martes, 31 de octubre de 2017

CAPITULO 24





¡Dios! Me dolían todos los músculos del cuerpo, y todo por culpa de aquel hombre que no sabía parar. ¡Había tenido más de diez orgasmos! No era humano. Su amiguito parecía estar siempre dispuesto y solamente tenía que dedicarme una de sus estúpidas sonrisas para volver a ponerme a cien.


Definitivamente, Pedro Bouloir me había arruinado para los demás hombres, porque de ahora en adelante los compararía a todos con él y sin duda alguna perderían.


Pero aunque hubiera sido el mejor sexo de mi vida, nunca lo
confundiría con amor. Aunque sus ojos se tornaron cálidos en el momento del placer, él sólo lo hacía para ganar una apuesta.


Yo prefería su fría y distante mirada cuando se enfrentaba a mí, antes que esa otra, engañosa, que haría que cualquier mujer abrigara esperanzas.


Cualquiera menos yo, que sé que el amor es solamente una efímera ilusión.


Tal vez por eso hice lo que no debía y lo provoqué una vez más antes de dejarlo solo en una fría cama, con una impertinente nota y un contrato firmado que nos confirmaba como enemigos.


A partir de entonces, lo mejor sería no volver a acercarme a la cama de Pedro, porque aunque él pudiera ser de lo más tentador, también era muy peligroso.


Mientras reflexionaba sobre la pasada noche, sonreí estúpidamente a la nada, escondiéndome tras mi café, sentada un tanto incómoda en mi taburete, en la tienda.


Mis empleados fueron entrando uno a uno sin decir nada sobre mi extraño comportamiento, pero mis trabajadoras no eran estúpidas y, para mi desgracia, eran igual de impertinentes que yo, así que cuando los hombres desaparecieron para llevar a cabo sus tareas, ellas me rodearon en un indecente coro de cotillas y comenzaron su asedio.


Si no decía nada, seguramente me dejarían en paz.


—A ti te pasa algo —comentó mi amiga de la infancia, dando pie a las demás para que iniciaran su asalto.


Yo me escondí detrás de mi taza de café y guardé silencio.


—Tú has hecho algo que no debías —insistió Catalina, mientras yo la fulminaba con una de mis miradas de «Métete en lo tuyo», que con ella nunca parecían funcionar.


—Te has acostado con alguien y, por tu cara, parece haber sido un buen amante —conjeturó la anciana Agnes, después de mirarme un segundo.


¡Por Dios! ¿Esa anciana era adivina o qué?


—Si te has acostado con alguien, ¿por qué deberías sentirte culpable? ¿Acaso era un extraño que conociste en un bar? —preguntó impertinente Amanda.


—No, Paula no es de ésas. Le cuesta mucho elegir una pareja. De hecho, tiene que conocer muy bien al hombre antes de decidir acostarse con él —reveló Cata, a pesar de mi silencio.


—Entonces se ha acostado con alguien que conocemos —supuso la joven gótica.


—No es uno de tus empleados, si no, estarías aún más avergonzada y quizá no hubieras aparecido. Entonces sólo nos quedan los clientes asiduos o alguno de nuestros proveedores... —opinó mi amiga sin dejar su acoso.


—¡Ya está, ya lo tengo! —anunció Agnes, mirándome burlona—. ¡Te has acostado con ese niño bonito, ese Pedro Bou... algo! ¡El dueño de Eros!


Después de las palabras de la endiablada anciana, me escondí más todavía detrás de mi café, incómoda con las miradas de sorpresa e incredulidad que me dirigían Catalina y Amanda.


—No, Paula nunca haría eso —negó Cata, muy convencida. Hasta que vio que me estaba ruborizando.—¡Mierda, Paula! ¿Cómo has podido acostarte con ese hombre...? — preguntó mi amiga, algo preocupada.


—¡Sí, eso! ¡Con lo bueno que está! ¡Dime qué has hecho para llevártelo a la cama! —la interrumpió Amanda impertinente, ganándose una mirada reprobadora de Catalina.


—¡Aquí lo importante es que no lo vuelvas a hacer! Seguro que esa clase de hombres, después de una noche pierden interés y, aunque hayáis hecho un trato, si no lo provocas no irá detrás de ti y... ¡Mierda! ¿Qué has hecho, Paula? —acabó gritándome Cata, cuando vio que me hundía un poco más en mi asiento.


—Yo... Verás, en fin...


—¡Joder, Paula! ¿Qué le has hecho esta vez a ese hombre? —preguntó Joel, entrando en la tienda y mirándome con una sonrisa de satisfacción—.¡Está que trina! Me ha dedicado una mirada asesina mientras venía hacia aquí. Me ha preguntado por ti sin parar de soltar maldiciones y sosteniendo un papel medio arrugado que cada vez que miraba parecía ponerlo más furioso. Finalmente me ha amenazado con mil y un infiernos si me acercaba a ti. ¿Se puede saber cómo has conseguido enloquecer a ese orgulloso pedante? —se carcajeó Joel, sin darse cuenta de que sus bromas estaban de más.


—Acostándome con él —anuncié finalmente ante mis atónitos empleados, poniendo fin a aquel absurdo acoso y confirmando sus sospechas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario