martes, 31 de octubre de 2017
CAPITULO 25
Pedro apretaba con fuerza la nota con la que Paula lo había sorprendido esa mañana.
Después de cumplir en una sola noche todos y cada uno de los calenturientos sueños que había tenido durante meses con ella, lo que menos esperaba era encontrarse con algo tan insultante como eso al lado de su almohada.
Cuando abrió los ojos y vio el lecho vacío, en un principio pensó que Paula estaría en otra estancia, así que holgazaneó un poco. Pero en el momento en que volvió la cabeza sobre su mullida almohada, se percató del arrugado contrato del que aún no se había deshecho. Lo cogió decidido a romperlo en mil pedazos cuando vio la firma de Paula Chaves, que además se burlaba de él en un post-it que jamás debería haber escrito. Al leerla pensó lo tonto que había sido al creer que aquella mujer podía llegar a ser dulce o amorosa.
En la nota había una frase que, aunque pudiera parecer alentadora en otras circunstancias, no cabía duda de que era un escarnio en aquéllas:
«NECESITAS MEJORAR», decía, escrito con chillonas letras rojas y puntuando su actuación de la pasada noche con un sonriente tres.
Cuando se percató de que ella se había ido dejándolo allí abandonado, Pedro se enfureció, sin caer en la cuenta de que eso mismo era lo que él había hecho con muchas de sus amantes. Aunque de una forma un tanto más sutil, tras regalos de rosas y diamantes, no con una ultrajante nota que sólo podía hacerle desear vengarse.
¡Como que se llamaba Pedro Alfonso que Paula Chaves volvería a estar en su cama! ¡Y no dejaría descansar a esa provocadora hasta que rogara clemencia una y otra vez!
Sabía que lo de la puntuación era otro de sus traicioneros ataques para que acabara odiándola, pero uno para el que no estaba preparado después de una placentera noche de sexo. Sin embargo, ya sabía que con una mujer como ella nunca se podía bajar la guardia del todo.
Tras darse una larga ducha y tomar un solitario desayuno, decidió ir a buscarla y hacerle tragar el ofensivo papel. La nota, que llevaba arrugada en la mano, sólo conseguía enfurecerlo más a cada paso que daba, y no mejoró nada su humor encontrarse con el famoso Joel, para quien Paula tenía tantas alabanzas. Un hombre que ella había insinuado que era su amante la noche anterior, justo antes de caer en sus brazos, alguien que siempre tenía una sonrisa para Paula y que no se despegaba de ella, un hombre al que él le iba a partir la cara como siguiera sonriéndole como lo estaba haciendo en esos instantes.
Cuando Pedro entró en la tienda, no tuvo ojos para otra cosa que no fuera su objetivo, la mujer que permanecía plácidamente sentada tras su mostrador, disfrutando de un café y sin inmutarse ante nada. Más aún: su presencia parecía traerle sin cuidado.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —gritó Pedro, furioso, soltando con brusquedad el papel que le estaba quemando las manos.
—Una nota de despedida —respondió Paula, tras dedicarle una simple mirada y continuar tranquilamente con su café.
—¿Cómo que una nota de despedida? ¡Aquí no hay escrito un «Hasta luego» o un «Buenos días»! ¡Ni siquiera un número de teléfono! ¡Solamente un tres y una humillante frase!
—Creía que los bombones y las flores eran cosa tuya. Si llego a saber que te pondrías así, en el bolso llevaba una chocolatina...
—Paula, no me hagas perder la poca paciencia que me queda — amenazó Pedro, dirigiéndole una iracunda mirada.
—¿Qué quieres saber? Pasamos una noche juntos, que estuvo bastante bien, pero no fue para tanto —comentó Paula despreocupadamente—. Que conste que si te he concedido un tres ha sido por original e imaginativo.
—Original... Imaginativo... —masculló Pedro entre dientes, mientras la miraba—. ¡Quiero la revancha! —reclamó tajante, dispuesto a demostrarle lo equivocada que estaba y lo imaginativo que realmente podía llegar a ser.
—No —replicó Paula, sin ganas de dedicarle ni un minuto más de su tiempo.
—¿Cómo que no? —preguntó él, ofendido, agarrándola del brazo e impidiendo que se fuera.
—He dicho que no, Pedro. Fue una noche que nunca debería haber existido. Me divertí, pero no es algo que tenga prisa por repetir. Además, ahora estoy demasiado ocupada con los preparativos de San Valentín como para prestarle atención a tu hinchado ego —concluyó, enfrentándose a sus fríos ojos azules.
—Quiero tener una cita contigo, Paula Chaves, y todo lo que eso conlleva: cena en un acogedor restaurante, tomar alguna que otra copa y finalmente quiero sexo, ¡mucho sexo! ¡Y aunque tenga que retenerte una semana en mi cama, acabarás rectificando esa maldita nota! —exigió Pedro, retándola a negarse una vez más.
—No, Pedro, no voy a salir contigo —declaró ella con rotundidad.
—Oh, sí lo harás —dijo él, sonriendo, mientras le enseñaba el arrugado contrato con sus respectivas firmas—. «Punto uno: Paula Chaves no puede negarse a salir con Pedro Bouloir» —leyó Pedro animadamente, mientras ella lo escuchaba un tanto molesta.
—Bien, Pedro, lo haremos como tú quieras. Pero estoy tan ocupada, que por ahora sólo puedo concederte una cita el día de mi cumpleaños — contestó Paula finalmente, haciéndolo retroceder con una de sus maliciosas miradas.
—De acuerdo, no tengo ningún problema. ¿Cuándo es tu cumpleaños? —quiso saber, confuso ante su rápida rendición, pero dispuesto a hacer un hueco en su agenda sin importar lo que tuviera en ella.
—¡Oh, Pedro! No esperarás que yo haga todo el trabajo, ¿no? ¿No se supone que quieres enamorarme? Pues empieza por averiguar cuándo es mi cumpleaños —repuso Paula, cogiendo su copia del contrato y guardando la ofensiva nota en el bolsillo delantero de la camisa de Pedro.
Tras darle unas palmaditas sobre el bolsillo, se puso de puntillas y le susurró al oído:
—Sigues teniendo un tres.
Luego se alejó insinuante hasta donde seguía su café, ahora frío
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