Tras ir a casa para cambiarme el traje por otro similar, fue la joven Amanda la que acabó contándome algunos de los problemas que había tenido Paula en las semanas que yo había estado fuera. Era muy normal que, con su temperamento, se hubiera alterado al ver a una de las principales causantes de sus desdichas abrazada a mí.
Amanda, que en esos momentos no dejaba de hacerle ojitos a Gaston, mi joven y tímido empleado, con el que había empezado a salir, me contó todo lo sucedido esa mañana con los osos.
Después de cavilar durante horas, finalmente Amanda tuvo una idea muy buena, que yo no dudé en apoyar: con la ayuda de Agnes y de toda la plantilla de Love Dead, añadieron unos pequeños camisones y unas horrendas cabelleras a esos osos, convirtiéndolos en algo muy parecido a la niña de El exorcista. Teniendo en cuenta que el defecto del oso era vomitar incansablemente, el cambio era sin duda bastante adecuado.
Después de que llevaran a cabo esas imaginativas modificaciones, le aseguré a Amanda que yo me encargaría de todo y, sin vacilar, busqué en mi agenda un número de teléfono que tenía un tanto olvidado. Llamé a uno de mis excompañeros de clase, Johan, que era ahora un famoso actor que había hecho el papel de malo en alguna que otra película de terror. A él le divirtió mucho la idea y se le ocurrió añadir ese singular obsequio al festival de cine de terror que promovía su productora.
Por desgracia, yo no me llevaría el mérito ante Paula, porque, con lo furiosa que estaba en esos momentos y el mal carácter que tenía, sería capaz de arrojarme la ayuda a la cara, aunque la necesitara con desesperación. Así que le sugerí a Amanda que mintiera diciendo que un amigo suyo resolvería el problema de los peluches. Le di mi número personal y le aseguré que la llamaría en cuanto supiera algo de Johan y de la dirección a la que debían enviar el pedido.
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Pedro buscaba el número de teléfono de Amanda para darle la dirección del festival de cine de terror, que Johan ya le había hecho llegar, cuando su teléfono comenzó a vibrar con una llamada entrante. En cuanto descolgó, supo que se había buscado un nuevo dolor de cabeza.
—¡Pedro! ¿Cómo van las cosas por ahí? ¿La has seducido ya? ¡Dime que le has comprado una casita en las afueras y que va a abandonar su negocio! —rogó esperanzado su padre, Nicolas Alfonso.
—No, nada de eso. De hecho, ahora mismo acabo de ayudarla con un gran problema —contestó Pedro, harto de su insistencia.
—¿No se supone que estás ahí para hacer que esa chica cierre su negocio y se aleje de mi banco? —le recordó Nicolas.
—La manera en que yo resuelvo mis asuntos es cosa mía, padre. Además, ya no estoy tan seguro de querer ganar esa apuesta —añadió, arrepentido.
—¡No! ¡Eso sí que no! ¡No me digas que tú también has caído en las garras de esa arpía!
—¿Yo también? —preguntó él, confuso por la afirmación de su padre.
—Tu hermano me ha llamado hoy para hacer algo que, al parecer, tú has olvidado —gruñó Nicolas, molesto—: ¡felicitarme por el día del Padre! Y luego no ha dejado de reprenderme por el modo en que quiero deshacerme de esa mujer. No sé qué le pasa, desde que la conoció ya no es el mismo. ¡Seguro que esa bruja lo sedujo para quitárselo de en medio!
—No digas estupideces, papá, Paula no es así —replicó Pedro, no del todo convencido, recordando que, efectivamente, su hermano Dario había conocido a Paula antes que él, y que ella constituía un atrayente reto para cualquier hombre.
—Bueno, entonces explícame por qué Dario se niega a volver a casa mientras tratemos de echar a la señorita Chaves, y por qué, cada vez que hablamos, no deja de defenderla.
—Porque lo que hacemos está mal, papá —admitió finalmente Pedro, dándole por una vez la razón a su sabio hermano mayor.
—Tú dirás lo que quieras, pero yo estoy seguro de que Paula Chaves ha jugado con ambos —declaró Nicolas, aumentando las dudas en la mente de su hijo—. Cambiando de tema, he recibido un extraño regalo de Dario. Te llamo porque parece una de las bromas de esa fastidiosa joven: se trata de un oso de peluche. Pero es el oso más feo que he visto en mi vida. Encima, lleva una nota en el ombligo que dice «Seguro que no te atreves a apretarlo». ¡Pues van listos! Si esa mujer o tu hermano creen que me voy a acobardar...
—¡No, papá! —intentó advertirle Pedro—. No lo aprietes... —Y se calló, resignando, cuando oyó las maldiciones de su padre, que le indicaban que su advertencia había llegado demasiado tarde.
—¡Tres mil dólares! ¡Este traje me costó tres mil dólares! —vociferó histérico Nicolas Alfonso—. ¿Cómo mierda se para este maldito oso? — gritaba desesperado, sin lograr detenerlo.
—Papá, verás... ese oso es defectuoso, así que...
—¡¿Qué demonios es esto?! —oyó Pedro que gritaba una voz femenina a través del teléfono.
—Yo, yo... —intentaba excusarse Nicolas.
—¡Es usted el más cochino de la planta, y eso que es el jefe! ¡Pues yo ya he terminado mi jornada, de manera que esto lo limpia usted! — sentenció la voz, alejándose.
—¡María! ¡Le ordeno que vuelva aquí ahora mismo! —Pero por lo visto las órdenes no fueron atendidas, porque la tal María no hizo su aparición—. ¡Mierda, Pedro! ¡La mujer de la limpieza acaba de entregarme su fregona!
—Bueno, papá, lamento decirte que eso no es lo peor que te ha pasado. Ese oso no se puede desactivar, así que no parará hasta que se le vacíe el depósito.
—¿Y qué hago ahora? —preguntó Nicolas, suplicante.
—Bueno, creo que es un buen momento para que aprendas a utilizar la fregona.
—¡Oh, no sabes cuánto odio a Paula Chaves! —masculló su padre, furioso, justo antes de colgar.
Pedro, aún sonriente por la jugada de su hermano, se apiadó de él y le envió una limpiadora como regalo de ese día. Se preguntó desde cuándo su hermano se había vuelto tan osado, pero en realidad lo sabía muy bien: había sido poco después de conocer a Paula Chaves.
¿Qué habría pasado en esa cita? ¿Sería verdad lo que su padre había insinuado? ¿Se habría acostado Paula con su siempre correcto hermano? Eso era algo que debía averiguar antes de que los celos hicieran estragos en él, porque pensar que su amada podría haber estado en brazos de su propio hermano lo enfurecía profundamente, sobre todo porque él siempre era el segundo en todo lo que se refería a su inigualable hermano mayor.
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