lunes, 13 de noviembre de 2017
CAPITULO 67
Pedro no estaba del todo contento con la solución que Paula había hallado a sus problemas, pero ella se negó en redondo a recibir más ayuda que no fuera un mísero trono y un buzón de cartón piedra que Pedro tenía arriconados en el almacén de una de sus tiendas. Mientras las demás tiendas ya tenían expuestos sus maravillosos adornos y contaban con los falsos Santa Claus, que tanto atraían a los más pequeños, paseando enfrente de los respectivos establecimientos, el de Paula lucía únicamente unos simples ornamentos hechos a mano y unas bonitas luces resaltando el nombre de la tienda.
Paula se negó a que Pedro buscara un Santa Claus en otro estado o que comprara un traje del mismo por internet para uno de sus empleados. Ella le explicó, sonriendo maliciosamente, que si el Comité no quería que Love Dead tuviera ese año un Santa Claus, no lo tendrían.
En ese instante, Pedro supo que eso solamente podía significar que Paula estaba planeando una de las suyas, algún pérfido plan que se negó a contarle. Por eso ahora él estaba mirando expectante la tienda de enfrente, a la espera del momento en que ella llevaría a cabo su sin duda atrevida idea, que estaba seguro de que los dejaría a todos con la boca abierta, como cada una de sus malévolas jugadas.
Desde el día en que al fin tuvieron una primera cita que Pedro no pudiera calificar como «lamentable», habían salido muchas veces más. De hecho, casi todas las noches se quedaban en su apartamento o en el de Paula.
En ocasiones iban a caros restaurantes y en otras, a tugurios donde había servilletas de papel y el camarero se apodaba Bubba o algo parecido.
Mezclaban sus dos mundos sin sentirse fuera de lugar en ninguno de ellos, tal vez porque sólo tenían ojos el uno para el otro y nada más importaba en la pequeña burbuja que los rodeaba.
Paula lo había invitado a una pequeña fiesta que celebraban el día veinticuatro la plantilla de Love Dead, después de echar el cierre en la tienda. Él, por su parte, la quería llevar a la que el lujoso banco de los Alfonso organizaba todos los años. Y quería hacerlo para que su padre viera su relación y la aceptara, antes de decidirse a revelarle a Paula toda la verdad.
Posiblemente fuera mucho pedir que su padre admitiera dentro de su familia y de buen grado a la mujer que más odiaba, pero en cuanto viera cómo era Paula realmente y lo mucho que se querían, tal vez cambiara de parecer.
El insistente sonido de su móvil le indicó que justamente el gran hombre lo estaba llamando una vez más. Pedro, decidido a confesarle la verdad de sus sentimientos, cogió la llamada y tomó aire antes de comenzar a rebatir cada una de las protestas del famoso Nicolas Alfonso ante la idea de que Paula Chaves fuera su futura nuera.
—Estamos en Navidad, ¿por qué motivo esa mujer no ha abandonado aún su local? —le espetó el avaricioso banquero.
—Papá, te lo vuelvo a repetir: no pienso ayudarte más a hacerle daño a Paula. Hazte a la idea de que su local no se va a mover de donde está.
—¡Esa mujer ya te ha embaucado con sus malas artes! Me han dicho que hay un Comité que le está haciendo la vida imposible, así que si no quieres ayudarme, simplemente apártate y deja que ellos hagan lo que tú no tienes agallas para hacer.
—¡Que sepas que tengo una relación con Paula y no pienso permitir que nadie le haga daño: ni tú, ni ese fastidioso Comité!
—Sí, ya sé que te acuestas con ella, pero eso no quiere decir nada. Muchas mujeres pasan por tu cama y... ¡Espera! ¿De qué tipo de relación estamos hablando? —quiso saber Nicolas, empezando a asustarse.
—Me quiero casar con ella —anunció Pedro, dejando caer la bomba, a la espera de la explosión.
—¡¡No!! ¡¡Nunca!! ¡¡Jamás!! ¡Te desheredaré, te meteré en un manicomio, haré que te declaren incapacitado, pero tú no te casarás con una mujer como ella!
—Papá, me has desheredado millones de veces, nadie creería que estoy loco y, por tanto, no podría incapacitarme, así que hazte a la idea de que si Paula me acepta, me voy a casar con ella.
—¡Hijo, me estás clavando un puñal en el corazón y veo que no te importa en absoluto! Esa bruja te ha cegado por completo, te ha vuelto en mi contra y finalmente te alejará de mí.
—Papá... —suspiró Pedro, resignado ante el dramatismo de su progenitor—. Quiero llevarla a la fiesta de Navidad, pero todavía no quiero que sepa que tú eres mi padre. Me gustaría que vieras la parte de Paula que me ha conquistado, para que descubras por ti mismo lo equivocado que estás. Pero ¡si le dices quién eres, o si haces algo para alejarla de mí, no te lo perdonaré nunca! —concluyó Pedro, intentando hacerle comprender la profundidad de sus sentimientos.
—¿No hay posibilidad de que te arrepientas? —preguntó Nicolas Alfonso, esperanzado.
—No, padre, la amo con la misma intensidad con que tú amabas a nuestra madre.
—¡No me jodas! ¿Por qué mi hijo más desvergonzado se tenía que ir a enamorar de una persona como Paula Chaves? ¡Se supone que tú no te enamorabas de nadie! —le recriminó su padre, cediendo poco a poco ante la imposibilidad de entrometerse en esa relación.
—Y no lo hacía hasta que la conocí —respondió Pedro.
—¡Maldigo el día en que te animé a que la conocieras!
—Pues yo, por el contrario, te estoy muy agradecido.
—Bien, ¡tráela! Pero no esperes que ocurra un milagro de Navidad y que esa persona acabe cayéndome bien —dijo finalmente el frío empresario, cediendo ante los deseos de su hijo.
—Gracias, papá —contestó Pedro, escuchando pacientemente las exigencias de su padre respecto a la presencia de Paula en la fiesta de su fantástico banco, que el día de Navidad se convertía en un pequeño palacio lleno de magia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario