viernes, 10 de noviembre de 2017
CAPITULO 58
El día de la exposición de Dario, Paula estuvo bastante atareada. Entre los pedidos para alguna que otra fiesta de examigos, las continuas quejas de sus empleados por tener que aguantar a aquellos dos ingratos muchachos y las furiosas miradas de Pedro, que aún seguía tremendamente molesto, estaba hasta arriba y sin poder disfrutar ni de un segundo de descanso.
No sabía por qué Pedro se había enfadado tanto. Después de todo, ellos no tenían una relación, solamente se acostaban de vez en cuando. Y, aunque ella no lo hacía con nadie más, dudaba que Pedro hiciera lo mismo. De hecho,
había visto muy de cerca su infidelidad cuando lo encontró entre los brazos de la señorita del Comité. Aunque Pedro le dio mil y una explicaciones, Paula todavía no sabía si creer sus palabras.
Pero aun suponiendo que él le fuera fiel y no fuera con otras, ¿por qué tenía ella que negarse el placer de salir con otro hombre? No es que fuera a acostarse con Dario, pero divertirse con un amigo después del trabajo no era una mala forma de deshacerse de todo el estrés acumulado. Además, aún rondaba sobre ellos y su posible e hipotética relación aquel receloso trato en el que todo valía para obtener una victoria.
Eso llevaba a Paula a preguntarse si las palabras de amor que habían escapado de los labios de Pedro eran ciertas o sólo se trataba de otra de sus mentiras para conseguir llegar a su corazón. Aunque parecía tan sincero...
Sus labios, sus caricias, sus besos y sus dulces palabras parecían tan reales que estuvo a punto de creer en ellas.
Luego recordó la apuesta y lo que perdería si todo era una farsa, así que volvió a proteger su acelerado corazón con su coraza.
Por otra parte, aunque Dario le había declarado sus intenciones y Paula sabía que sería un hombre cien veces mejor que aquel gigoló de Pedro Bouloir, no podía evitar pensar que entre Dario y ella siempre faltaba algo.
Dario era alguien en quien tal vez podría llegar a confiar, todo lo contrario que con el egocéntrico y furioso personaje que ahora la observaba con enfado desde la puerta de su tienda. Pero para su desgracia, su corazón sólo se aceleraba con ese hombre que en ese momento tenía una amarga expresión en la cara ante la idea de que ella fuese a salir con otro.
Finalmente, Paula decidió no romper la promesa hecha a su amigo y, pasando del rabioso Pedro, se puso uno de sus bonitos vestidos de noche. Uno largo y ceñido que se ataba a un hombro y cuyo corpiño estaba adornado con bordados plateados. Se trataba del vestido ideal para asistir a un evento de esa categoría y el único que tenía de esas características, un regalo de su insistente madre, que nunca dejaba de lanzarle indirectas para que buscara marido.
Paula salió dispuesta a divertirse y olvidar por esa noche todos sus problemas. Contemplando los cuadros de Dario tal vez lo consiguiera y, de paso, daría a su amigo una opinión objetiva de su obra, una pasión que lo había devuelto a la vida.
Cuando llegaron a la exposición, Dario se dedicó a guiarla entre la muchedumbre que se paseaba por la gran sala, bebiendo un caro champán o picoteando unos canapés.
La nueva promesa de la pintura, que no osaba separarse de ella, le entregó una copa, intentando una y otra vez explicarle el tema de su obra, sin poder evitar ser interrumpido a cada instante. Paula pensó cuánto había
cambiado su amigo: mientras que antes era severo y retraído, ahora se mostraba abierto y expresivo con todo el mundo.
Ella se sintió fuera de lugar entre tanto entendido y tanta gente glamurosa que no sabía en qué gastar su dinero.
Suspiró resignada cuando fueron interrumpidos por quinta vez y decidió alejarse un poco de Dario y pasear sola para mirar sus cuadros.
Mientras caminaba observando distintos lienzos de otros autores, Paula oyó una varonil risa que le resultó conocida.
Cuando se volvió en busca de su dueño, vio a Pedro Bouloir con un impecable traje de rayas y corbata blanca.
Bebía con naturalidad de su copa, mientras paseaba tan
despreocupadamente como si el lugar fuera suyo. Al contrario que ella, encajaba a la perfección en ese ambiente.
Sobre todo cuando una hermosa modelo de bonitas curvas y rostro perfecto se cogió de su brazo sin dejar de mirarlo ni un instante como si él fuera el mismísimo Dios.
El corazón de Paula se contrajo lleno de dolor en el instante en que vio a la exuberante pelirroja arrimarse insinuante a Pedro. Se sintió aún peor al oírlo reírse ante las palabras de ella. Experimentó una terrible furia hacia la pérfida que en esos instantes le hacía ojitos a Pedro y tuvo que admitir ante sí misma que estaba celosa. Tal vez él tuviera razón al pedirle que no viera más a su amigo. Puede que Pedro sintiera el mismo dolor agonizante que sentía ella en esos momentos.
Paula se acercó a ellos, sabiendo que esa casualidad únicamente podía responder a una lección que Pedro Bouloir pretendía darle.
Esperó pacientemente entre las personas que rodeaban al famoso empresario, en busca de unos minutos para disculparse, pero la multitud la empujó hacia delante y ella tropezó, cayendo ridículamente a sus pies.
Pedro la ayudó a levantarse con una de sus hermosas sonrisas que parecían decirle «Te lo advertí». El momento en que sus ojos se cruzaron y ambos se olvidaron del mundo terminó cuando a la modelo se le derramó muy oportunamente la copa encima del único vestido decente que Paula tenía.
Pedro dirigió una furiosa mirada a su acompañante, pero a pesar de ello, Paula se sintió fuera de lugar con aquel viejo vestido que intentaba pasar por nuevo, y ahora estropeado para siempre. Se enfrentó temblorosa a la multitud, sin saber qué decir, hasta que unas fuertes manos que siempre le servían de apoyo le mostraron el camino hacia el aseo.
Dario la alejó de la vergüenza y le alegró el día cuando le confesó que ella era la musa de todas sus obras, y allí, a lo lejos, vio por primera vez una de las bellas pinturas de su amigo. Se quedó sin aliento ante una visión de sí misma que nunca había visto: una joven alegre que paseaba junto al mar, con una hermosa sonrisa en los labios y una mirada enamorada
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