martes, 31 de octubre de 2017

CAPITULO 26






Mientras Paula bebía el espeso líquido, no le pasó desapercibido el brillo de aquellos fríos ojos azules que tanto la tentaban y la astuta sonrisa de Pedro que le anunciaba que nada lo detendría a la hora de averiguar lo que quisiera.


Para su desgracia, algo le decía que el día que él consiguiera su revancha, no la dejaría ir tan fácilmente como en ese momento. Más le valía estar preparada si eso ocurría. Pero no era tan fácil descubrir cuándo era su cumpleaños. No obstante, tendría que advertir a sus amigos y a su madre para que guardaran silencio, y rezar para que él no lo adivinara.


¿Por qué había tenido que desafiarlo una vez más? Sobre todo a su hinchado ego... Pero es que en el momento en que se despertó entre sus brazos y vio que la abrazaba como si verdaderamente fuese lo más preciado para él, tuvo ganas de gritar llena de frustración que todo era mentira.


Pero ¿qué hizo en cambio? Recogió su ropa en silencio y se dispuso a abandonarlo sin más, hasta que vio que en el vanidoso rostro de ese adonis había una sonrisa llena de satisfacción que sólo podía significar que se creía vencedor, de modo que no pudo evitar hacer algo para borrarle esa sonrisa que tanto la irritaba. Por desgracia, ahora Pedro sonreía de nuevo, pero esta vez con expectación ante lo que se avecinaba.


—¡Dios, que nunca descubra cuándo es mi cumpleaños! Si no, estoy perdida —rogó Paula en voz baja, antes de ver cómo, muy decidido, él salía por la puerta.



*****


—El veinticuatro de febrero tenemos una cita —anunció Pedrotriunfante, mientras Paula cerraba la tienda.


Había logrado que su padre le enseñara los archivos personales de Paula que se guardaban en el House Center Bank.


—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo? —se burló ella, alzando impertinentemente una ceja.


—¿Acaso no es ése el día de tu cumpleaños? —preguntó Pedro sarcástico, decidido a que ella admitiera su derrota.


—No. Ése es el día que consta en todos mis documentos personales, pero no es el día en que nací. En la inscripción de mi nacimiento hubo un error que mis padres no corrigieron, así que, aunque ése sea el día oficial, no es el correcto —le informó Paula, borrando la sonrisa con la que prematuramente Pedro celebraba su victoria.


—¡No me jodas! Entonces, ¿cómo demonios voy a averiguar cuándo es?


—¡Oh, pobre! ¿Esperabas que fuera fácil? —ironizó Paula,
acariciándole compasiva la mejilla, mientras él la fulminaba con la mirada.


—Eres odiosa —masculló entre dientes.


—Entonces, ¿me odias ya? —preguntó ella hábilmente, buscando su rendición.


—No, Paula, al contrario: te deseo. Te deseo tanto que cuando consiga averiguar cuál es el maldito día de tu cumpleaños no te dejaré salir de mi cama en una semana —afirmó Pedro, cogiendo la delicada mano que segundos antes lo había acariciado, para besarla con delicadeza, reafirmando así su declaración.


—¡Oh, qué palabras tan dulces! —comentó ella irónicamente, ante su poca sutileza a la hora de expresar sus deseos—. Ni flores, ni dulces, ni empalagosos peluches: una simple orden y esperas que te siga como un inocente corderito hacia el matadero. Si es así como conquistas a tus amantes, tengo que decirte que las mujeres con las que sales son idiotas.


—Pero, Paula... me sorprendes. Creía que tú no eras de esas damas que ansían ese tipo de halagos —la provocó Pedro ante sus impertinentes palabras.


—Y no los quiero. Esa clase de regalos apestan. Pero tampoco quiero que me ordenes meterme en tu cama como si yo fuera una muñeca hinchable —replicó ella enfadada.


—No te preocupes, a partir de ahora te cortejaré como se debe: flores, bombones, peluches, serenatas... —anunció Pedro con una burlona sonrisa que le advertía de lo que se avecinaba.


