lunes, 30 de octubre de 2017
CAPITULO 22
Paula lo siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista.
Entonces se tumbó en el sofá, frustrada, y para que él no supiera cuánto la habían afectado sus avances, se tapó la cara con uno de los ostentosos cojines que adornaban el enorme diván y gritó, maldiciendo una y mil veces el nombre de ese hombre.
Un hombre que era capaz de enfurecerla como ningún otro, pero que también podía excitarla como nadie lo había conseguido nunca. ¿Qué tenía ese niño bonito de especial para lograr encenderla como nadie lo había hecho antes? Tal vez fuera aquella extraña mezcla de su personalidad, que lo hacía cambiar en unos segundos de ser angelical a demonio malicioso.
¡Dios! ¿Qué podía hacer? Como las cosas continuaran así, no tardaría mucho en caer en las redes de ese adonis.
Aunque, por otra parte, acostarse con él no significaba estar enamorada, ¿verdad?
En las relaciones que había tenido a lo largo de los años, después de abandonar el instituto, donde nadie osaba acercarse a ella, no le había ido nada mal.
En la universidad tuvo alguna que otra que parecía que iba a ser duradera, hasta que su pareja se enteraba del tipo de negocio que quería fundar. Entonces le pedían ofendidos que abandonara su proyecto e intentaban ponerla entre la espada y la pared haciéndola elegir entre su negocio o ellos.
La elección siempre había sido fácil para ella: su negocio. En esos momentos era cuando Paula sabía que no amaba a ninguno de esos hombres, porque no estaba dispuesta a anteponer su meta a una simple relación.
Ahora hacía mucho que no salía con nadie y tal vez no le iría mal desahogar su frustración con ese hombre. Después de todo, era espectacularmente guapo y no carecía de atractivo, con aquellos intensos ojos azules, esas fuertes manos que hacían arder su cuerpo con cada una de sus caricias y esa lengua que acallaba sus protestas con tanta pasión...
Definitivamente, no sería mala idea acostarse con él, aunque fuera una fruta prohibida.
Pero solamente lo haría una vez. Si incurría mucho en el pecado de la lujuria, a saber si podría ocurrirle lo peor y llegaba a enamorarse.
¡Ja! ¡Paula Chaves enamorada! Eso era algo imposible y menos aún de aquel orgulloso que se había declarado abiertamente como su más acérrimo enemigo. Lo más importante para ella siempre sería su empresa.
Pero tal vez fuera divertido jugar con él...
¡Decidido! Habían terminado sus dudas. Pedro Bouloir estaba a punto de saber lo que era desafiar a Paula Chaves a un juego tan peligroso como era el amor.
—Esperemos que tu orgullo no salga dañado en el proceso, Pedro Bouloir —susurró contra el cojín que apretaba con fuerza entre sus brazos, mientras miraba con hostilidad la puerta tras la que había desaparecido su rival.
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