sábado, 4 de noviembre de 2017

CAPITULO 38





—Cuando te he dicho que sería toda tuya no creía que nos quedaríamos en la fiesta —susurró Paula al oído de él, mientras bailaban una balada romántica, algo inusual en un evento como aquél, pero que el disc jockey había acabado poniendo ante la insistencia de Pedro.


—Es tu cumpleaños. Quiero que disfrutes hasta el último momento de este día.


—Nunca había bailado con un hombre de esta manera —dijo ella, acurrucándose entre sus brazos.


—¿Y eso? Será porque los hombres que te rodeaban eran ciegos o simplemente idiotas —aventuró Pedro, besando una de las manos que apoyaba en su pecho.


—De pequeña era una niña bajita, regordeta y con gafas y en la adolescencia comencé a exhibir mi mal carácter y a espantar a todos los integrantes del sexo opuesto —explicó Paula.


—De niño, yo era un demonio al que amenazaron más de una vez con meter en un internado —respondió Pedro—. En la adolescencia era un prodigio de los números, pero un vago consumado y un estúpido que iba detrás de cualquier falda.


—Aún eres un demonio, lo que pasa es que lo ocultas muy bien ante la prensa. Y en cuanto a lo de ir detrás de cualquier falda, parece que en eso no has cambiado.


—Desde hace algún tiempo estoy interesado en una sola mujer —le confesó Pedro dulcemente al oído.


—No te creo —contestó Paula, un tanto insegura—. ¡Demuéstramelo! —pidió luego, dirigiéndole una mirada incrédula.


—¿Qué tengo que hacer para que me creas? —preguntó Pedroimpaciente al verse interrumpido por una bella joven.


—¡Oh, perdone! ¿Usted es Pedro Bouloir, el famoso empresario dueño de Eros? —Y le sonrió tentadora.


Era una rubia espectacular, con un escandaloso vestido, y no tardó mucho en colgarse del brazo de él.


—No, sólo soy su doble —se excusó Pedro, intentando librarse de aquel inesperado contratiempo.


—Pero ¡es clavadito a él! —insistió una morena, cogiéndose del otro brazo de Pedro.


—Sí, ése suele ser nuestro trabajo: parecernos lo más que podamos a esa persona —comentó él con una falsa sonrisa, sin querer ofender a las chicas, pero deseando alejarse de ellas.


—Vuelvo en un minuto, Pedro—dijo Paula, ofendida por el acoso de esas busconas—. Si cuando lo haga no estás rodeado de mujeres hermosas, tal vez te crea y decida que es el momento de irnos a casa.


Algo totalmente imposible para Pedro Bouloir, un adulador nato que nunca osaría decir algo que ofendiera a sus admiradoras, pensaba Paula, mientras se dirigía a los aseos de señoras.


Después de lo que le pareció una hora de cola, por fin le tocó a ella, alivió su sufrida vejiga y se lavó las manos con el perfumado y barato jabón que siempre había en esos sitios. 


Mientras se retocaba el maquillaje, oyó a las mujeres de alrededor cotorrear muy animadas. No prestó atención hasta que escuchó el nombre del hombre que más la irritaba e intrigaba por ese entonces.


—¡Es una pena que no sea el verdadero Pedro Bouloir! Dicen que él es mucho más amable y que siempre tiene una sonrisa para todas las chicas — dijo una joven sobremaquillada.


—¡Sí, qué pena! Si hubiera sido el verdadero dueño de Eros, quizá nos habría invitado a todas a una copa de algo caro —soñó otra joven, que no se acercaba ni de lejos a las bellezas a las que el magnate estaba acostumbrado.


¡Asquerosas lagartonas! ¿Es que sólo les importaba el dinero de Pedro?


Él tenía otras muchas cualidades que lo convertían en un hombre maravilloso: él era... era... Ahora no se le ocurría nada, pero definitivamente las tenía, o ella no estaría con él esa noche, pensaba Paula, retocándose el peinado.


—¡Qué lástima que sea gay! Parecía un buen partido para llevarse a la cama.


¡Qué! ¿Desde cuándo el lujurioso Pedro, que no podía apartar las manos de su persona, prefería a los hombres? 


¡Mierda! ¿Tanto tiempo había estado metida en aquel maldito lavabo para que las cosas hubieran cambiado tanto?


—¿Y qué me decís de que sea más pobre que las ratas? ¡Y encima no le importa decirlo!


—Definitivamente, yo nunca mantendré a un hombre. Por muy guapo o sincero que sea —comentó la última de las arpías, un tanto decepcionada.


Pedro no sería pobre ni aunque se empezara a limpiar el altivo trasero con billetes de cien. ¿Qué narices estaba pasando?, se preguntó Paula, antes de volver a la pista de baile, donde vio que ninguna mujer rodeaba a Pedro.


Eso sí, una docena de hombres le pedían con descaro su teléfono. Paula pensó dejarlo sufrir un poco más y que se atuviera a las consecuencias de sus engaños, hasta que vio que una insolente mano se dirigía hacia el trasero de Pedro.


¡Eso sí que no! ¡Aquel culito era sólo de ella!, decidió, mientras se introducía en la marea de gente, dispuesta a deshacerse de algún que otro acosador. Y es que Pedro tenía la desgracia de derrochar encanto, que Paula sabía ahora que le servía tanto para las mujeres como para los hombres.





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