—¡Ni se te ocurra! —le prohibió Paula tajantemente.


—¿Cuándo es tu cumpleaños? —le pidió decidido.


—No pienso decírtelo —declaró ella con rotundidad.


—Entonces, adiós, Paula —contestó Pedro—. ¡Ah, por cierto! Mañana serán rosas —anunció alegremente.


Mientras se alejaba lentamente hacia su coche, unas cuantas decenas de maldiciones resonaron a su espalda.


—¡Ni se te ocurra, Pedro, te lo advierto! —lo amenazó ella.


Para su desgracia, la respuesta de él fueron unas sonoras carcajadas.






CAPITULO 25





Pedro apretaba con fuerza la nota con la que Paula lo había sorprendido esa mañana.


Después de cumplir en una sola noche todos y cada uno de los calenturientos sueños que había tenido durante meses con ella, lo que menos esperaba era encontrarse con algo tan insultante como eso al lado de su almohada.


Cuando abrió los ojos y vio el lecho vacío, en un principio pensó que Paula estaría en otra estancia, así que holgazaneó un poco. Pero en el momento en que volvió la cabeza sobre su mullida almohada, se percató del arrugado contrato del que aún no se había deshecho. Lo cogió decidido a romperlo en mil pedazos cuando vio la firma de Paula Chaves, que además se burlaba de él en un post-it que jamás debería haber escrito. Al leerla pensó lo tonto que había sido al creer que aquella mujer podía llegar a ser dulce o amorosa.


En la nota había una frase que, aunque pudiera parecer alentadora en otras circunstancias, no cabía duda de que era un escarnio en aquéllas:


«NECESITAS MEJORAR», decía, escrito con chillonas letras rojas y puntuando su actuación de la pasada noche con un sonriente tres.


Cuando se percató de que ella se había ido dejándolo allí abandonado, Pedro se enfureció, sin caer en la cuenta de que eso mismo era lo que él había hecho con muchas de sus amantes. Aunque de una forma un tanto más sutil, tras regalos de rosas y diamantes, no con una ultrajante nota que sólo podía hacerle desear vengarse.


¡Como que se llamaba Pedro Alfonso que Paula Chaves volvería a estar en su cama! ¡Y no dejaría descansar a esa provocadora hasta que rogara clemencia una y otra vez!


Sabía que lo de la puntuación era otro de sus traicioneros ataques para que acabara odiándola, pero uno para el que no estaba preparado después de una placentera noche de sexo. Sin embargo, ya sabía que con una mujer como ella nunca se podía bajar la guardia del todo.


Tras darse una larga ducha y tomar un solitario desayuno, decidió ir a buscarla y hacerle tragar el ofensivo papel. La nota, que llevaba arrugada en la mano, sólo conseguía enfurecerlo más a cada paso que daba, y no mejoró nada su humor encontrarse con el famoso Joel, para quien Paula tenía tantas alabanzas. Un hombre que ella había insinuado que era su amante la noche anterior, justo antes de caer en sus brazos, alguien que siempre tenía una sonrisa para Paula y que no se despegaba de ella, un hombre al que él le iba a partir la cara como siguiera sonriéndole como lo estaba haciendo en esos instantes.


Cuando Pedro entró en la tienda, no tuvo ojos para otra cosa que no fuera su objetivo, la mujer que permanecía plácidamente sentada tras su mostrador, disfrutando de un café y sin inmutarse ante nada. Más aún: su presencia parecía traerle sin cuidado.


—¿Me puedes explicar qué es esto? —gritó Pedro, furioso, soltando con brusquedad el papel que le estaba quemando las manos.


—Una nota de despedida —respondió Paula, tras dedicarle una simple mirada y continuar tranquilamente con su café.


—¿Cómo que una nota de despedida? ¡Aquí no hay escrito un «Hasta luego» o un «Buenos días»! ¡Ni siquiera un número de teléfono! ¡Solamente un tres y una humillante frase!


—Creía que los bombones y las flores eran cosa tuya. Si llego a saber que te pondrías así, en el bolso llevaba una chocolatina...


—Paula, no me hagas perder la poca paciencia que me queda — amenazó Pedro, dirigiéndole una iracunda mirada.


—¿Qué quieres saber? Pasamos una noche juntos, que estuvo bastante bien, pero no fue para tanto —comentó Paula despreocupadamente—. Que conste que si te he concedido un tres ha sido por original e imaginativo.


—Original... Imaginativo... —masculló Pedro entre dientes, mientras la miraba—. ¡Quiero la revancha! —reclamó tajante, dispuesto a demostrarle lo equivocada que estaba y lo imaginativo que realmente podía llegar a ser.


—No —replicó Paula, sin ganas de dedicarle ni un minuto más de su tiempo.


—¿Cómo que no? —preguntó él, ofendido, agarrándola del brazo e impidiendo que se fuera.


—He dicho que no, Pedro. Fue una noche que nunca debería haber existido. Me divertí, pero no es algo que tenga prisa por repetir. Además, ahora estoy demasiado ocupada con los preparativos de San Valentín como para prestarle atención a tu hinchado ego —concluyó, enfrentándose a sus fríos ojos azules.


—Quiero tener una cita contigo, Paula Chaves, y todo lo que eso conlleva: cena en un acogedor restaurante, tomar alguna que otra copa y finalmente quiero sexo, ¡mucho sexo! ¡Y aunque tenga que retenerte una semana en mi cama, acabarás rectificando esa maldita nota! —exigió Pedroretándola a negarse una vez más.


—No, Pedro, no voy a salir contigo —declaró ella con rotundidad.


—Oh, sí lo harás —dijo él, sonriendo, mientras le enseñaba el arrugado contrato con sus respectivas firmas—. «Punto uno: Paula Chaves no puede negarse a salir con Pedro Bouloir» —leyó Pedro animadamente, mientras ella lo escuchaba un tanto molesta.


—Bien, Pedro, lo haremos como tú quieras. Pero estoy tan ocupada, que por ahora sólo puedo concederte una cita el día de mi cumpleaños — contestó Paula finalmente, haciéndolo retroceder con una de sus maliciosas miradas.


—De acuerdo, no tengo ningún problema. ¿Cuándo es tu cumpleaños? —quiso saber, confuso ante su rápida rendición, pero dispuesto a hacer un hueco en su agenda sin importar lo que tuviera en ella.


—¡Oh, Pedro! No esperarás que yo haga todo el trabajo, ¿no? ¿No se supone que quieres enamorarme? Pues empieza por averiguar cuándo es mi cumpleaños —repuso Paula, cogiendo su copia del contrato y guardando la ofensiva nota en el bolsillo delantero de la camisa de Pedro.


Tras darle unas palmaditas sobre el bolsillo, se puso de puntillas y le susurró al oído:
—Sigues teniendo un tres.


Luego se alejó insinuante hasta donde seguía su café, ahora frío





CAPITULO 24





¡Dios! Me dolían todos los músculos del cuerpo, y todo por culpa de aquel hombre que no sabía parar. ¡Había tenido más de diez orgasmos! No era humano. Su amiguito parecía estar siempre dispuesto y solamente tenía que dedicarme una de sus estúpidas sonrisas para volver a ponerme a cien.


Definitivamente, Pedro Bouloir me había arruinado para los demás hombres, porque de ahora en adelante los compararía a todos con él y sin duda alguna perderían.


Pero aunque hubiera sido el mejor sexo de mi vida, nunca lo
confundiría con amor. Aunque sus ojos se tornaron cálidos en el momento del placer, él sólo lo hacía para ganar una apuesta.


Yo prefería su fría y distante mirada cuando se enfrentaba a mí, antes que esa otra, engañosa, que haría que cualquier mujer abrigara esperanzas.


Cualquiera menos yo, que sé que el amor es solamente una efímera ilusión.


Tal vez por eso hice lo que no debía y lo provoqué una vez más antes de dejarlo solo en una fría cama, con una impertinente nota y un contrato firmado que nos confirmaba como enemigos.


A partir de entonces, lo mejor sería no volver a acercarme a la cama de Pedro, porque aunque él pudiera ser de lo más tentador, también era muy peligroso.


Mientras reflexionaba sobre la pasada noche, sonreí estúpidamente a la nada, escondiéndome tras mi café, sentada un tanto incómoda en mi taburete, en la tienda.


Mis empleados fueron entrando uno a uno sin decir nada sobre mi extraño comportamiento, pero mis trabajadoras no eran estúpidas y, para mi desgracia, eran igual de impertinentes que yo, así que cuando los hombres desaparecieron para llevar a cabo sus tareas, ellas me rodearon en un indecente coro de cotillas y comenzaron su asedio.


Si no decía nada, seguramente me dejarían en paz.


—A ti te pasa algo —comentó mi amiga de la infancia, dando pie a las demás para que iniciaran su asalto.


Yo me escondí detrás de mi taza de café y guardé silencio.


—Tú has hecho algo que no debías —insistió Catalina, mientras yo la fulminaba con una de mis miradas de «Métete en lo tuyo», que con ella nunca parecían funcionar.


—Te has acostado con alguien y, por tu cara, parece haber sido un buen amante —conjeturó la anciana Agnes, después de mirarme un segundo.


¡Por Dios! ¿Esa anciana era adivina o qué?


—Si te has acostado con alguien, ¿por qué deberías sentirte culpable? ¿Acaso era un extraño que conociste en un bar? —preguntó impertinente Amanda.


—No, Paula no es de ésas. Le cuesta mucho elegir una pareja. De hecho, tiene que conocer muy bien al hombre antes de decidir acostarse con él —reveló Cata, a pesar de mi silencio.


—Entonces se ha acostado con alguien que conocemos —supuso la joven gótica.


—No es uno de tus empleados, si no, estarías aún más avergonzada y quizá no hubieras aparecido. Entonces sólo nos quedan los clientes asiduos o alguno de nuestros proveedores... —opinó mi amiga sin dejar su acoso.


—¡Ya está, ya lo tengo! —anunció Agnes, mirándome burlona—. ¡Te has acostado con ese niño bonito, ese Pedro Bou... algo! ¡El dueño de Eros!


Después de las palabras de la endiablada anciana, me escondí más todavía detrás de mi café, incómoda con las miradas de sorpresa e incredulidad que me dirigían Catalina y Amanda.


—No, Paula nunca haría eso —negó Cata, muy convencida. Hasta que vio que me estaba ruborizando.—¡Mierda, Paula! ¿Cómo has podido acostarte con ese hombre...? — preguntó mi amiga, algo preocupada.


—¡Sí, eso! ¡Con lo bueno que está! ¡Dime qué has hecho para llevártelo a la cama! —la interrumpió Amanda impertinente, ganándose una mirada reprobadora de Catalina.


—¡Aquí lo importante es que no lo vuelvas a hacer! Seguro que esa clase de hombres, después de una noche pierden interés y, aunque hayáis hecho un trato, si no lo provocas no irá detrás de ti y... ¡Mierda! ¿Qué has hecho, Paula? —acabó gritándome Cata, cuando vio que me hundía un poco más en mi asiento.


—Yo... Verás, en fin...


—¡Joder, Paula! ¿Qué le has hecho esta vez a ese hombre? —preguntó Joel, entrando en la tienda y mirándome con una sonrisa de satisfacción—.¡Está que trina! Me ha dedicado una mirada asesina mientras venía hacia aquí. Me ha preguntado por ti sin parar de soltar maldiciones y sosteniendo un papel medio arrugado que cada vez que miraba parecía ponerlo más furioso. Finalmente me ha amenazado con mil y un infiernos si me acercaba a ti. ¿Se puede saber cómo has conseguido enloquecer a ese orgulloso pedante? —se carcajeó Joel, sin darse cuenta de que sus bromas estaban de más.


—Acostándome con él —anuncié finalmente ante mis atónitos empleados, poniendo fin a aquel absurdo acoso y confirmando sus sospechas.



lunes, 30 de octubre de 2017

CAPITULO 23




Pedro se apoyó contra la puerta de su despacho y suspiró lleno de frustración.


¡Dios! Todo había empezado como un juego, él solamente pretendía darle una lección a esa maliciosa fémina, pero en algún momento de su elaborada seducción se había perdido por el camino y había estado cerca de tomarla lascivamente en el sofá, sin importarle nada más.


Esa mujer lo hacía arder con una simple mirada y cuando lo provocaba con sus impertinentes palabras, únicamente deseaba tenerla bajo su cuerpo y hacerla suya. Porque intuía que la inigualable pasión que ponía en todo lo que hacía la convertiría en verdadero fuego en la cama.


Ella era la primera que no quería nada de él: ni su fama, ni su dinero, nada... De hecho, preferiría que su famoso imperio desapareciera de su vista. No obstante, se derretía entre sus brazos.


Paula Chaves era toda una contradicción. Podía ser tan dulce como el mismísimo cielo y tan amarga como el infierno. Una contradicción con la que, por desgracia, tendría que tratar hasta lograr que cayera en sus redes y se rindiera.


Pero Pedro nunca creyó que estar junto a ella lo afectase tanto. Tal vez lo mejor sería acabar con aquella locura, con la absurda apuesta, con las estúpidas ideas de su padre... Lo mejor sería acabar con todo.


Sí, definitivamente. Volvería al salón con el contrato, lo rompería en mil pedazos delante de ella y le diría adiós para siempre a aquella mujer que podía convertirse en un verdadero peligro para cualquier hombre con sangre en las venas.


En cuanto acabara con todo eso, se marcharía nuevamente a París y la olvidaría entre los brazos de alguna que otra modelo. Tras estar con alguna de sus antiguas amantes, seguro que no volvería a dedicarle ni el más mínimo pensamiento.


Bien. Ahora solamente tenía que recomponerse, que desapareciera aquella insistente erección de sus pantalones, entrar decidido en el salón, mirarla a los ojos y romper el contrato, advirtiéndole seriamente que no volviera a jugar con el nombre de su empresa. Después de eso, le pediría que se fuera de su apartamento y él volaría directo a los brazos de alguna amorosa examante que no tuviera una actitud tan dañina ni una lengua tan desafiante.


Salió con decisión de su despacho con el estúpido contrato quemándole en las manos, se dirigió hacia el salón y allí se encontró a Paula Chaves tumbada en el sofá.


Sólo llevaba puestas unas braguitas de encaje negras. Toda su demás ropa estaba esparcida por el suelo. Los vasos que Pedro había dejado llenos minutos antes, estaban vacíos, como si hubiera necesitado insuflarse valor para presentar ese lujurioso aspecto ante él.


Paula permanecía tumbada, con los ojos cerrados. Parecía que se hubiese quedado dormida mientras lo esperaba.


Pedro no pudo resistirse a devorar su cuerpo con la mirada, un cuerpo que aún se veía excitado: sus erguidos pezones lo tentaban, mientras tenía los brazos alzados junto a la cabeza, mostrando el bello panorama de su figura. Sus largas piernas le hacían desear abrir aquella fruta prohibida para hundirse profundamente en el pecado una y otra vez.


Tal vez hizo un ruido inconsciente o ella se despertó al percatarse de su presencia, pero la impertinente mirada de sus hermosos ojos castaños y sus incitadoras palabras pusieron fin a cualquier resto racional que quedara en su mente.


—Has vuelto. ¿Terminarás lo que has empezado o tengo que ir en busca de Joel? —lo provocó Paula, consciente de que la mención de otro hombre lo sacaría de sus casillas.


El contrato resbaló de las manos de Pedro cayendo al suelo y quedando olvidado, y por primera vez en su vida, no pudo pensar en otra cosa que no fuera la tentadora mujer que tenía delante y en hacer realidad los calenturientos sueños que lo habían estado atormentando desde que la conoció.


Nada de negocios, nada de tratos molestos o padres pesados, sólo tenía una cosa en mente: después de esa noche, Paula jamás volvería a pronunciar el nombre de otro hombre en su presencia.


Se acercó decidido a la seductora hechicera que lo esperaba con impaciencia, se la cargó al hombro como un primitivo hombre de las cavernas y se dirigió hacia su dormitorio, decidido a enseñarle por qué las mujeres caían rendidas ante sus encantos.


—¡Eres un bruto! —gritó Paula, al verse tratada de una forma tan vulgar—. ¿No se supone que me tienes que llevar como si fuera una preciada carga?


—¡Calla! —ordenó él firmemente, dándole un cachete en su expuesto trasero, decidido a aleccionarla en más de un sentido.


Cuando la depositó en su inmensa cama, Pedro pudo ver al fin uno de sus sueños cumplidos y se quedó unos instantes contemplando aquella hermosa muchacha suculentamente expuesta ante sus ávidos ojos sobre sus blancas sábanas de seda.


Se quitó rápidamente los zapatos y se desató la corbata, sin dejar de observar un instante cómo Paula devoraba su cuerpo con una ardorosa mirada. Por lo menos, tenía la satisfacción de saber que ella lo anhelaba tanto como él a ella.


Pedro se quitó despreocupadamente la chaqueta, echándola a un lado sin importarle otra cosa que no fuera probar aquel ardiente cuerpo que tanto lo tentaba.


Se empezó a desabrochar con impaciencia los botones de la camisa. Ya estaba dispuesto a arrancarlos, cuando sus delicadas manos lo ayudaron a despojarse de ella.


En el instante en que la camisa quedó abierta, exponiendo su musculoso torso, Paula lo acarició con dulzura desde el pecho hasta la cintura del pantalón y luego subió las manos y esa vez, al bajar, señaló levemente con las uñas el camino.


El sobreexcitado miembro de Pedro se alzó ante tan tentadoras caricias, en tanto no podía apartar los ojos de Paula, que le bajaba la cremallera del pantalón e introducía una mano dentro de sus bóxers para acariciarlo.


Pedro gimió mientras Paula lo torturaba sin piedad. Sus juguetonas caricias sacaron su palpitante erección de su encierro y él suplicó poder aguantar lo suficiente como para darle una lección. Pero, por lo visto, sus súplicas no fueron atendidas, porque en el mismo momento en que su miembro quedó expuesto, la golosa mirada de ella le advirtió de lo que se avecinaba.


Cuando aquella dulce boquita impertinente lo acogió en su interior, como tantas veces él había imaginado, no pudo aguantar mucho hasta gritar su nombre pidiendo más de aquella deliciosa tortura.


Él permanecía de pie mientras Paula, sentada en su cama, lo volvía loco con la calidez de su boca y la habilidad de su lengua. Estaba a punto de estallar si no detenía sus avances. Pedro casi se perdió en ese apasionado encuentro, pero ella se apartó, abandonando con brusquedad su insatisfecho miembro. Retrocedió hacia el centro del lecho y, con una desafiante mirada a su prominente erección, le preguntó:
—¿Miramos ahora los papeles de nuestro acuerdo?


Pedro la miró asombrado por su rencorosa venganza, se dirigió con paso decidido al salón, recogió el arrugado papel del suelo y lo depositó con brusquedad en la cama, junto a ella.


—Aquí lo tienes. Léelo cuantas veces quieras. Pero será mejor que cambies de postura para tan agradable lectura —dijo maliciosamente, mientras le daba la vuelta colocándola boca abajo.


Paula se apoyó en los codos y vio que el contrato le quedaba a la altura de los ojos. Sin inmutarse en absoluto, comenzó a leer en voz alta:
—«Reunidas las partes contratantes, uno: Paula Chaves, dueña de Love Dead, dirección calle comercial, número catorce...»


La voz se le fue entrecortando cuando un dulce camino de besos que comenzaron en su nuca fueron descendiendo lentamente por su espalda.


—«Y la parte contratante dos: Pedro Bouloir, dueño de Eros Company, cuya tienda interesada se encuentra en... en...


