jueves, 2 de noviembre de 2017

CAPITULO 33





Plan B. En una de las más caras y exclusivas pastelerías de la ciudad, Pedro intentaba sobornar descaradamente a unas cuantas mujeres cercanas a Paula. Tal vez ellas, con su trato amable y cariñoso, podrían llegar a comprender su problema. Sin duda alguna, con una sentimental historia de amor llegaría a su lado más sensible y se apiadarían de él dándole la información que tanto necesitaba.


Esas mujeres dulces y compasivas no tardarían demasiado en querer ayudarlo. Después de todo, tenían un corazón tan tierno y bondadoso...


—¡Todos los hombres son unos cerdos! ¡Mira que dejarte por una de sus groupies! ¡Ese tío es idiota! —exclamó Catalina, intentando animar a la joven Amanda mientras degustaba un exquisito pastel.


—Sí, los deberían castrar a todos a la primera infidelidad —declaró rotundamente la anciana Agnes, hundiendo con fuerza el tenedor en su bizcocho.


—¡Vamos a fundar una asociación femenina que promueva la castración de los machos infieles! —concluyó Amanda, atacando su mousse de chocolate.


—Seguro que si se lo proponemos a Paula, ella accederá a recoger firmas —bromeó Catalina.


—Estoy totalmente segura de que si esa niña se propone algo, lo consigue —confirmó Agnes, ante las otras dos mujeres, que estaban totalmente de acuerdo con su observación.


Un profundo y varonil carraspeo interrumpió la animada conversación antes de que decidieran convertir en eunuco a cualquier hombre que estuviera por las inmediaciones.


—¡Oh, Pedro, no es por ti! Tú eres todo un caballero —lo tranquilizó Catalina, quitándole importancia a su belicosa conversación sobre «otros» hombres.


—Sí, no hay más que ver lo amable que eres al invitarnos a esta elegante pastelería sin ningún motivo oculto. No como esos otros traicioneros, que siempre intentan sacar provecho de cualquier situación — dijo la anciana.


—La verdad es que ya no creía que quedaran hombres que valieran la pena después de esta traición, pero cuando os veo a Paula y a ti... —comentó Amanda, esperanzada, mirándolo como si fuera un raro y extinto espécimen.


—La verdad es que me gustaría saber... ¿cómo conocisteis a Paula? — finalizó Pedro, sin atreverse a mencionar la verdadera cuestión que lo había llevado allí.


—¡Oh, esa maravillosa joven me salvó de que me encerraran en un asilo! —comenzó Agnes—. Mi casero me estafaba y nadie me creía. Mis sobrinos pensaban que empezaba a chochear cuando les dije que me desaparecía dinero por las noches y que por eso no podía pagar el alquiler. »Paula asistía a la clase de costura donde yo daba clases para conseguir algo de dinero extra. Era la peor alumna que he visto en mi vida, pero muy insistente. Quería confeccionar los peluches para su tienda, pero nadie la ayudaba, así que decidió hacerlos ella misma. —Tras una pausa para saborear su delicioso pastel, Agnes continuó—: Por casualidad, oyó una discusión que tuve con uno de mis familiares y esa noche ella y su bate de béisbol se presentaron en mi apartamento. »Yo me fui pronto a la cama, como todas las noches, y la verdad es que no sé lo que pasó. Solamente que a la mañana siguiente mi casero estaba atado con las cuerdas de mis cortinas, mientras Paula no dejaba de amenazarlo con la punta del bate a la espera de que llegara la policía.


—¿Paula sola se enfrentó a un hombre, armada únicamente con un bate de béisbol? —preguntó Pedro, tremendamente preocupado por sus inconscientes actos.


—Paula es una temeraria —confirmó Amanda—. Poco después de que yo entrara a trabajar en su tienda, tres tipos intentaron atracarme dos calles más abajo del distrito comercial. Ella me siguió porque estaba preocupada y me defendió sólo con su bolso. Para desgracia de esos hombres, ese día Paula había comprado una plancha para su madre, que llevaba justo en el bolso. Dejó a dos de ellos inconscientes antes de que viniera la policía.


—¡Un bolso! ¡Se enfrentó a tres hombres con un bolso! —comenzó a preocuparse Pedro en serio.


