Era diecisiete de marzo, el día de San Patricio.
Toda la calle comercial estaba adornada con globos verdes y guirnaldas de tréboles.
Paula, igual que muchos dueños y clientes de los distintos establecimientos del barrio, llevaba una prenda de color verde: en su caso, un bonito vestido, con unas botas militares a juego.
El distrito comercial permanecería abierto, aunque los locales cerrarían poco después del desfile para que todos pudieran ir a enturbiar sus sentidos con la cerveza que en esas fechas siempre tenía un extraño color verdoso.
En esa festividad, en Love Dead siempre estaban bastante ocupados, ya que a los bromistas con una copa de más les encantaba su producto especial, un pequeño peluche de veinte centímetros, que representaba a un duendecillo con una jarra de cerveza en la mano. Si se le tiraba del brazo con que sostenía la cerveza, comenzaba a insultar como un descosido y no paraba hasta que se llevaba la cerveza nuevamente a la boca. También gustaban mucho unos enormes gorros de gomaespuma con la forma de un trébol que sacaba la lengua, y los siempre solicitados globos Pienso en ti, que para esas fechas tenían su insultante dedo corazón teñido de verde.
A pesar de que las ventas habían rebasado las del año anterior, Paula parecía deprimida.
Derrumbada sobre el mostrador, daba vueltas una y otra vez a la única cosa que conseguía sumirla en aquel estado.
—¡Te has vuelto a acostar con él! —la acusó Catalina, solamente con ver su sonrojado rostro esa mañana.
—Sí —reconoció Paula, ocultando la cara entre las manos, sumamente avergonzada—. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Lo he vuelto a hacer! Es que ese hombre es irresistible, y esta vez no lo puedo culpar a él de la seducción, porque he sido yo la que, tras despertarme entre esos fuertes y seguros brazos, me he vuelto loca —masculló Paula casi inteligiblemente, recriminándose su idiotez.
—No hay más remedio. Tendremos que pasar al plan B —anunció Catalina, mientras le tendía un bombón con el que calmar sus desdichas.
—¡No sé lo que me pasa con ese hombre! No soy yo, ¡definitivamente no soy yo! —se quejó ella, confusa, devorando la apetitosa golosina.
—Bueno, la verdad es que Pedro es famoso por su persuasiva seducción. Es normal que caigas rendida a sus encantos.
—En realidad, esta vez he sido yo quien lo ha seducido —confesó Paula con un leve susurro, rogando que su curiosa amiga no la hubiese oído.
—¡Quééé! —gritó Catalina, mirándola con asombro.
—Es que se emborrachó y tuve que llevarlo a casa. Parecía tan inocente y desvalido, que no pude resistirme a quedarme junto a él y, cuando me he despertado, ha pasado lo que ha pasado... —intentó excusarse Paula.
—¡Espera! ¡Espera! Algo no me cuadra en esa explicación. ¿Que Pedro Bouloir se emborrachó? ¿Se puede saber cuánto bebisteis?
—Apenas unas cervezas y ya se tambaleaba. Yo también me quedé sorprendida, pero al parecer no tiene demasiado aguante.
—Bromeas, ¿verdad?
—No.
—Te diré una cosa, Paula: la inocente has sido tú. Si leyeras más esa prensa rosa que tanto detestas, sabrías que ese rico adonis es famoso por sus escandalosas fiestas y su ilimitado aguante ante las mujeres y la bebida.
—¡¿Qué?! ¡Será hijo de...!
—Así que dudo mucho que se emborrachara con unas simples cervezas, por muy fuertes que fueran —continuó Catalina—. Y en cuanto a lo de desvalido...
—¡Sin duda alguna nos hace falta pasar al plan B! ¡Será cerdo...! — murmuró Paula, antes de acallar sus insultos con un nuevo bombón, que devoró en dos bocados.
****
Esa vez la cita era en un bar de mala muerte, donde podía verse el partido de la semana.
Todos los hombres llevaban alguna prenda verde para conmemorar el día de San Patricio, y se emborrachaban con sus respectivas cervezas verdes a la vez que gritaban a la pantalla del televisor.
El humor de Pedro había mejorado mucho desde el último día que había visto a su amada Paula. La noche que pasó entre sus brazos atestiguaba que ya lo había perdonado, o por lo menos que comenzaba a hacerlo. Sin duda, la cita de ese sábado sería sin compañía extra, y si alguien osaba interrumpirlos con su presencia, él siempre podría idear algo para deshacerse del insensible lastre que la custodiara.
La sonrisa se le esfumó de los labios, junto con su buen humor, cuando vio a un demasiado amigable Joel riendo abiertamente con una alegre Paula.
—Tenías que ser tú —dijo Pedro, molesto por la presencia de un hombre que podía llegar a ser un rival—. ¿No podías haberte traído a otro de tus impresentables empleados? —le preguntó a Paula, tomando asiento junto a ella y enfrentándose a la mirada reprobadora de Joel.
—Paula, cielo, ¿por qué no vas por unas cervezas a la barra, mientras yo reprendo a este indeseable sujeto? —sugirió Joel, animándola a que los dejara solos.
—Pero Joel... —replicó ella, dirigiendo una mirada a sus apretados puños.
— No te preocupes, no pasará nada —la tranquilizó su compañero con una amable sonrisa.
Cuando Paula se marchó, el enfrentamiento entre los dos jactanciosos machos dio comienzo.
—¿Por qué no nos haces un favor a todos y nos dejas a solas, para que Paula y yo podamos tener una cita en condiciones? —le preguntó Pedro a un impasible Joel, que lo miraba con indiferencia.
—Si ella no me quisiera aquí no me habría traído, ¿no te parece? — replicó Joel, desoyendo las advertencias de su adversario.
—No sé qué narices pintas aquí. ¡Que hayas salido con ella en algún momento no te da derecho a entrometerte ahora en su vida! —le reprochó Pedro, sumamente molesto con la presencia de ese sujeto.
—Yo nunca he salido con Paula —dijo Joel sonriendo victorioso, como si él llevara ventaja.
—Entonces sólo eres un enamorado un tanto cobarde que la admira desde lejos —arremetió él contra su rival, queriendo hacer sangre.
—Si te crees vencedor por haber estado con ella, piénsalo mejor. Paula no es una mujer fácil de enamorar, todas sus relaciones han sido bastante breves. En cuanto se siente agobiada, desaparece. Dentro de poco, tú sólo serás uno más de sus novios abandonados —profetizó Joel, satisfecho, con una arrogante sonrisa.
—Entonces tengo la suerte de mi parte, porque según el contrato que ella misma firmó, no puede huir de mí durante todo un año. ¿Quién sabe? Quizá se enamore de mí. ¿Sabes lo primero que haré cuando gane la apuesta y ese horrendo negocio sea mío? Ponerte de patitas en la calle. ¿Cuánto tardará entonces en olvidarse de ti? —se burló Pedro, regocijándose en su victoria.
Joel se levantó furioso, dispuesto a usar los puños contra aquel despiadado sujeto, cuando Paula llegó con las bebidas y tuvo que contenerse. Volvió a sentarse apaciblemente, sin olvidarse de susurrar una sutil amenaza al insensible demonio.
—Si hubieras sido un mejor hombre, me habría apartado de tu camino. Pero tú no estás a la altura. Ella se merece algo mejor, algo que, decididamente, no eres tú.
—¡Por los contratos irrompibles! —brindó Pedro, alzando altivamente su jarra de cerveza verde, a la vez que sostenía retador la mirada a la de aquel impertinente individuo.
—¡Por una noche inolvidable! —ironizó Joel, remarcando que no lo dejaría a solas con Paula.
Ambos entrechocaron sus jarras sin dejar de desafiarse con la mirada y Paula los observó, segura de que todo aquello sólo podía derivar en un gran y enorme error.
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