Los besos de Pedro se convirtieron en excitantes mordiscos y su lengua no pudo evitar lamer su atrayente espalda, a pesar de que Paula intentaba seguir leyendo, algo que le resultó totalmente imposible cuando las manos de él comenzaron a obrar su magia despojándola de sus braguitas de encaje.


Pedro le besó amorosamente las piernas, haciéndola gemir, agasajó con dulzura cada una de ellas y cuando se las separó, acarició su húmedo interior, haciéndola sollozar de placer. El contrato se arrugó entre sus dedos, mientras Pedro le alzaba el trasero y la hacía apoyarse más sobre los codos para poder acceder mejor a su cuerpo.


Una de sus fuertes manos rozó sin piedad su excitado clítoris, a la vez que la otra jugaba con uno de sus excitados pezones. El duro miembro de Pedro frotaba su trasero sin misericordia.


—¿No vas a seguir leyendo? —preguntó socarrón, mientras Paula se debatía entre sus brazos.


—«La parte contratante uno... junto con la parte contratante dos...» — gimió entrecortadamente, dispuesta a no darle la razón a aquel hombre tan insufrible.


—¡Mira que eres cabezota y orgullosa! —exclamó Pedro, disgustado, arrebatándole finalmente el contrato y tirándolo al suelo.


Pedro abandonó sus senos y le acarició el costado hasta llegar al lugar que más reclamaba sus caricias: mientras con una mano le rozaba otra vez el clítoris, introducía lentamente unos dedos en su interior, haciendo que las caderas de Paula se movieran descontroladas en busca del éxtasis. 


Cada vez que se movía, sus pezones endurecidos rozaban las sábanas, incrementando su placer.


De repente, no fueron los dedos de Pedro los que acariciaron su interior, sino su latente miembro, que se abrió paso poco a poco, sin que él dejara de acariciarla en ningún instante.


Cuando Pedro se adentró del todo en ella de una sola y profunda embestida, Paula gritó su nombre sin poder dejar de moverse, exigiéndole la culminación del placer. Él aceleró la profundidad de sus acometidas y, finalmente, ella se convulsionó sobre su miembro alcanzando un profundo clímax que la dejó lánguida y satisfecha.


Paula se derrumbó sobre la cama sin importarle nada más, hasta que notó cómo sus fuertes brazos le daban la vuelta delicadamente y se enfrentó con una ardiente mirada y una erguida verga que aún la observaban expectantes.


—No creerás ni por un momento que he terminado contigo, ¿verdad? —dijo Pedro, volviendo a excitar sus pechos con sus magistrales caricias y penetrándola de nuevo, tan firme como hacía unos instantes, mostrándole que él aún no había terminado.


Paula, que se creía inmune a sus caricias después de su primer orgasmo, no tardó en darse cuenta de lo equivocada que estaba cuando sus roces, sus besos y su juguetona lengua volvieron a excitarla. En tan sólo unos segundos volvió a retorcerse entre los brazos de Pedro, gimiendo su nombre.


Esta vez ella miró sus fríos ojos azules, que en el calor de la pasión no parecían tan gélidos, y la sonrisa de su bello rostro, que únicamente mostraba placer. Paula gritó mientras se perdía en otro arrollador orgasmo, arañándole la espalda y marcándolo como suyo en el proceso.


Pedro se endureció aún más al oír sus apasionados gritos de rendición y, aumentando la ferocidad de sus embestidas, llegó al orgasmo.


En su liberación, Pedro gritó el nombre de la única mujer que le podía hacer perder la cabeza de esa manera y luego se permitió unos instantes de descanso dentro de su cálido cuerpo, antes de que su miembro volviera a exigirle atención.


—¡Por Dios! ¿Otra vez? —preguntó Paula, sorprendida ante la rápida recuperación de aquel hombre.


—Créeme, Paula, ni siquiera hemos empezado con lo que tengo planeado para ti esta noche. —Sonrió orgulloso ante su asombro, cuando comenzó nuevamente a moverse.


Y es que eran muchas noches en vela y muchos sueños calenturientos los que tenía que hacer realidad con el delicioso cuerpo de aquella tentadora arpía.