—¡No te preocupes, hombre! —intervino Catalina—. Yo la conozco desde el instituto y te puedo asegurar que sabe defenderse muy bien. Os contaré lo que hizo con un exnovio suyo...


Otro rotundo fracaso. Después de oírlas planear cómo acabar con todos los hombres infieles, Pedro no se atrevía casi ni a respirar en su presencia, y mucho menos a preguntarles nada sobre Paula, por si acaso decidían meterlo en el mismo grupo y acabar con sus partes nobles.


Bueno, tendría que pasar al plan C: ése era su último recurso, el que podría salvarlo de las duchas frías y las noches solitarias. Era un plan bastante elaborado y sin duda alguna funcionaría, así que marcó un número en su móvil y esperó impaciente.


Ella indudablemente lo sabría y no podría negarse a decírselo. Después de todo, Pedro era una de sus personas más queridas en esos momentos, y era un favor tan insignificante el que le pedía...



****


¡Una esclava! ¡Me había convertido en una esclava, y más
concretamente de mi madre, para que ésta no le revelara mi fecha de nacimiento a ese insistente hombre! Menos mal que después de ese fin de semana, mi adorada madre volvería a su casa, dejándome tranquila al fin.


Por desgracia, mi situación en esos instantes no era tan solitaria como yo deseaba.


—Un poquito más a la derecha, cielo —pidió mi madre, mientras yo le daba un masaje de más de una hora, tras haberle preparado uno de sus postres favoritos—. No sé por qué no quieres decirle la fecha de tu cumpleaños a ese joven tan adorable —insistió de nuevo, sin conseguir que yo diera mi brazo a torcer.


—Porque no quiero celebrarlo, mamá —respondí, continuando con mi ardua tarea.


—Pero ¡algún día tendrás que hacerlo! ¿Por qué no ahora con alguien tan agradable?


—¡He dicho que no, mamá! —finalicé tajantemente, mientras le acercaba otra vez el móvil al oído.


—¡Deshazte de él! —ordené, como si de una película de mafiosos se tratase. —Oh, estoy deseando saber con qué me sobornará hoy: un viaje, más dulces, flores únicas. ¡Quién sabe! ¡Si lo mantenemos un poco más en vilo, tal vez me ofrezca un palacio! —fantaseó mi madre, emocionada con la llamada del maravilloso galán que me pretendía.


—¡Hola, Pedro! Sí, soy yo, Emilia. No, Paula no está en casa —mintió, mirándome descaradamente, mientras yo no me perdía ni una palabra de su conversación.


—Lo siento, Pedro, pero no puedo decírtelo. ¡Se lo he prometido! Además, ¡mi hija me ha amenazado con hacerme algo terrible si no mantengo mi palabra! —dramatizó mi madre, sin que yo dejara de poner los ojos en blanco ante sus obvias mentiras.


—¿Qué? ¿Que con qué me ha amenazado...? Pues... ¡me dijo que si te digo cuándo es su cumpleaños, no piensa darme nietos! —improvisó mi madre, agrandando aún más la trágica historia.


—Sí, ya sé que esa cuestión la deciden dos personas, pero me aseguró que te castraría, y sé que es muy capaz... ¿Pedro? ¿Pedro, sigues ahí...? »Creo que ya no volverá a molestarnos con esa historia —dijo mi madre al colgar—. Una pena. Estaba bastante interesada en ese viaje a Francia. —Suspiró resignada—. ¡Y tú más vale que me des los nietos que me prometiste, o, si no, no volveré a cubrirte las espaldas!


—¡Muchos amorosos nietos para ti! —Sonreí alegremente, besándola con cariño.


—¿Y cuándo será eso, Paula Chaves? —preguntó ella, un tanto impaciente.


—Cuando me enamore, mamá. Cuando me enamore.


—Y supongo que eso no sucederá pronto, ¿verdad? —preguntó, ahora desesperanzada.


—No, la verdad es que no creo que eso ocurra nunca, porque me es muy difícil confiar en ningún hombre.


—¡Eres una tramposa! ¿De quién habrás aprendido tamañas argucias? —me reprendió ella con adoración.


—De la mejor, mamá. ¡De la mejor! —confirmé, abrazándola entre risas de regocijo por haber acabado finalmente con el insistente Pedro Bouloir.




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