




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