martes, 24 de octubre de 2017

CAPITULO 2





Paula Chaves creció expresando lo que sentía de un modo algo peculiar, pero las reglas impuestas por su madre eran claras: sólo podía hacerlo el día de San Valentín. Así que mientras ella odiaba intensamente ese día, sus compañeros comenzaron a temerlo.


En el momento en que llegaba esa festividad, Emilia, la madre de Paula, siempre era llamada al colegio por algún maestro. El director, acostumbrado ya a esta situación, se alejaba del despacho cuando la impetuosa señora Chaves llegaba para entrevistarse con alguno de los maestros.


—Señora Chaves, ¡su hija ha armado un gran escándalo en este hermoso día!


—¿Qué tiene de particular este día para ser hermoso? —le preguntó Emilia a la maestra, sin dejarse amilanar por sus demandas.


—¡Hoy es San Valentín! ¿Es que eso no significa nada para usted? —replicó la anciana mujer, un tanto ultrajada.


—Ya me dirá si tiene ganas de celebrar San Valentín cuando su marido, después de doce años de matrimonio, la abandone por otra y le deje sus deudas como regalo —le comentó irónicamente Emilia a la ingenua que aún creía en ese día.


—Lo siento mucho, señora Chaves, pero tal vez debería ser más comedida al expresar sus sentimientos respecto de su divorcio delante de su hija, así ella no incurriría en ese absurdo comportamiento.


—¿Qué ha hecho que sea tan terrible y abominable como para que yo haya tenido que perder un día de trabajo para venir a hablar con usted? — repuso Emilia un tanto cansada de las sandeces de la maestra.


—Hoy hacíamos trabajos manuales, así que he ordenado a todos los alumnos que hicieran un pequeño buzón de cartulina y unas tarjetas de San Valentín. Su hija ha dibujado una calavera en su buzón y ha añadido en letras chillonas «¡Peligro!». Cuando se ha negado a hacer la tarjeta, diciendo que no le gusta ningún niño, la he amenazado con un suspenso, advirtiéndole debidamente que no debía dibujar ninguna calavera en la tarjeta y que debía escribir un mensaje expresando sus sentimientos con contundencia y brevedad por alguien de la clase.


—¿Y qué ha hecho ella? —quiso saber Emilia, expectante ante las travesuras de su pequeña.


—Ha cogido una cartulina negra y ha dibujado un corazón partido por la mitad.


—¿Y el mensaje?


—¡Véalo usted misma! —contestó sulfurada la anciana.


Emilia cogió una hermosa tarjeta con un perfecto corazón roto por la mitad. Abrió la tarjeta lentamente esperando una de sus típicas frases irónicas tipo «¡Odio San Valentín!», rodeadas de corazoncitos, o la de los últimos años «¡Muerte a Cupido!». Lo que no había esperado encontrar era ese expresivo mensaje que la ayudó a olvidarse de sus problemas y la hizo reír sin parar durante unos segundos en los que la rígida maestra la fulminó con la mirada.


—Está claro que la ha obedecido al pie de la letra: el mensaje es breve y contundente.


—¡No me hace ninguna gracia, señora Chaves!


—¿Y me puede decir quién ha sido el pobre que lo ha recibido?


—Sí, por supuesto. He sido yo misma... ¡Señora Chaves, deje de reírse! —exigió exaltada la ofendida maestra.


—Hay que admitir que ha hecho todo lo que usted le ha dicho, aunque de una manera un tanto especial. Ese dedo corazón tan rígido sin duda expresa lo que mi hija sentía por usted en esos momentos —se burló Emilia, sin poder enfadarse por las trastadas de Paula en ese señalado día.


—Señora Chaves, ¿es que no va usted a amonestar a su hija por su terrible conducta?


—Mañana la castigaré, hoy no —le dijo Emilia seriamente.


—¡No es suficiente! ¡Lo que ha hecho es indignante! ¡Paula tiene un suspenso y usted debería castigarla en casa para que aprenda la lección! — exigió la intransigente mujer.


—¿Sabe usted qué día es hoy? —preguntó Emilia, bastante molesta con la actitud de la autoritaria maestra.


—Sí, claro. ¡Hoy es catorce de febrero, el día de San Valentín! — respondió ésta orgullosamente.


—No, hoy es catorce de febrero, el día del cumpleaños de mi hija. El día en que nadie se acuerda de ella, incluida su exigente maestra, que en cada reunión de padres asegura saberlo todo de sus alumnos. Mi hija casi no recibe felicitaciones por parte de su familia, y los regalos son escasos y normalmente relacionados con esta estúpida representación del día de los Enamorados, así que si se niega a hacer algo este día que odia, yo no la obligaré.


—Pero, señora, esto es muy ofensivo y...


—No se preocupe, la castigaré. Pero lo haré mañana. Hoy es su día y no le puedo arrebatar la sonrisa —declaró abiertamente la amorosa madre, antes de abandonar el despacho—. Por cierto, ¿me puede dar la tarjeta de mi
hija? Las colecciono, y cada año que pasa son más originales. Estoy deseando ver la que hace el año que viene.



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